(Breve introducción a su obra literaria)
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En palabras de la biógrafa María Del Carmen Gonzales, Santa Nazaria Ignacia March nació con talla de gigante, como contrapeso a tanta oscuridad en el mundo de las ideas, en 1889, en Madrid – España, junto a su hermana gemela Amparito; nacidas envueltas por un aroma de flores perceptible entre todos los presentes en el pos parto de las gemelas. ¿Señal? ¿Quién sabe?
Lo cierto es que la neonata Nazaria un día, en su juventud, vendría a radicar en Oruro la tierra cantada en los versos del poeta Luis Mendizábal Santa Cruz: “Oruro eres la enamorada del gringo y del gitano”; y no encontraría el idilio cantado por el poeta, tampoco encontraría: “(…) el lujo que se puede encontrar es el calor humano.” Que describo en la crónica: Retrato de Oruro, de mi autoría.
A Santa Nazaria Ignacia, le tocó conocer a orureños de baja calaña que en turba gritaron: – “¡Crucifíquele! ¡Quiero beber chicha en la calavera de Nazaria!”
La verdad, es que la biografía de Santa Nazaria Ignacia tiene mucho para analizar de la historia de la felonía, del machismo, del atraso espiritual de una sociedad enferma y otras taras de un pueblo que trata de ignorar la santidad de Nazaria Ignacia, para tal vez, así reinventar su propio pasado, dando un tinte de gloria y heroísmo donde faltó algo simple que debió ser natural, la decencia.
Empero, este es el primer abordaje, de una amplia materia de estudio de los escritos de la Santa Nazaria Ignacia March. La mujer que se ordenó monja y se hizo SANTA.
En un intento de desentrañar la naturaleza humana de Santa Nazaria Ignacia March, y luego tratar de comprender su conexión con la Divinidad, empecé la lectura del primer tomo de su diario. Donde están presentados y resumidos los momentos vitales de su día a día, en una especie de crónica de la conciencia de un individuo siente de sí mismo y de su búsqueda:
“25 de octubre de 1914: No sé, a la verdad que forma llevo escribiendo en tus páginas, querido cuaderno; unas veces mis luchas y otras mis pensamientos e ideas; pero siguiendo como hasta ahora dejaré, sin preocuparme, correr mi pluma por tus hojas, que si la obediencia lo quiere, entonces, ayudadas de la gracia, coordinándoles, les daría forma a estas mis íntimas confidencias; pero ahora vayan así a las manos del que tú, Señor, me has dado por guía y así con todos sus defectos, él sabrá comprenderlas y servirán, no lo dudo, para facilitar más su dirección sobre mi alma.”
Desagregado de toda intención editorial y libre de toda convención entre el autor y el receptor de una obra determinada por la cual se construye el universo de dicha obra, o sea, libre de ficcionalidad, el diario pasa a ser en manos de Santa Nazaria Ignacia, un instrumento lingüístico que, superando la intimidad como confesión, se queda tras Ella, como algo histórico, y da a conocer la actividad originaria de la conciencia que precede a toda fantasía literaria.
M. Blanchot (1979), indica lo siguiente: ―El diario íntimo, que parece tan desprendido de las formas, tan dócil ante los movimientos de la vida y capaz de todas las libertades, ya que pensamientos, sueños, comentarios de sí mismo, acontecimientos importantes, insignificantes, todo le conviene, en el orden y el desorden que se quiera, está sometido a una cláusula de apariencia liviana pero temible: debe respetar el calendario.
Siendo así, para Santa Nazaria Ignacia March, el diario se convierte en un campo de batalla en el que tiene lugar el drama de consciencia expuesto al mundo. Es ahí donde la autora se deshace de toda forma de discurso y de retórica, que ya no dan respuestas a sus inquietudes y aparece, humilde, autocrítica (“pecadora”) y humana.
Lícitamente, rinde homenaje a un referente distinto, arrodillada ante esa escritura-arte a la que aspira: plasmar la estética de lo real. Esta idea que está representada en su escritura mediante una imagen religiosa:
“25 de septiembre de 1918: (…) Tristemente me he dejado llevar del decaimiento. Combatida interiormente por las mismas pruebas he visto mi ánimo apocarse. El 15 de agosto me había ofrecido al Señor por medio de la Santísima Virgen. Sí, yo le ofrecí mi vida en favor de algunas almas que veía alejarse de la fe.
Sentía de su perdición una pena inmensa, y por eso deseaba sufrir yo por ellas.
Me he visto combatida de humillantes tentaciones, pero, Dios mío, morir, sí, mil veces morir antes que ofenderte.
Sin ti, mi Señor, qué poco valgo; tuyo es todo, mío la maldad, el pecado”.
El diario guarda el complejo mundo intelectual en que se inscribe Santa Nazaria Ignacia, escritora y poeta que dedica sus sentimientos y vida a Jesús Cristo.
Leerla con ojos del siglo XXI y descubrir en sus inspiraciones dedicadas al amado o en sus sonetos de amor, es una manera de convivir con ella, es conocer su genio sublime, a pesar de que más de un siglo nos separan de su pensamiento, es un alago.
La poesía de Santa Nazaria Ignacia se distingue, en primer término, por su lirismo propio, de un verso más libre adelantado a los cánones de su tiempo, pues no parece encontrar acomodo ni ser feliz en la tradición poética de su país de origen, España, ni tampoco del país donde se afinca para cuidar a los ancianos abandonados y después fundar la congregación religiosa diocesana de las Hermanas Misioneras de la Cruzada Pontificia: Bolivia.
Su poesía ostenta una singularidad que hay que estudiarla e inscribirla en la literatura hispanoamericana del siglo XX con letras grandes.
Su poesía se define por su intimidad, por su tono de confesión, casi de balbuceo: por su proclividad a la oración (característica que le acompaña desde la etapa más precoz, según reflejan sus escritos).
No hace falta rastrear un tono menor en su poesía, porque de por sí, se manifiesta en la delicadeza de sí misma, como un susurro de quien ora. Sin ser afecta al eufemismo, pero, con mucho recato e intimismo; entonces podemos leer: “21 de noviembre de 1898
A Jesús
¿Te acuerdas?
Fue un éxtasis de amor aquel dulcísimo idilio, yo te amé, siendo aún niña te consagré el corazón.
¡Qué ardores, qué entusiasmos, qué lágrimas, qué fervor! ¿Te acuerdas, del venturoso día en que nos juramos amor?
Tú me extendiste los brazos, yo te di mi corazón. ¿Te acuerdas, de esa fecha querida do data nuestro amor?”
Efectivamente, su poesía adopta la contención, la mesura; alejada de los arrebatos expresa la finura y agudeza de los conceptos con brillantez, asimismo usa discretamente las metáforas. Añadiendo al inventario de las características de su poesía su profunda vocación reflexiva, que deja entrever a todo el instante. Como podemos leer:
“7 de diciembre de 1908 ¿Qué veo del monte Santo en las cimas?
La cruz do por los Votos he de consumar mi vida y tras un Calvario doloroso, el abrazo de eterno gozo al resucitar con Cristo, en las mansiones de eterna vida.”
Su obra está basada en experiencias autobiográficas, tiene un tono elegíaco y confiesa su amor intenso por Jesús Cristo.
En su pensamiento se encuentra una auténtica expresión de un ideal romántico. Una intensidad del sentimiento amoroso que une a Santa Nazaria Ignacia a Jesús y sus enseñanzas; por su parte la autora describe sus promesas eternas de amor y la consagración de su vida a la exaltación de un amor puro que le impulsa a repetir el calvario de Jesús.
La obra poética de Santa Nazaria Ignacia representa uno de los más altos valores líricos de la literatura hispanoamericana.
En vista que su obra literaria cubre el periodo 1898 – 1943, correspondiendo a un vasto periodo con muchos temas, con amplios alcances, tal como fue la vida misma de Santa Nazaria, multifacética; por eso es merecedora de un trabajo exhaustivo y minucioso.
Ojalá, este estudio, ayude a abrir paso a otros muchos futuros, acerca del personaje de la mujer intelectual, no sólo las obras religiosas realizadas por ella, sino también en otros aspectos, como el social en el cual ella aportó enormemente en su época, pues, orientó su trabajo a la dignidad y derechos de las mujeres pobres y la promoción de la educación. Imponiéndose, así, como mentora de la educación y liberación femenina en Bolivia.
Sin olvidar que Santa Nazaria Ignacia solía decir: – “Quiero levantar a Bolivia de su postración, no quiero sólo pan para sus pobres, ni repartir limosnas que se recogen de la caridad, sino elevar la dignidad de este pueblo, enseñándole a trabajar, procurándole trabajo digno, haciéndole sentir que, en las manos de todos, y de cada uno, está el participar de la belleza, de la armonía, la dulzura y la felicidad de sentirse hijo de Dios”.
Precisamente de la dulce pluma, multifacética, de Santa Nazaria Ignacia surge la imagen de su alma bella para deleite de propios y extraños, eternizando su memoria.
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