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Muy a menudo, percibo el mundo de los autoritarismos, abusos, desapariciones y muertes. Entonces, busco, intransigentemente caminos, y es en las palabras que encuentro el único camino de resistencia posible: no solo en las palabras que puedo gritar, muchas veces, en palabras a medio expresar y otras veces, en palabras a medio callar.
Percibo que el siglo XXI, heredó un enorme vacío dejado por los sistemas filosóficos que se desplomaron en el siglo pasado, asimismo, este vacío fue alimentado y agrandado por un sinsentido que creció con el consumismo y con los medios de comunicación, que acercan, artificialmente, a las personas que, cada vez más, están más solas y aisladas.
Todos caminamos por los oscuros pasadizos del siglo, como un mal de nuestra época y la batalla es constante. El reto de cada día, es sobrevivir y atravesar los oscuros pasadizos, que llamamos de realidad. Por eso, las palabras se presentan como un medio, para desafiar los atropellos del poder que nos aplasta a todos, con sus ritos silenciosos.
Asimismo, son las palabras las que iluminan nuestros pasos para cruzar otros pasadizos, aquellos no tan oscuros, pero igualmente cargados de luchas, de luchas personales.
Por eso me gustan las palabras que logran explicar los desenlaces, de manera rotunda sin adornos, sin artificios, son palabras secas como: fin, acabó, terminó.
También me gustan las palabras que logran describir la estética agradable a los sentidos, que no necesitan aderezos o artimañas como: bonito, bello, hermoso.
Porque las palabras, no deben ser necesariamente, dulces, románticas o melodiosas. Desde mi óptica las palabras deben ser limpias, simples y útiles, en el intento de responder al mundo que las sostiene.
Los artificios y la musicalidad en las palabras, casi siempre, sirven para ocultar la falta de franqueza de quien las escribe ya que, al pronunciarlas, quiere forzar un brillo que no es real. Los artificios y excesos de aderezos en el uso de las palabras, son propios de los mitómanos que prometen, fácilmente, el sol y las estrellas, porque saben que jamás van a cumplir su promesa.
Por otro lado, me gustan los estribillos repetidos en las calles, cuando las personas marchan en contra de los atropellos del poder; por ejemplo: “¡Pueblo que escucha, únete a la lucha!”
Pero también, me gustan las palabras sencillas, que desnudan la cotidianeidad de una sociedad que, por lo general, es muy ruidosa y aparatosa en muchos de sus ritos, pero en otros ritos es silenciosa, casi indolente. La palabra es el ente que desviste la realidad y registra para la historia el silencio que parecía invisibilizar los hechos. Empero, que evidencian y revelan otras luchas no menores, otros pasadizos también oscuros, como los vacíos de la vida cotidiana, como el silencio en sus ritos: manzanas pudriéndose en el mercado mirando el hambre; atropellado en el semáforo; puño y golpe; o negligencia…
Ante la iniquidad del autoritario poder, la palabra logra salir del asombro y decir que existe injusticia y hacer frente al poder, porque la palabra es el camino de la oposición, es el lugar de la resistencia permanente.
Las palabras también son el camino de la conciliación, son una luz en los oscuros pasadizos, por eso me gustan las palabras limpias, simples y útiles, que no necesitan explicaciones, como: esperanza, paz, amor y Dios.
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(*) Licenciada en Filosofía, gestora cultural, escritora, poeta y crítica literaria. Columnista en la Revista Inmediaciones (La Paz, Bolivia) y en periodismo binacional Exilio, México.
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