Foto: Jorge Zepeda
(Publicación El País, Internacional).
Peña Nieto enfrenta una tarea en extremo delicada. Ceder demasiado provocaría un quebranto irreversible; mostrarse intransigentes desataría la belicosidad obsesiva.
JORGE ZEPEDA PATTERSON. México 25 ENE 2017 – 23:58
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A México le resultará muy difícil poder negociar algo, lo tienen colgado de los pies en la orilla de un alto edificio, dijo palabras más palabras menos un alto funcionario canadiense. Una imagen más propia de una película de gánsteres que de un escenario geopolítico. Pero no anda tan errado. La asimetría entre Estados Unidos y México es de tal magnitud, que en efecto el matón de la película, Donald Trump, tiene todo el músculo que necesita para negociar la agenda a su placer.
Consciente de que nada lastima más a los inversionistas y a los mercados bursátiles que la incertidumbre (el peso sigue perdiendo valor con cada tuit de Trump), el presidente Enrique Peña Nieto ha decidido acudir a la peligrosa cita en la azotea de un rascacielos, continuando la alegoría del canadiense. Los mexicanos contemplan la reunión como una instancia decisiva para el futuro del país; y no tanto por lo que pueda conseguir Peña Nieto, sino porque podría mostrar de una vez por todas hasta dónde está dispuesto a ir Trump en sus amenazas contra México.
Los temas de migración, muro y remesas son importantes, desde luego. Pero el país será otro si el Tratado de Libre Comercio es modificado radicalmente tal como lo pretende Washington. Trump ha amenazado con tarifas aduanales de hasta el 35% a los productos mexicanos en un TLC renegociado. Nuestras autoridades han dejado en claro que en tal caso nos retiraríamos del Tratado y nos acogeríamos a las reglas de la Organización Mundial del Comercio, de la cual México y Estados Unidos forman parte: aranceles de 1,9% promedio, 6,4% en caso de productos agropecuarios.
Parecería una salida fácil e impecable pero no lo es. El equipo de Trump litigaría ante la OMC sobre impuestos mexicanos como el IVA que para ellos constituyen una irregularidad, y podrían actuar fiscalmente, de manera interna, contra empresas estadounidenses que se instalen en nuestro país con el propósito de exportar sus productos al norte. Contra eso no habría defensa.
Y por otra parte, no estoy tan seguro que el mundo o los organismos internacionales quieran meterse al pleito contra el gánster. Ya lo mostró Canadá, el otro miembro del TLC: hace unos días afirmó que en lo sucesivo podría recurrir a acuerdos bilaterales con Estados Unidos. En otras palabras, optó por una especie de sálvese el que pueda y nos dejó solos. Unas horas después de la declaración canadiense, Trump levantó el veto de Obama al ambicioso oleoducto que conectaría a Alberta, Canadá, con el Golfo de México. La conclusión es evidente, Trump tiene tantas cartas que puede negociar pequeñas concesiones (a la OMC, si fuera necesario) para sacar adelante sus objetivos. Y por desgracia su objetivo es México.
Dicho así, me parece que la mejor estrategia posible consiste en descifrar la psicología del gánster y actuar en consecuencia. Trump está urgido de victorias fáciles y rápidas. Le importa más dejar la impresión de que ha vencido, y ufanarse de ello, que obtener metas demasiado concretas. La reacción visceral que ha tenido en contra de la prensa que, a su juicio, lo ha desafiado, ilustra lo peligroso que puede llegar a ser una vez que se obsesiona con un enemigo, sobre todo si lo tiene tomado de los pies a la orilla del precipicio.
México tendría que encontrar la forma de que Trump saque adelante dos o tres de sus promesas, al menos en apariencia y gestionando el menor daño posible, y propiciar que nos deje en paz el resto de su administración. El neoyorquino es adicto a los conflictos; habría que asegurarnos de que los encuentre en otra parte.
Simultáneamente tendríamos que activar todos los canales que directa e indirectamente le hagan saber a la Casa Blanca los muchos daños colaterales que sufriría Estados Unidos en caso de una debacle de la economía mexicana. Es decir, crear un ambiente favorable para que Trump se conforme con algunos cambios cosméticos en la relación con México y considere cumplida la misión. O en plata pura: “Ayudémosnos, ¿cómo te apoyo sin que me jodas?”.
Peña Nieto y su equipo enfrentan una tarea en extremo delicada. Ceder demasiado provocaría un quebranto irreversible; mostrarse intransigentes desataría la belicosidad obsesiva del matón de la azotea. Y no le demos vueltas: podemos apelar a la épica heroica y escupirle; él simplemente nos enviaría de cabeza al abismo.
FUENTE: http://internacional.elpais.com/internacional/2017/01/25/mexico/1485383735_796694.html
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