“La verdad es que los dioses se murieron…” Friedrich Nietzsche
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Crecí cuando las poleras eran blancas y sin dibujos, en el tiempo que, de alguna manera, nos prometían que en el momento que la Luna estuviera en la séptima casa y Júpiter se alinease con Marte, la paz guiaría a los planetas y el amor conduciría a las Estrellas…Pero cuando miro al fondo, siempre veo algo que me entristece.
Pienso en la impotencia personal ante la escalada armamentista, ante los mega intereses económicos, ante la desdicha de los perros callejeros y tengo ganas de patear piedritas del suelo o correr hasta perderme, de pura frustración.
Entonces, mi alma sangra por el dolor y no tengo palabras para comunicar mi sufrimiento. Mi expresión verbal resulta difícil de entender, otras veces, pierde el sentido, porque el dolor que me agobia, me causa vergüenza y no sé cómo gritar y comunicar todo lo que veo, cuando miro al fondo.
Mis pensamientos se vuelven confusos o dejan de guardar una relación adecuada entre sí. Creo, que a eso llaman locura. En ese momento parece que, solo yo, veo objetos y escenas inexistentes, también veo mundos imaginarios donde los torturadores y verdugos utilizan a infantes como objeto sexual.
No salen en los periódicos los políticos, empresarios o magnates pedófilos, pero siempre que miro al fondo, los veo…Tal vez, sea solamente una distorsión mental, muy particular, de mi mente retorcida que capta imágenes, olores, sabores y sonidos que los demás no perciben. Tal vez, porque vivimos en mundos paralelos; o simplemente, mi mente está imaginando cosas en el vacío de la nada… ¡No lo sé!
Pero percibo y no lo puedo negar, el olor alterado que, parece que todos los inciensos están envenenados, cuando los jóvenes se reúnen a conversar en los parques. Eso siempre pasa, porque percibo drogas que, para todos los demás son invisibles, siempre que miro al fondo.
Me siento desilusionado, creo que todo el terror surrealista que impregna los periódicos, hace parte de mi retina distorsionada que ve lo invisible.
Voy por la calle y veo a media cuadra un atraco a mano armada, paro y veo como la víctima intimidada entrega sus pertenecías, los otros transeúntes no ven, no paran, siguen su camino ante un arma invisible, que asalta a un ser humano invisible, en la mano de un delincuente apenas visible a mi mirada alucinada, que ve cosas tristes, cuando miro al fondo.
Sé que todo ayer ya murió y el mañana no existe, por eso no puedo comprender, cuando miro al fondo, los niños abandonados en las calles, famélicos, andrajosos y cientos de personas, desfilando ante ellos sin verlos, pero los vi ayer. Hoy, cuando salí a la calle estaban, otra vez, ante mi vista. Entonces, pienso que el hoy es un día inmundo, que me entristece, porque veo cosas, al mirar al fondo.
Me siento desilusionado a mi manera y, con las manos en los bolsillos, busco las llaves para abrir la puerta que me sacará de la locura; pero, miro al fondo y veo algo que me entristece: como aquél animal invisible en la calle de la gran ciudad, que parece ser una mujer que hurga el contenedor de basura para dar de comer a sus hijos.
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(*) La autora es licenciada en Filosofía, gestora cultural, escritora, poeta y crítica literaria. Columnista en la Revista Inmediaciones (La Paz, Bolivia) y en periodismo binacional Exilio, México.
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