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CDMX 20/06/22). Pasó medio año y nos enfilamos a los últimos meses del 2022, hace algún tiempo en este espacio virtual hicimos un balance a mitad del sexenio del presidente Andrés Manuel López Obrador, esta ocasión abordaremos un análisis general de contexto y prospectiva.
Algunos estudiosos de la comunicación periodística, afirman (y comparto el argumento) que se debe revalorizar el rigor, la intuición y capacidad de observación, en este caso de procesos sociales. A la vez, de comparar/contrastar dichos eventos con otros semejantes (ya ocurridos o experimentados) para lograr una distinción de matices y posteriormente lograr una lectura apropiada de hechos, causas y consecuencias.
En este sentido creo que, la mayoría de quienes conocimos las políticas (teoría y praxis) de anteriores gobiernos, en mi caso desde José López Portillo (1976-1982) hasta Enrique Peña Nieto (2012-2018), fuimos testigos del ejercicio de un presidencialismo duro y violento contra sectores civiles (independientes, estudiantiles, sindicales, indígenas, etc). Tal comparación nos ayuda a entender la actualidad.
Veamos:
A estas alturas, es más visible la existencia de tres poderes fácticos que desde siempre protegen sus intereses:
a) el poder económico (oligarquía), b) la clase política (en sus distintas vertientes y acuerdos) y c) la élite del poder mediático (consorcios).
Sectores, que al articular sus objetivos hacían funcionar regímenes autoritarios y corruptos –claro- a distintas intensidades y en connivencia con la aplicación de políticas macroeconómicas favorables.
Sin embargo, desde diciembre de 2018 la forma de hacer política y comunicar del actual mandatario –con aciertos y errores- modificó el escenario nacional. Obviamente es un inicio porque las rémoras todavía continúan, pero en general, se distingue una dirección y propósito de cambio.
En relación a la oposición, al menos hasta ahora sigue confundida, entre otros porque su estrategia (sin proyecto) se concentra en una polarización extrema (léase “odio y más odio porque todo está mal”) aderezada de clasismo y racismo.
Ética y poder mediático, algunas reflexiones:
“Los periodistas son un factor importante del proceso informativo y de construcción de la realidad histórica, por lo que su ética profesional está orientada al desempeño correcto de su labor así como a contribuir a la reducción o eliminación de las deformaciones. Consecuentemente resulta fundamental que los integrantes de medios informativos, tengan niveles de ética que les permitan un leal desempeño profesional.
Sin embargo, se da pie a reinterpretaciones (o suavización) de conceptos, dejando la puerta abierta a la difusión de noticias de alto impacto, alarmista así como, el mal uso de la información, convirtiendo en ocasiones al periodismo en un medio de desinformación en contubernio con los sistemas económicos y gubernamentales” (1)
Además “Ética periodística no es lo mismo que un catálogo de deberes en la cobertura mediática; constituye más bien una natural disposición a querer actuar en determinado sentido, un motor, una búsqueda constante por ser mejor…Porque la raíz medular de la ética -recuerda Fernando Savater- no se vincula precisamente al deber ser o al deber hacer sino al qué, por qué y para qué se quiere o se pretende hacer periodismo.
Por tanto, en el terreno de la ética periodística se distinguen 5 valores rectores a partir de los cuales se desprenden otros. Estos principios centrales son: el apego a la veracidad, la búsqueda de independencia, la asunción de responsabilidad, el compromiso de integridad profesional y el afán de servicio a la comunidad” (2)
De acuerdo a los conceptos anteriores, la ética NO existiría y con más razón, en grandes medios de comunicación (poder económico), ya que al final es un negocio donde se defienden intereses propios. Aún más en escenarios políticos de guerra sucia, donde suele aplicarse la máxima del hampa del periodismo que dice “la calumnia cuando no mancha, tizna, o calumnia que algo queda”.
También, es necesario dejar claro que no existe la objetividad en sentido absoluto, lo cual se refleja en contenidos. Tampoco la imparcialidad estricta; ambos conceptos son “mitos” que repiten quienes, en doble discurso afirman ejercer un periodismo neutral, higienizado y pulcro, cuando –en realidad- los medios tienen su línea editorial. Es más, un periodista como cualquier ciudadano tiene simpatías políticas y es válido. La diferencia está en que debe expresarlas abiertamente sobre todo en artículos de opinión, fijando postura, a la vez de buscar un “equilibrio” al ofrecer las dos versiones de lo que está ocurriendo.
En el periodismo tradicional los presentadores o periodistas (voceros), suelen acercarse al poder y beneficiarse de ello, cuando lo ético es mantener sana distancia. La cercanía genera –frecuentemente- compra de silencios u opiniones a modo (vía dadivas), lo cual siempre termina en críticas sesgadas y facciosas.
En estos contextos, la oposición busca –sin escrúpulos- unidad pragmática para el 2024 y regresar a excesos y privilegios. Considero que vivimos tiempos estelares y de definiciones, con una administración pública que -repito- a pesar de errores, cuenta con aciertos como: megas obras, cobro de impuestos a grandes contribuyentes, apoyo a sectores vulnerables, conferencias mañaneras, un sólido liderazgo presidencial y la intensa politización democrático/popular.
Finalmente, cuando faltan 27 meses para que termine el sexenio se empiezan a perfilar precandidatos afines al presidente (Marcelo Ebrard, Claudia Sheinbaum y Adán López, entre otros), cualquiera sea el sucesor, deberá consolidar el proyecto iniciado, porque la oposición no está derrotada (tiene sus brazos intactos) y hará lo que sea y a cualquier precio para volver a lo que considera su “normalidad”.
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Bibliografía
(1). Gómez Gallardo, Perla y Santiago López, Gabriel. Comisión de DDHH del D.F. México 2016 (primera edición).
(2) Martínez, Omar Raúl. Repensar el periodismo, Editorial UAM Cuajimalpa 2011 (primera edición).