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CDMX 21/06/24). El periodismo es una actividad social, y como tal quien lo ejerce tiene propia opinión de los hechos que canalizará después a la audiencia de su medio. En la observación y decodificación de los sucesos informativos se trabaja con rigor, contexto y contraste de fuentes, buscando siempre el menor sesgo posible, más allá de la ideología o simpatía política, a la cual como cualquier ciudadano, el periodista tiene derecho.
El primer contacto del observador con un acontecimiento es clave, sin embargo, es humanamente imposible que se despoje de toda su subjetividad cuando aborda algo que concierne a su idea del mundo o circunstancia. Es clave, porque al final el reporte que haga, en la medida que deje en segundo plano sus preferencias personales, será mejor.
En tal contexto, recuerdo a un veterano maestro de periodismo (Miguel Ángel Granados Chapa) quien destacaba: “En conclusión debemos apegarnos a los hechos, cuando su veracidad y relevancia es sólida, ésta naturalmente se impone, y además nuestra credibilidad depende de ello”.
Al respecto, una reflexión y anécdota de los autores del libro Periodismo Urgente (Ricardo Raphael y Lizeth Vázquez Castillo) nos dice: Después de escuchar una composición de Beethoven, un hombre afirma en voz alta “¡Maravillosa la Sexta Sinfonía!”. Junto a él otro asistente al concierto refuta con vehemencia “Perdone, pero lo que venimos a escuchar es la Novena”. Los dos se obcecan al punto de olvidar las preguntas fundamentales: ¿Se trató de una pieza introspectiva, sutil y reflexiva o de una música heroica y libertaria? Si fue lo primero, era la Sexta Sinfonía, La Pastoral. De lo contrario fue la Novena, que desde 1972 es el himno del continente europeo.
La situación anterior, en el siglo XXI refleja la epidemia de la posverdad que tiene como constante el menosprecio de la evidencia, los hechos y los elementos objetivos del contexto.
En el periodismo, en sentido estricto objetividad y neutralidad pura no existen porque: Por un lado, la línea editorial del medio, de inicio condiciona al reportero, por otro, como cualquier persona los comunicadores tienen interpretación propia y el relato de los hechos varía dependiendo de quién lo cuente y qué medio lo publique. Esta situación suele generar polémicas y críticas, pero hay un extremo que -después- se exhibe por sí solo y es cuando un periodista oculta o deforma conscientemente un hecho (Por ejemplo, cubre una manifestación sobre el conflicto Israel-Palestina y, de manera consciente, utiliza adjetivos, medias verdades, inferencias y da sólo una versión del hecho).
Entre los retos de los medios y generadores de contenidos en la actualidad, considero están: a) Hacerlos rentables para ser más independientes. Generalmente su cercanía con el poder (Ejm. publicidad oficial) o intereses económicos y políticos determinan qué caminos seguir (¿recuerdan el dicho “Sigue la ruta del dinero”? También aplica en los medios), b) Ejercer una sana autocrítica y c) Incorporar a Defensores de Audiencias, entre otros.
En este oficio lo más importante es la audiencia, nuestra credibilidad y rigor profesional, pues los contenidos e investigaciones que publicamos se deben a la sociedad en su conjunto y no solamente a parte de ella. Sin olvidar que somos observadores de todos los poderes fácticos (político, económico, militar, religioso, etc).
Finalmente, la democracia -en general- se debilita si se tergiversa, censura, o silencian contenidos. Y con estas reflexiones recuerdo a Gabriel García Márquez cuando sobre el oficio solía precisar: “Me sigo considerando un reportero, porque mis textos tienen gran cantidad de investigación, de comprobación de datos, de rigor histórico, y de fidelidad a los hechos. (OJO) un periodista si no contempla tales aspectos, lo que se escriba podrá llamarse cualquier cosa, menos periodismo”. Concluía.
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(*) Periodista (ECSG) y economista (UAM Azcapotzalco)
