Foto del promocional de “Roma” tomada de Redes Sociales
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En los años noventa del siglo pasado en Santa Cruz (Bolivia) las familias o personas que requerían una empleada, niñera o doméstica acudían a Cotoca, una población cercana a la ciudad en la provincia Andrés Ibáñez. Pueblo conocido como santuario de la Virgen de Cotoca, allí, los domingos salían, se exhibían, mujeres preadolescentes, adolescentes y adultas (en su mayoría indígenas), esperando unas resignadas y otras experimentadas, por quien las contratara.
Tiempos donde la sobreexplotación neoliberal era regida por la oferta/demanda de una mano de obra barata. Obviamente no tenían ninguna prestación, ni derechos, peor aún reconocimientos, encima la crisis económica arreciaba, contextos similares se repetían en varias ciudades y países de Latinoamérica.
Pasaron más de dos décadas y apenas mejoró su situación, la cual -en general- continúa en desventaja (Ej. Pueden ser despedidas de un día a otro). Había épocas donde su visibilización en los hogares cruceños era intensa. Reflexionemos algunos aspectos de su presencia: en varios casos se convertían en verdaderas madres sustitutas, además de eficientes en el quehacer doméstico. Sin embargo, en el trato -a dichas personas de origen nativo- habían normas no escritas (sobreentendidas) con cierto tufo a segregación entre otras anomias. Es decir detrás del trato discriminatorio acechaban prejuicios de raza y clase social, los cuales todavía predominan en el continente.
Lo irónico es que esta actitud permea en muchas personas que dicen ser progresistas (exhibiendo su doble moral e hipocresía). En nuestras actuales sociedades todavía vivimos un racismo latente (encubierto) que a la menor provocación aflora y suele esconderse en el anonimato, incluido el virtual.
Escribo lo anterior en los previos de la 91 edición de los galardones cinematográficos “Oscar”, que se llevaran a cabo en un par de semanas (24/02/19) en el Dolby Theatre de Hollywood, Estados Unidos.
Me confieso un experimentado cinéfilo, no un crítico de cine, pero la película “Roma” de Alfonso Cuarón, me trajo recuerdos de plenitud e identificación con una ciudad y sus colonias que conocí -a pie- a inicios de los años ochenta. Filmada (varias escenas) hace un par de años precisamente en calles vecinas donde viven mis padres y hermanas Calzada México Tacuba. La historia de “Roma” (en blanco y negro), ha conquistado al público de Estados Unidos y, sorpresivamente, a los votantes del “Oscar”, que le dieron pleno reconocimiento (10 nominaciones).
Por algunos resquicios y miradas de la película se asoman crisis emocionales, urbanas y catástrofes rurales lo cual alimentan desigualdades del México de los setenta y sus conflictos sociales, como el “Halconazo” persecución que cobró la vida de centenares de estudiantes.
En la cinta el fenómeno más significativo y controversial es el de la protagonista Yalitza Aparicio (Cleo) que interpreta con ternura, naturalidad y contundencia a una sirvienta de origen mixteco. Controversial porque en el mundo virtual fue criticada -desde mi punto de vista- con mezquindad y envidia, en mensajes de discriminación que la asocian con: fealdad, utilización y exageración de reconocimientos.
Es lamentable concluir que décadas después, socialmente las cosas parecen no haber cambiado como pensábamos, es más –creo- perdimos muchos valores. En una de sus últimas entrevistas la actriz remarcó la dignidad y el orgullo de sus raíces oaxaqueñas, por lo que para frenar la discriminación, el cambio debe empezar por uno. Vale la pena ver esta historia y no perder detalle del diseño de producción, fotografía y guión original, entre otros.
La inclusión de Yalitza Aparicio, en sí ya hizo historia, por su nominación en la categoría a Mejor Actriz, gane o no la estatuilla que premia lo mejor del cine, ya marcó a la industria nacional e internacional al convertirse en la primera mujer con ascendencia indígena mexicana en ser elegida. Su historia también representa la valiosa condición de otras mujeres invisibles en América Latina.
(*) Periodista y economista
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