LIBRO COMPLETO PDF (99 Páginas): https://drive.google.com/file/d/1PGGtasbFHWKoD2IadUxorbOEhwzp8LWp/view
Este libro reúne 14 artículos y 2 conversaciones de Byung-Chul Han acerca de la expansión del capitalismo y sus consecuencias.
———- O ———-
(Fragmento/introducción/contexto)
Lo que hoy llamamos crecimiento es en realidad una proliferación carcinomatosa y carente de un objetivo fijo. Actualmente estamos asistiendo a un paroxismo de producción y de crecimiento que recuerda a un paroxismo de muerte. Finge una vitalidad que oculta que se está avecinando una catástrofe mortal. La producción cada vez se parece más a una destrucción. La autoalienación de la humanidad posiblemente haya alcanzado aquel punto en el que ella experimenta su propia destrucción como un goce estético. Lo que Walter Benjamin dijo en su momento sobre el fascismo se puede aplicar hoy al capitalismo.
En vista de su frenesí destructivo Arthur Schnitzler compara a la humanidad con bacilos. Según esa comparación, la historia de la humanidad se desarrolla como una enfermedad infecciosa mortal. Crecimiento y autodestrucción se identifican:
¿Realmente sería tan impensable que también la humanidad representara una enfermedad para algún tipo de organismo superior que nosotros no pudiéramos concebir en su totalidad, dentro del cual ella tuviera la condición, la necesidad y el sentido de su existencia, y que tratara de destruir aquel organismo, y que finalmente tuviera que destruirlo cuanto más se desarrollara ella misma, exactamente igual que el género de los bacilos trata de destruir al individuo humano «infectado»?1
La humanidad está aquejada de una ceguera mortal. Solo es capaz de advertir órdenes inferiores. Ante los órdenes superiores es tan ciega como los bacilos. Por eso la historia de la humanidad es una «lucha eterna contra lo divino», que «necesariamente es destruido por lo humano».
Freud compartiría sin reservas el pesimismo de Schnitzler. En El malestar en la cultura Freud escribe que el hombre, con su «cruel agresividad», es una «bestia salvaje que ni siquiera respeta a los miembros de su propia especie».2 La humanidad se destruye a sí misma. Aunque en algunas ocasiones Freud habla de la razón, que sería capaz de advertir órdenes superiores, sin embargo el hombre es dominado en última instancia por los instintos. Para Freud, la causa de las tendencias agresivas es la pulsión de muerte. Apenas pocos meses después de que se terminara de escribir El malestar en la cultura estalla la crisis económica mundial. En ese momento Freud podría haber afirmado que el capitalismo representa aquella forma económica en la que el hombre puede desfogar mejor su agresividad como bestia salvaje.
En vista de la destructividad del capitalismo no parece descabellado asociarlo con la pulsión de muerte de la que habla Freud. El economista francés Bernard Maris, que fue asesinado en 2015 en el ataque terrorista al Charlie Hebdo, sostiene en su estudio Capitalismo y pulsión de muerte la siguiente tesis: «La gran astucia del capitalismo consiste en canalizar las fuerzas destructivas y la pulsión de muerte y reconducirlas hacia el crecimiento».3 Según la tesis de Maris, la pulsión de muerte, de la que el capitalismo se sirve para sus propios fines, acaba siendo una catástrofe. Con el tiempo sus fuerzas destructivas terminan imponiéndose y arrollando la vida.
¿Realmente la pulsión de muerte freudiana es apropiada para explicar el proceso destructivo del capitalismo? ¿O lo que domina el capitalismo es un impulso de muerte de tipo totalmente distinto, inasequible para la teoría freudiana de las pulsiones? Freud hace una fundamentación puramente biológica de la pulsión de muerte. Él especula que en algún momento una enorme aplicación de fuerza despertó en la materia inerte las propiedades de la vida. La tensión que entonces surgió en la materia anteriormente inerte trató de eliminarse. Así es como surgió en el ser vivo el impulso a regresar al estado inerte. Había nacido la pulsión de muerte: «El objetivo de toda vida es la muerte, y si nos remontamos al pasado, lo inerte existía desde antes que lo vivo».4 La pulsión de muerte hace que todas las instancias de la vida se reduzcan a «satélites de la muerte». Las pulsiones de vida no tienen ninguna finalidad propia. Incluso los impulsos de autoconservación y de poder no son más que pulsiones parciales, destinadas solo a «asegurar el propio camino del organismo hacia su muerte e impedir otras posibilidades de regreso a lo inorgánico que no sean las inmanentes».5 Lo único que quiere todo organismo es morir a su manera. Por eso se resiste a las influencias externas, que «podrían ayudarlo a alcanzar su objetivo vital por el camino más corto (por cortocircuito, digámoslo así)». La vida no es otra cosa que el hecho de que cada uno de los seres está vuelto hacia su propia muerte. Es evidente que la idea de la pulsión de muerte ejerció sobre Freud una fascinación permanente. A pesar de su vacilación inicial se aferró a ella:
El supuesto de la pulsión de muerte o de destrucción tropezó con resistencia aun dentro de círculos analíticos. […] Al comienzo yo había sustentado solo de manera tentativa las concepciones aquí desarrolladas, pero en el curso del tiempo han adquirido tal poder sobre mí que ya no puedo pensar de otro modo.7
La idea de la pulsión de muerte fascina tanto a Freud porque se puede aducir como explicación del impulso humano de destrucción. La pulsión de muerte trabaja en el interior del ser vivo para desintegrarlo. Freud interpreta este proceso de muerte como el resultado de una autodestrucción activa. Por eso la primera forma como se manifiesta la pulsión de muerte es la autoagresión. Solo la pulsión de vida, el Eros, se encargará luego de que la pulsión de muerte se dirija hacia fuera, contra los objetos. La agresividad hacia los demás protege al ser vivo de su autodestrucción:
Así la pulsión sería compelida a ponerse al servicio del Eros, en la medida en que el ser vivo aniquilaba a otro, animado o inanimado, y no a su sí-mismo propio. A la inversa, si esta agresión hacia afuera era limitada, ello no podía menos que traer por consecuencia un incremento de la autodestrucción, por lo demás siempre presente.8
(continua en PDF)
———- O ———-
(*) Escritor, filósofo y ensayista surcoreano experto en estudios culturales y profesor de la Universidad de las Artes de Berlín.
Categorías
- Artículos de Opinión (673)
- Artículos Literarios (123)
- Canal Interés Público (Videos) (62)
- CDMX (México) (375)
- ESTADOS (México) (73)
- Internacional (91)
- Latinoamérica (70)
- Libros (PDF), Reseñas y Documentales. (98)
- Prensa en General (1,430)
- Uncategorized (1)