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La fiebre por las encuestas, los resultados que arrojan los medios (cada día más medios y variopintos), la bolsa de noticias falsas (fake news) en las redes sociales y la televisión de los albicelestes dan cuenta que llegan a unas elecciones para el infarto, al todo o nada. Argentina cruje.
La inestabilidad económica, sumada a la emocional provocan esta incertidumbre, que recién podría cambiar de color el domingo 19 en la noche cuando se sepa el ganador.
Sergio Tomás Massa (51) del frente Unión por la Patria, abogado, un peronista de larga data con renovados impulsos que busca torcer el magro mandato de Alberto Fernández. El actual ministro de economía plantea gobernar con unidad nacional y justicia social, impulsa un modelo exportador y, por si fuera poco: acabar con la grieta. Para algunos un arribista del poder, un oportunista, un camaleón de la política.
La pugna se debate con el economista Javier Milei (53) un liberal disruptivo que, con un discurso irreverente y hasta violento, busca un cambio cueste lo que cueste y a como dé lugar. Sus propuestas sobre la venta de órganos humanos, la liberación de la venta de armas, privatizar la salud, la educación, las empresas públicas, achicar al estado a la mínima expresión, romper relaciones comerciales con China y Brasil (principales socios comerciales), dolarizar la economía y cerrar el Banco Central de la República Argentina, entre otros, han seducido al electorado, sobre todo al más joven, que encuentra en Milei una opción para salir de la profunda crisis económica de su país.
El voto-bronca le dio ganador a Milei en las Primarias Obligatorias (PASO) en agosto pasado, sin embargo, en las elecciones oficiales de octubre, el peronista Massa obtuvo el primer lugar con un 36,7% de los votos y Javier Milei quedó en segundo lugar con un 30.4%, por ello disputarán mano a mano una segunda vuelta extra este domingo que viene ante un mar de expectativas.
A pocas horas de conocerse el resultado de las pasadas elecciones la candidata Patricia Bullrich (Juntos por el cambio) selló un acuerdo con Milei, en la casa del expresidente Mauricio Macri, dándole el apoyo ‘incondicional’ a La Libertad Avanza.
El debate vicepresidencial y cuatro días después el presidencial, recalentaron los ánimos y el agite en el territorio argentino. El estrés preelectoral no tiene límites y seguramente las farmacias acusarán buenas ventas de ansiolíticos hasta el domingo.
Las declaraciones sobre la admiración a Margaret Thatcher, de parte de Milei, así como la reivindicación de los gobiernos de la dictadura militar e incluso la propuesta de la candidata a vicepresidenta Victoria Villarruel de cambiar la Esma, el ex centro clandestino de detención, muerte y tortura hoy convertido en Museo de la Memoria reconocido por la Unesco como Patrimonio Histórico de la Humanidad, a un sitio de paseo y ocio, no hacen más que profundizar las diferencias y las posiciones de los argentinos que, en parte, deciden a quien votar por más que no les guste ninguna de las dos opciones.
El último tramo de la campaña no trata de seducir con propuestas sino denigrar al otro, inducir al voto por el No, mostrar lo malo del contrincante, es decir, la negatividad al palo.
Los argentinos deben votar por entre la gradualidad y el consenso con los mejores de cada fuerza versus una política de shock para salir del pozo.
Un cambio, un salto al vacío, una nueva oportunidad, el continuismo, etc., son algunas de las opciones que hartos de estar hartos deberán elegir en las próximas horas.
El miércoles 15, un día antes del cierre de campaña, la presidenta de la Cámara de Diputados, Cecilia Moreau, del Frente Renovador fue amenazada de muerte. Los ánimos se tensan en un escenario que parte a la Argentina y la ubica en una nueva etapa, pase lo que pase. El país ya no es el mismo. El lunes será otro y el futuro, a pesar de todo, parece que ya está entre nosotros.
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(*) Periodista (Argentina)
