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CDMX. 22/Abril/2014. Descubrí sus textos, su prosa, “su diarismo mágico” o “reportajes novelados” como él llamaba a sus libros, entre ellos a Cien años de soledad, El Otoño del patriarca, Crónica de una muerte anunciada, Crónicas y reportajes, etc. allá por 1980. Pero todo relato tiene un principio:
Mi terquedad por ser periodista a los 17 años, había convencido a mis padres y me llevó desde un pueblo del sureste boliviano (Yacuiba) en medio de la llanura y selva chaqueña, hasta la capital de Bolivia (La Paz) Allí, como todo adolescente, curioso e inquieto me acerqué a reporteros experimentados y tomaba cuanto curso se me atravesaba en el camino. Así llegué a Relaciones Publicas y Periodismo en el Lincoln Institute, un pequeño centro de estudios (técnico medio) conocido por sus cursos de secretariado para mujeres.
Todo sucedía en el contexto de un golpe militar reciente (el del Gral. Luis García Meza). El Lincoln se encontraba cerca de la Universidad (pública) Mayor de San Andrés, misma que había sido cerrada literalmente a punta de balas y su semestre clausurado hasta nuevo aviso. Eran tiempos donde (en las escuelas primarias y secundarias de todo el país) se pasaba de año sin hacer nada, solo por Decreto Supremo, cortesía del gobierno en turno.
En las noches eran parte del paisaje urbano, las persecuciones, la resistencia aislada, los disparos intensos y la presencia castrense. Castrante, pero la vida continuaba. A pesar de injusticias y conflictos que la sociedad paceña experimentaba. Así llegaron varios catedráticos de la universidad pública al pequeño instituto, mientras se aclaraba la incertidumbre de sus situaciones personales.
Así coincidimos varias personas, unas deseosas de aprender y otras de enseñar reflexionando la situación política que vivíamos. Recuerdo al Dr. Retamozo, quien había estudiado su posgrado en la Unión Soviética, al sociólogo peruano Del Águila (apasionado de Mariategui y de la literatura latinoamericana) y al periodista Quintana recién llegado de Venezuela. Fue éste último el más visceral y “sui generis” para motivar, de entrada había que leer Crónicas y Reportajes de Gabriel García Márquez, un colombiano periodista y escritor brillante -en su opinión- además de necesario y fundamental para el periodismo. Quintana sencillamente no concebía el oficio, sin su lectura.
Ese fue mi primer encuentro con García Márquez, sus reportajes y crónicas desde 1954, a través de un profesor de periodismo formado en Venezuela y Colombia. Con él, analizábamos su descripción y el ritmo de sus textos: La Marquesita de la Sierpe, La extraña idolatría de la Sierpe, ¿Por qué va usted a matinée?, El cartero llama mil veces, Crónicas exclusivas desde Roma, La prensa da la señal de alarma, Las historias negras de los testigos, entre otras.
Pasaron los meses, y las cosas empeoraron endureciendo aún más, el conflicto social de por si asfixiante, violento y mortal. Entonces, nació la idea de salir del país a toda costa, la lectura política que hacían los profesores resultó una premonición inexorable y oscura. Al final la mayoría de los interlocutores acabamos en el exilio o autoexilio.
En este escenario llegué a ciudad de México los primeros meses de 1981, a estudiar periodismo, lo cual hice en la Escuela Carlos Septién García. Nuevos compañeros, nuevos maestros, en los primeros cursos me volví a encontrar con los libros de García Márquez, para entonces sabíamos que vivía en Distrito Federal y siempre se definía asimismo, como reportero, periodista antes que escritor o literato.
En una vacación de verano de 1983 aproveche un largo viaje en Bus a Ciudad Obregón y Baja California (alrededor de 30 horas continuas) para leer Cien años de soledad, como a la mayoría me sedujo su historia. Me recordaba a los pueblos del Chaco, a sus llanuras, al trópico boliviano, en tres días lo asimilé en plenitud, tragedias, risas, supersticiones, erotismo y las insólitas aventuras de la familia Buendía a lo largo de varias generaciones, José Arcadio y Úrsula punto de partida y fundacional del mítico Macondo, donde transcurrirán precisamente cien años de soledad.
En esta historia, como en la vida misma, se repiten nombres situaciones y errores. La pasión de sus personajes actúa contra toda lógica, con lo cual se reafirma el “realismo mágico” en América Latina. Con su lectura vivimos lluvias interminables, enfermedades, creencias, olvidos, insomnios, la llegada sistemática de gitanos que incluyen un aliento de civilización a Macondo. Trópico, sudor, hamacas de pasión, muertos perturbados, silencios eternos, amores imposibles, maldiciones, locura, enredos de poder, etc. Todos ingredientes de una realidad delirante que marco a los estudiantes de mi generación y a los de todo el mundo.
Así llego 1984, y en el Distrito Federal, se preparaba el lanzamiento del periódico La Jornada, en ese contexto, hubo un acto relacionado a dicha fundación, en Bellas Artes, me colé al evento en el auditorio pequeño del recinto, mismo que se ocupa para conferencias y presentaciones de libros. Afortunadamente después de burlar algunos controles ingresé al interior, estaba repleto, reconocí a escritores invitados, pero definitivamente me deslumbró la presencia de Gabriel García Márquez, en tan solo unos segundos, me acerqué y apenas pude saludarlo de mano, “soy un estudiante de periodismo” le solté, “Ah, qué bien, aquí hay varios compañeros tuyos”, me respondió.
Así de breve, y significativo, fue ese único encuentro con dicho autor. De ello pasaron 30 años y hoy en una tarde gris, y con largas filas de capitalinos, colombianos residentes y demás ciudadanos, regrese al mismo recinto para despedir a García Márquez, un latinoamericano sencillo y vital en nuestro oficio, el mejor del mundo, afirmaba.
En 1991, según cita Antonio Lucas, Gabo escribió: “Toda la vida he sido periodista. Mis libros son libros de periodista aunque se vea poco. Pero definitivamente tienen una gran cantidad de investigación (fuentes), de comprobación de datos (contrastación), de rigor histórico, y de fidelidad a los hechos (contexto)”.
Esta afirmación para mí, es la esencia de su enseñanza. Si no se contempla dichos aspectos, lo que se escriba podrá llamarse cualquier cosa, menos periodismo.
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(*) Periodista (EPCSG) y Economista (UAM-Azc)
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