-De “enemigo público No. 1, a pastor evangélico”
-Genio del mal, pero muy religioso
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“Maté para vivir bien”, declaró el mayor asaltante de bancos, a la prensa mexicana, ávida de sensacionalismo, estaba atenta a sus golpes; lo nombró “El Jonh Dillinger mexicano”, ese hábil asaltabancos estadounidense, que en la década de 1930, se convirtió en un ícono de la cultura popular de ese país; un líder que amasó una enorme fortuna que le dejaron cientos de robos espectaculares, fugas de las cárceles a donde era confinado, famoso por poner de cabeza a las distintas policías que no hallaban la forma de detenerlo.
Y la comparación no era del todo descabellada, Alfredo Ríos Galeana fue una figura de la crónica policíaca del México de los años 70’s y 80’s. Lideró una bien organizada banda de asaltantes, que lo mismo robaba tiendas de barrio, transporte público, hospitales, casas en exclusivas zonas habitacionales, pero su fuerte eran los bancos.
Para la prensa no tenía reparos; en prisión, Ríos Galeana daba entrevistas, y ahí señaló que esa era parte de su técnica; antes de robar un banco, primero “tanteaba” a la policía con robos a farmacias o tiendas de conveniencia, ahí valoraba qué tan preparados estaban los cuerpos de la policía; estudiaba sus movimientos, los patrullajes y los distraía, y así, mientras la policía vigilaba otro tipo de negocios, de sorpresa llegaba la banda a un banco y en pocos minutos se hacían de jugosos botines.
Los escapes estaban planeados hasta el último detalle, las rutas de escape, los autos que cambiaban, las casas de seguridad, todo detalle estaba perfectamente cuidado, lo cual dificultaba su captura. Para la criminología actual, Ríos Galena no sería un tipo que se movía por poder o por dinero, sino era un adicto a la adrenalina; le gustaba ser perseguido, evadir a la policía, mostrar que él era más listo, más astuto, por lo cual mostró un bajo perfil mientras se ocultaba.
El propio Ríos Galeana declaró que de niño, veía cómo su madre, que era costurera, trabajaba muchas horas y solo tenía el dinero suficiente para sobrevivir, para irla pasando. Por eso, al terminar la preparatoria, convenció a su progenitora a dejar su natal Arenal de Álvarez, en Guerrero, para probar suerte en el entonces Distrito Federal.
Lo cual hicieron, y el joven Alfredo Ríos, de 18 años de edad, se enroló en el Ejército Mexicano, para llegar a ser sargento segundo, en la Brigada de Fusileros Paracaidistas, pero desertó y comenzó su carrera criminal, sin embargo, en su personalidad también había un hombre de fuertes convicciones religiosas, la cual le ordenaba llevar una vida honrada.
Entonces decidió participar en la Policía del Estado de México, en el tristemente célebre Batallón de Radio Patrullas de Estado de México, institución que fue creada con la finalidad de contar con los elementos más capacitados, con tecnología de punta, creada para la seguridad de bancos y empresas.
El famoso cuerpo, conocido como “Barapem”, que en el papel representó un paso adelante en los cuerpos policíacos mexicanos, en poco tiempo fue rampante y descarada la corrupción que reinaba en su interior; la ciudadanía decía que en vez de vigilar, visitaban negocios de todo tipo para extorsionar a los dueños, una forma de cobrar “el derecho de piso”, pero en vez de que esta lo hiciera la delincuencia organizada, eran los mismos policías los que se dedicaban a esta lucrativa actividad.
Incluso, se rumoraba que la Barapem, “cazaba” a obreros y albañiles que “cobraban la raya” los viernes, para detenerlos, inventarles delitos y despojarlos de sus raquíticos salarios.
En prisión, Ríos Galeana contó que los jefes del Barapem, ponían una cuota diaria, la cual debían de cubrir los efectivos de la forma que fuera -algo que también hacía la policía del Distrito Federal y su tristemente célebre titular, Arturo “El Negro Durazo”-. En caso de no cubrir “la cuota”, se descontaba del salario semanal.
Por eso, en cierta ocasión, Alfredo Ríos Galeana, aún elemento del Barapem, llegó a su casa después del trabajo y se le ocurrió asaltar una tienda de conveniencia. Se cambió de ropa, se llevó una gorra de beisbolista, un pasamontañas y su arma de cargo, y asaltó. El robo duró menos de tres minutos, lo realizó sin mayores contratiempos y el botín le permitió pagar la cuota, además de dejarle mucho más dinero que lo obtenido con sueldo y corruptelas, por lo cual abandonó la corporación y se dedicó de lleno al robo.
ENEMIGO PUBLICO, cantante, fugas y pastor evangélico.
Los golpes de la banda fueron vistosos, escandalosos y siempre estuvieron en la prensa; como él mismo lo contó, su táctica era distractora, por lo cual elegía un banco y en las semanas previas comenzaban con robos a tiendas, farmacias, transporte público, casas habitación y locales en las zonas aledañas.
Y mientras la policía reforzaba la vigilancia en una zona, de sorpresa llegaba una banda bien armada y en minutos asaltaba lo mismo bancos, que tiendas de la desaparecida Conasupo, oficinas de telégrafos o empresas que llevaban la nómina de los trabajadores.
De los primeros robos de Ríos Galeana, destaca el realizado a una sucursal de Bancomer, en el estado de Hidalgo, donde fue cercado por la policía y durante el escape, murieron policías, un taxista y conductores a los cuales les robaron el auto para huir, pero adicionalmente los prófugos los privaron de la vida.
Para 1981, Ríos Galeana se encontraba en prisión, y la prensa contabilizaba 26 asaltos bancarios, 17 robos a casa habitación, 50 a comercios, así como espectaculares asaltos a instalaciones de la Conasupo y oficinas de Telégrafos. Él mismo aceptaba que en su paso por el Barapem, concoció el movimiento del dinero, y perfeccionó sus técnicas delincuenciales. Para muchos cronistas de la nota roja y el delito, el asalto más espectacular fue el que realizó en contra del Instituto Nacional de Cardiología, en la zona de hospitales, al sur de la CDMX.
De prisión se fugó en tres ocasiones, y fiel a su modus operandi, fueron espectaculares y mediáticas; en 1986, Ríos Galeana fue perseguido por una nube de policías y judiciales que no le daban alcance; así llegaron a la altura de Plaza Aragón, en el municipio de Ecatepec.
Tomó por asalto un camión de pasajeros, el cual abandonó, amenazando al conductor de un auto particular, el cual y con el pánico de ser asesinado, descendió de la unidad para dejarlo en sus manos, pero estaba rodeado y al ver que no lo lograría, decidió entregarse.
Ríos Galeana fue procesado, y condenado a 40 años de prisión, en el Reclusorio Sur de la hoy CDMX; meses después, un grupo de al menos seis de los integrantes de su banda, se introdujeron al penal entre los visitantes al reclusorio; armados con pistolas y con una granada de fragmentación, amenazaron con matar a los familiares de los reos, y se dividieron en dos grupos; uno fue por Ríos Galeana a su celda, y el otro voló una pared. La tercera y la última fuga.
Incluso, se manejó seriamente la posibilidad de que la condena de 40 años, la cumpliera en el penal de Las Islas Marías, donde seguramente le sería imposible fugarse, pero nuevamente se les adelantó y huyó.
Entre los hechos del pintoresco y mediático asaltabancos, es que se hizo cantante pues como él mismo lo dijo, “cantaba muy similar a Javier Solís”. Grabó tres discos donde cubría su rostro con una máscara negra y se llamaba “El Charro misterioso”. De hecho, en una de sus presentaciones en un palenque clandestino, un grupo de judiciales iba a apresarlo, pero él se dio cuenta por lo que se soltó una balacera, y nuevamente huyó de las manos de la justicia.
El propio Arturo Durazo, el temible “Negro”, lo llamó “enemigo público No. 1”.
LA CAPTURA.
Tras su último escape en 1986, ya no se supo más de él; se especuló que al estar al servicio de los altos mando de la seguridad nacional, se había vuelto un elemento incómodo, por lo cual lo habían mandado ejecutar para que desapareciera de la vida pública.
También se mencionó que con los muchos millones que le habían quedado de sus hurtos, se había ido a vivir a Guatemala u otro país de suramérica. Pero fue hasta el año 2005, en el condado de Los Ángeles, en Estados Unidos, que al intentar tramitar una licencia para conducir, se presentó un sujeto de nombre Arturo Montoya, sin embargo el agente que lo entrevistaba notó algo raro, un presentimiento y corazonada que lo llevó a comparar las huellas de esa persona, que era pastor evangélico y residía en la ciudad californiana, con la base de datos de criminales, y ahí saltó una orden de aprehensión que llevaba 20 años abierta, a nombre de Alfredo Ríos Galeana.
El alias, Arturo Montoya fue detenido y se le dio aviso a las autoridades mexicanas, quienes lo trajeron de vuelta, y Ríos Galeana fue llevado nuevamente a prisión, pero todo había cambiado, ya que las condiciones y la corrupción de los años 80 eran más discretas; por desgracia este mal no ha desaparecido, pero al menos ya no es tan evidente ni cínico como en esos años.
Fue llevado al penal de máxima seguridad de El Altiplano, de donde ya no pensó escapar, pues como él mismo lo dijo, era un ministro de Dios, y que él sabía que tenía una deuda con la sociedad. En 2019 comenzó a sentir que le faltaba el aire, por lo cual recibió asistencia médica pero no lo logró, su vida terminó, dejando la leyenda de un tipo fanfarrón y violento, que corrompió a la justicia mexicana varias veces, que se fugó y se burló de las instituciones de justicia durante los años 80.
Entre las declaraciones que levantaron ámpula, destaca una, cuando dijo que le hubiera gustado darle dinero a las familias de los policías que asesinó, para que vivieran mejor; y otra, donde aseguraba que seguía cantando, pero ya no eran melodías de Javier Solís, sino alabanzas a Dios, pues ya era su ministro y no paraba de alabarlo…
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(*) Periodista y Mtro. Universidad Autónoma Metropolitana (Azc)
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