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¿Qué diferencia a un humanista de un dataísta?. En su libro Homo Deus (Random House, 2016), el historiador israelí Yuval Noah Harari lo explica así: si un humanista ve un elefante, se pregunta “¿Qué siento?”, interesado en descubrir de qué manera esta experiencia transforma su subjetividad.
El dataísta, en cambio, no se cuestiona qué siente frente al elefante sino que toma su celular, le saca una foto al animal, la comparte en Facebook y luego se dedica a verificar cuántos “me gusta” obtiene la imagen. Harari llama “dataísmo” a la ideología que se sostiene en el principio de la conexión, el constante compartir información y el flujo descentralizado de los datos. El objetivo último del dataísmo es la creación de una internet capaz de procesar con suma eficiencia toda la información que produzca el hombre. Cuando este objetivo sea cumplido, dice Harari, el ser humano tal y como lo conocemos desaparecerá.
Homo Deus es un libro de macrohistoria que analiza procesos globales a gran escala para intentar descifrar hacia dónde apuntan los cambios del futuro. Harari recorre los orígenes del humanismo liberal para entender cómo hemos llegado hasta aquí: el historiador le dedica muchas páginas a la forma en que ha evolucionado nuestra relación con los animales y otros seres vivos del planeta. Si en algún momento el hombre fue recolector y cazador y creyó en religiones animistas, en las que todos los elementos de la naturaleza tienen espíritu, más adelante las religiones teístas justificaron la economía agrícola proponiendo que solo el hombre poseía alma y que los demás animales eran inferiores: para el cristianismo, los humanos dominan la Creación porque Dios así lo quiso. La idea humanista de que el hombre está en el centro de la creación –dice Harari– es la que ha conducido a la explotación de los animales a una escala cada vez más masiva y tecnificada: Harari critica los experimentos con animales y las granjas en las que se mantiene a vacas, chanchos, gallinas y otros animales domésticos vivos y alimentados pero en condiciones penosas de hacinamiento, separados de sus crías y sin poder moverse y socializar.
¿Qué tiene que ver esto con la historia? La creencia en la superioridad del hombre por sobre los otros seres vivos, acompañada por la expansión del capitalismo, ha alterado profundamente todos los ecosistemas terrestres, provocando que muchas formas de vida desaparezcan o se vean arrinconadas. Harari advierte que, curiosamente, podría ser el humanismo quien ponga fin a la preeminencia del ser humano: en su afán por mejorarse, el hombre se apoya en inteligencias artificiales y en algoritmos cibernéticos cada vez más avanzados que eventualmente harán superflua la intervención del hombre (la robótica, por ejemplo, ha desplazado a miles de obreros industriales en los últimos años).
Harari imagina un futuro en el que los seres humanos perderán completamente su valor y serán gestionados por algoritmos: “El sistema seguirá necesitándonos para que compongamos sinfonías, enseñemos historia o escribamos códigos informáticos, pero nos conocerá mejor que a nosotros mismos, y por lo tanto tomará por nosotros la mayoría de las decisiones importantes… y nosotros estaremos encantados de que lo haga”. En este escenario, una pequeña élite económica podrá acceder a mejoras genéticas y tratamientos médicos, mientras que “la mayoría de los humanos no serán mejorados, y en consecuencia se convertirán en una casta inferior, dominada tanto por los algoritmos informáticos como por los nuevos superhumanos”.
De esta manera, el dataísmo hará con los humanos lo mismo que hemos hecho con los animales: si se ha infravalorado la vida de los animales porque cumplen con funciones menos importantes, en un futuro podríamos vernos reducidos a datos que se disuelven en la gran red de internet.
Homo Deus es un libro que comparte muchas de las cuestiones que en los últimos años han ocupado a filósofos como el coreano-alemán Byung-Chul Han o el colectivo francés Tiqqun con respecto al desarrollo de la cibernética y los nuevos rumbos del capitalismo. Harari es capaz de ver en la cibernética el posible fin del humanismo liberal, pero es más pragmático en cuanto a la supervivencia del sistema: por dar un ejemplo, incluso la devastación del medioambiente será una oportunidad más para la expansión de los mercados, pues la contaminación permitirá la aparición de urbanizaciones con aire limpio para los “superhumanos” capaces de pagarlas. Tenía razón Fredric Jameson: es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo
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