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FUENTE 1/Primer Enlace: https://institutorambell.blogspot.com/2022/12/el-arte-de-pensar.html
FUENTE 2/ Enlace Directo al libro completo de 203 páginas: https://drive.google.com/file/d/1XdKkxyRsEESxgSr-TSlztT_JVcRF3mzp/view
VIDEO (Fuente YouTube) Explicación sobre el contenido del libro: https://www.youtube.com/watch?v=Mxt7FtPQBGk
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INTRODUCCIÓN
Quién nos iba a decir que en pleno siglo XXI la felicidad se convertiría en un instrumento de tortura. Soportamos una maldición que pasa inadvertida para la mayoría de las personas: la maldición de la felicidad. Nos han condenado a ser felices por obligación y, lo que es más preocupante, por imitación. Y lo han hecho de una manera tan sutil y sofisticada que hemos llegado a creer que la idea es nuestra. Nos han sugestionado para sentirnos felices, pero ojo, que sentirnos felices no es lo mismo que serlo. Porque esta tiranía parte de una concepción interesada sobre una felicidad sentimental, emocional y ligera, algo instantáneo y fácil de adquirir. Nos han convertido en drogodependientes emocionales. La condena está clara, castigados de por vida a inyectarnos esa felicidad postiza, y caemos en una búsqueda incesante de dosis en cualquiera de sus variantes, que se enmarcan dentro de la palabra de moda: Tendencias. Estas tendencias están relacionadas con el consumo experiencial, pues ahora lo que vende son las experiencias, las sensaciones que nos perturben, que nos trastornen, que nos exciten y sean capaces de alterar nuestro estado de ánimo, eso sí, siempre asociado a emociones positivas. Cada día diseñan nuevas dosis, a cuál más apetecible, y han logrado tener una oferta tan sustancial y estimulante que es imposible probarlas todas.
La maldición consiste en querer saborear cada una de estas dosis, y por ello hemos caído en la trampa depravada de esta maldición: la hiperacción, la hiperactividad. Para no desarrollar el síndrome de abstinencia hipermoderno, procuramos consumir cuantas más porciones mejor. Sabiendo esto, el mismo Sistema nos anima a llevar una política de check-list. Nos espolea a tener nuestras listas para que vayamos verificando cada una de las dosis que consumimos: restaurantes de moda, viajes que no te puedes perder, el último gadget que acaba de salir al mercado, esas clases de zumba-yoga-boxing que son geniales, las sesiones de mindfulness, celebrar un brunch los viernes, tatuarse, ser hípster, maratoniano, vegano… Lo único que tenemos que hacer es tachar de la lista cada dosis consumida, no sin antes publicarlo en Facebook e Instagram.
Como la oferta de dosis es tan amplia, el Sistema logra tenernos ocupados, enganchados y sometidos a una incesante actividad, a una hiperactividad. Para colmo sabemos que muchas de estas dosis están diseñadas con fecha de caducidad, por lo que el tiempo apremia y la ansiedad termina haciendo su aparición. Castigados a no parar, a no detenernos. Obsesionados con la felicidad encapsulada en pequeñas raciones. El Sistema ha logrado prefabricar una idea popular de felicidad instantánea y soluble asociada al hiperconsumo, tanto emocional como material. Parar, detenerse, reflexionar… es agonizar, como bien decía el príncipe de Dinamarca, Hamlet: «Morir, dormir».
Se ha impuesto la dictadura de la acción frente a la reflexión y es más urgente que nunca reavivar el pensamiento crítico que agoniza. Porque en esta sociedad de la turbo temporalidad, del culto al instante, de la prioridad a lo inmediato, siempre termina haciendo acto de presencia el pensamiento crítico. Tarde o temprano el análisis, el estudio y la reflexión aparecerán en nuestras vidas, y en muchos casos vendrán acompañados de sufrimiento a causa de no haber sabido (o no haber querido) pensar críticamente, y para esto no hay consuelo. Por mucho que mantengamos nuestras vidas bajo el paradigma de la hiperacción, la reflexión siempre termina llamando a la puerta y molestando, cual invitado incómodo que se presenta en la tranquilidad de la noche y nos pilla desprevenidos, desorientados y sin nada en la nevera para ofrecerle.
Pensar bien, como todo elemento de valor, es un arte, y necesita muchas horas de trabajo y esfuerzo para pulirlo de cara a presentarlo en todo su esplendor, pues cabe recordar que actualmente se encuentra en peligro de extinción y progresivamente va languideciendo sin que nadie repare en él.
De un modo sutil, y si me apuran casi elegante, el Sistema liberal de mercado, el capitalismo, ha logrado el crimen perfecto. Lo admirable de este crimen es que no va a ser portada de noticieros, ni se celebrará funeral por la víctima, entre otras cosas porque nadie sospechará que está muerta. La falta de sospecha se justifica porque el Sistema ha sabido ocultar al peor enemigo que tenía enfrente: el Pensamiento Crítico. Para hacerlo ha lanzado cortinas de humo desviando la atención hacia otros adversarios y problemas (el cambio climático, los antisistema, el post humanismo, el terrorismo fundamentalista, la crisis económica, la robotización de lo cotidiano…) mientras se encargaba de dejarlo moribundo y reemplazarlo por una copia que maneja a su antojo.
De la misma manera que ha sabido teledirigir la mirada social hacia estos «adversarios y problemas», también ha desarrollado una serie de alianzas para su propósito que se han encargado de crear las circunstancias adecuadas para que nadie eche de menos al Legítimo. No lo echamos en falta porque el propio Sistema ha construido una réplica virtual del mismo para presentarlo como real, un títere cuyos hilos son movidos siempre en la misma dirección y por las mismas manos. Y claro, el artificio de este Pensamiento Crítico virtual se presenta de manera tan realista que no logramos percibir que el auténtico está postrado en fase agonizante. Este farsante ha usurpado el trono del Genuino y ahora comanda la dirección hacia la que debe caminar la sociedad. Pone el foco de atención en el eje emocional del ser humano en pos de ir construyendo una colectividad intelectualmente anestesiada, a la vez que ensimismada, en un concepto adulterado de felicidad.
Mientras esto sucede, y de manera sibilina, la sociedad se somete al imperio de las emociones y de la hiperactividad impulsada por un ejército de aliados como la aceleración, el ímpetu, la pasión, la vocación, el entusiasmo, el mindfulness, el coaching, la meditación, el yoga… (muchas son actividades a realizar en un periodo concreto de tiempo determinado, alejando así la pretensión de convertirlo en hábito) a la vez que indirectamente debilita al pensamiento crítico, creando las circunstancias necesarias para que su desarrollo no tenga cabida. La consecuencia del crimen la estamos sufriendo en carne propia: el desequilibrio.
El equilibrio es el principal mecanismo en el que se sustenta la formación del individuo y la única manera de conservarlo es haciendo uso del pensamiento crítico. Sabiendo esto, el liberalismo económico ha puesto en marcha una estrategia de acoso y derribo con el fin de debilitarlo al máximo. La consecuencia es notoria: vivimos en una sociedad desnivelada. El equilibrio entre razón y emoción definitivamente ha decantado la balanza hacia esta última. En su estrategia, el Sistema ha conseguido dos cosas: la primera es que no percibamos que estamos desequilibrados. La segunda, que es consecuencia de la anterior, es el ostracismo y olvido al que hemos relegado el pensamiento crítico.
Educar a personas equilibradas, que sean capaces de comprender y controlar sus emociones y que, al mismo tiempo, tengan la habilidad de hacer eso mismo con sus semejantes, ha sido el objetivo de la educación desde la Antigüedad. Ya Platón, en su mito del Carro Alado, nos exponía la necesidad de que el auriga que dirigía el carro y que representaba la parte racional del ser humano fuese capaz de guiarlo hacia el Mundo de las Ideas, que tuviese la habilidad de controlar las pasiones innobles del ser humano (el caballo negro) y las pasiones nobles (el caballo blanco). No en vano, su más preciado discípulo, Aristóteles, definía el comportamiento virtuoso (alcanzar la virtud) como aquel que se conseguía teniendo como referente al término medio, es decir, la consecución del equilibrio, y estos dos pensadores, a pesar de desarrollar filosofías divergentes, coincidían en que el buen uso del pensamiento crítico era la única vía para lograrlo.
Junto a este culto del uso adecuado del pensamiento, ambos entablaron una lucha encarnizada contra el mundo de la opinión y de las creencias, cada uno con su metodología. Platón se mostró enemigo de las imágenes proyectadas, en su caso en el fondo de una caverna, y situó la Episteme, el Conocimiento, como el grado de saber al que tenemos que aspirar. Aristóteles llegó a afirmar que lo que nos distingue del resto de seres vivos es el uso de la palabra. En su intento de definir cuál era la idiosincrasia del ser humano, el discípulo de Platón desarrolló una teoría sobre la felicidad basada en el buen uso de la razón.
«La razón de que el hombre sea un ser social, más que cualquier abeja y que cualquier otro animal gregario, es clara. La naturaleza, pues, como decimos, no hace nada en vano. Solo el hombre, entre los animales, posee la palabra». Política, Libro I.
Pero he aquí que vivimos en un mundo donde la imagen ha ganado el terreno a la palabra, donde la omnipantalla invade cada rincón de nuestra cotidianidad, marcando el devenir de la razón y sustituyendo a la palabra como fuente de análisis. Por esto es inmediato ponerse manos a la obra si queremos resucitar aquello que mejor nos definía como especie: el Pensamiento Crítico.
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