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Desde adolescente me llamó la atención, un par de frases, del escritor argentino Jorge Luis Borges cuando afirmaba que “La amistad no necesita frecuencia, puede prescindir de ella” y que “Toda amistad –realmente- verdadera, es recíproca”. (Nueva Antología personal. Edit. Siglo XXI).
Los amigos son esa familia que elegimos en distintos tramos de la vida, para recorrer el fugaz camino de la existencia. Hace una década escribí (www.textoservidor.wordpress.com) un texto al respecto (El amigo), comparto un fragmento:
El amigo hace que mantengas/ tu memoria plural, tu savia propia,/ te ayuda a construir ideales/ con autocrítica y crecimiento.
El contexto anterior, me remite a Walter del Carpio, a quien considero un entrañable amigo, aunque solo en pocas ocasiones nos vimos y platicamos, lo cual no limitó nuestra comunicación epistolar (virtual), antes y después.
Precisamente la primera vez que me invitó a su casa, la del “eterno calor” como llama a su vivienda de la calle San Pedro y Comercio, le agregaría del eterno calor “humano”, yo venía de la alcaldía, traía un libro terminado y pensaba que quizás allí podrían publicarlo –cuán equivocado estaba- me dijeron “Olvídese, no hay apoyo, la prioridad son las elecciones”. A lo que Walter me comentaría luego: “Así es –lamentablemente-, sin embargo hay que seguir adelante Fidel, por ello respeto al escritor que invierte tiempo y dinero en algo que no recuperará nunca, pero dejará huellas profundas”.
Walter conserva un espíritu jovial con aguda memoria e inquieta palabra que refleja en sus libros: El habla Popular del Chaco, Coplas del alma, el Pequeño dipsionario del chaqueño no ilustrado y Coplas del Pueblo, entre otros.
Es también un cronista nato, ya que recopila hechos, pasados y presentes, modismos, refranes, historias y expresiones costumbristas, que luego con entusiasmo escribe.
A propósito, aunque toda ciudad debería tener su propio cronista, solo Potosí, tuvo uno en la Colonia, a Bartolomé Arsanz de Orsúa y Vela (1674-1736). Su crónica fue tan relevante que Carlos Medinaceli y Mariano Baptista Gumucio, destacaron su importancia.
Walter Del Carpio, registra y escribe con meticulosa travesía (de los sentidos), los matices de su propia observación. Dicha experiencia se nutre más, al cabo de años por el amor a Yacuiba y al Gran Chaco. Los refleja, los platica con palabras exactas, precisas y algo de humor.
Cuando le pregunto sobre su niñez, me confía: “Extraño a mi abuelita Clorinda de Campo Grande. Y a mis padres Walter del Carpio Flores y Eriberta Barroso. Eran tiempos de luz y semillas. Me veo, en mis regresiones caminando por la vía del tren, de Yacuiba a Campo Grande”.
Hace una pausa –inhala- y agudiza recuerdos “Cuantas imágenes de aquellos primeros tiempos de Waltico chico, cuando de noche apuntaba la luna y con infinita picardía, una mujer circunstancial, me enseñaba y señalaba el camino de los reyes magos. Una infancia en total plenitud. En mis sueños evoco volver con el trompo y las figuritas a mi eterna esquina del calor (San Pedro y Comercio). Los ojos y enseñanza de la maestra Juanita Simons que revisaba y corregía nuestros cuadernos. Los partidos interminables en la cancha de los curas. Infinidad de fotos sacadas con el alma –en las primeras etapas de la vida- se quedaran guardadas para siempre en mi memoria”.
Sobre la familia, una frase de su padre, lo marcó “No hay nada más lindo que la familia unida”, solía expresarlo los domingos, al final del almuerzo, cuando la familia junta veía la televisión argentina -en sus inicios-. Aún en blanco y negro.
Para él, la puntualidad y el aprender para enseñar son importantes. Sobre libros y autores, comenta: “Me gustan los escritores, que recuperan nuestras cosas como Juan Castillo Ruiz, Ernesto Dolz Guerrero, José Centeno, René Aguilera Fierro, Víctor Cordero, Sergio Herrero, José Luis Claros, Jesús Urzagasti, Pablo Ramos, Ranulfo Molloja Hoyos, entre otros que nos enseñan el camino, para que no muera nuestro sentido de pertenencia”.
¿Y la música? Esa, fue significativa en mi vida –destaca- tuve la suerte de vivir en Salta (Argentina), tierra de poetas y cantores, donde aprendí mucho. Pero músicos, músicos como Renart Quevedo, Mario Espinosa, Edgar Nájera, Milton Coímbra, muy pocos.
Y ya que hablamos de arte, le pregunto ¿cuáles son tus pintores favoritos? “Varios, pero prefiero los regionales, Tengo algunos cuadros en casa de Hugo Zurita, Jorge Hugo Román, Oscar Salas y Nicolás Cardozo, para mí los mejores”.
¿Cómo defines tu ideal de felicidad? “Soy simple y quizás profundo, lo resumo en, caminar juntos tomados de la mano, hasta el final del camino”.
Cuando platico con Walter, da la impresión que sus obsesiones literarias no descansan, intenta reconstruirlo todo, escribe entre la cacería de historias y la introspección. Lo veo felizmente hundido en un caos –ordenado, valga el oxímoron- de materiales (fotos y textos), un torbellino fabuloso que nunca cede y lo mantiene activo y lúcido.
Y continúa: “El hábito que más admiro en las personas es la humildad, a la vez detesto al falso-amigo de doble moral”
¿Qué personaje histórico admiras, Walter? “Insisto en lo regional, a Don Martín Barroso un héroe en el olvido. Aprovecho con el tiempo aprendí a comunicarme en redes sociales. Allí suelo opiar (bromear) y hacer feliz a otros con mis tonterías” –sonríe- por ello soy un agradecido de la vida e intento seguir la máxima: Volví árbol y encontré mis raíces”.
Así es Waltico, trasparente y espontáneo para sus interlocutores, afirma que su alegría terrenal más perfecta es la felicidad de su familia y de los que quiere Y que algún día –como a todos- cuando le toque partir, que sea solo un dormir y no despertar, porque los años pasan y nosotros también. Por ello “Hay que reír y sonreír mientras no nos falte un diente”. Finaliza (mientras su perro, el fiel Moro con su mirada parece suscribir a su dueño).
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(*) Periodista (EPCSG) y Economista (UAM-Azcapotzalco)