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En ocasiones observo los prejuicios de mentes conservadoras, con el que se aproximan a textos breves, micro relatos o poemas; suelen ser puristas (in extreme) de lo que consideran “poéticamente correcto” (métrica, rima, etcétera) lo cual deriva en ciertas poses de superioridad. No es lo mío, doy un paso al costado y continúo.
Considero que escribir textos literarios, como todas las formas de creación es uno de los pocos resquicios de libertad que aún nos queda. Sin embargo al someterlo a convencionalismos rígidos (o normas caducas), dichos prejuicios cobijados en apreciaciones academicistas le quitan brillo al contenido y alas a esa libertad. Y es que lo íntimo: el dolor, el amor, el miedo, la soledad y la muerte -por ejemplo-, son cuestiones de todos y superan cualquier clasificación genérica.
Se debe escribir –y estoy convencido- a pulso firme con profundo amor y respeto por las palabras, con honestidad y autenticidad sin complacencias, aunque no encajemos en galardones, ni antologías de lo formalmente poético o lugares comunes. No importa.
Finalmente, mis tercos y traviesos Fidelgandos, que siempre caminan al borde esquivando vorágines moralinas, me pertenecen en latidos, letra bronca y bramido. De eso se trata al final, de escribir vivencias, alegrías, introspecciones que sangran, o desdichas que aún cicatrizan. De otra manera, no vale la pena.
CDMX (Tenochtitlán/Invierno) 15 de noviembre del 2022
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(*) Periodista (EPCSG) y Economista (UAM-Azc)
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