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Al volver la vista atrás hacia el mundo griego, nos encontramos con que, en la Grecia Antigua, existía la famosa ciudad de Eleusis (polis de Eleusis) donde se realizaba el culto de las deidades femeninas Perséfone y Deméter, madre diosa y su hija también diosa. Fue uno de los cultos mistéricos con más adeptos de su tiempo. Además, de todos los ritos celebrados en la antigüedad, éstos eran considerados los de mayor importancia, y se extendieron posteriormente al Imperio romano.
Fue en la “polis de Eleusis”, que Damastes el hijo de Poseidón, el dios de los mares, se estableció como posadero en su casa en las colinas.
Damastes, ofrecía posada al viajero solitario. Tenía un comportamiento muy amable, solícito y cariñoso hacia los viajeros, a quienes les ofrecía hospedaje en su casa.
En seguida se hizo conocido como hospedero y luego fue apodado de Procusto que significa el estirador, por su exclusivo método de tornar perfecta la estancia a los huéspedes de su posada.
Cuentan que Procusto les invitaba a acostarse en una cama de hierro, cuando los huéspedes estaban durmiendo profundamente, los amarraba en la cama; y aquellos que no se ajustaban a ella, porque su estatura era mayor que el lecho, le serraba los pies que sobresalían de la cama; y si el desdichado era de estatura más corta, entonces le estiraba las piernas golpeándolas con un mazo, hasta quedar a la altura del lecho, hasta que se ajustaran exactamente al catre.
Si bien, algunos cuentan que se trataba de dos camas de diferentes tamaños, una larga y otra corta, y dependiendo de su apetito era la cama que ofrecía. Sin embargo, otros cuentan que la cama poseía un mecanismo móvil por el que se alargaba o acortaba, según el deseo del perverso posadero. Por tal motivo, nadie podía ajustarse exactamente al catre y, por tanto, todo el que se alojaba en su posada era sometido a la mutilación o el descoyuntamiento.
Procusto terminó su reinado de terror y su malvada existencia de la misma manera que sus víctimas. Fue capturado por Teseo, que lo acostó en su camastro de hierro y le sometió a la misma tortura que tantas veces él había aplicado a los hospedados.
El mito de Procusto ha quedado enraizado en la tradición popular y en la literatura universal, como una expresión característica para referirse a quienes siempre pretenden acomodar la realidad a la inopia de sus intereses o a su particular visión de las cosas.
Éstas personas, poseen un plausible empeño por cautivar a los demás, dando la impresión de ser muy amables y agradables, además sinceras.
Están siempre muy seguros de lo que deben hacer, pero esa clarividencia suya es la principal causa de su obstinación al error. Ya que su preocupación por los demás se inscribe en un patrón que no hay forma de eludir. Pues son previsibles e irreductibles.
Su incansable actividad deja numerosos heridos a su paso. Cuando se les hace alguna objeción acerca de sus rígidos planteamientos, se molestan, y suelen seguir adelante sin inmutarse, convencidos de estar siempre en la mejor de las actitudes.
Su generosidad es bastante egoísta. Siempre guardan una intención oculta detrás de sus actos aparentemente inofensivos y hasta, de cierta forma, benévolos y humildes.
Son personas que No se sitúan. Son los que piden sinceridad y cuando se les dice la verdad se enfadan. Los que piden que se les haga cualquier observación con toda confianza, pero cuando se les dice algo concreto no les gusta nada. Los que hablan de diversidad y de tolerancia, pero no les gusta que no se piense exactamente como ellos. Son los que se llenan de celos si alguien sobresale de la medida de su propia mediocridad. Todo lo juzgan a su conveniencia. Todo lo quieren cortar a su medida. Quizá su principal problema es precisamente que se creen medida de todo, y por eso, siempre llega el momento, que es ingrata su compañía.
El Síndrome de Procusto, al igual que otras patologías, está bastante más extendido de lo que uno puede llegar a pensar. Y como, en cualquier patología obsesiva, puede observarse en prácticamente cualquier entorno, puede estar disfrazado de amigo, padre, hermano, profesional de confianza, etc. Lógicamente, eso tiene graves efectos, sobre quien se relaciona con ellos.
Este mito refleja la presión a la uniformidad que es característica del síndrome con su mismo nombre, así como la actitud inicialmente afectuosa y acogedora que muchas personas que manifiestan este síndrome imprimen a su interacción, sin que aparentemente exista ningún tipo de malestar o conflicto.
Algunos de los ámbitos en los que resulta visible este síndrome que, se define por la intolerancia a la diferencia, son los siguientes: laboral, familiar, personal, etc.
En el ámbito académico, quien sobresale es muchas veces mal considerado. Se trata del sector en el que el síndrome de Procusto puede resultar más evidente, especialmente, al existir una gran competitividad. En ese ámbito se va a intentar que la persona que sobresale no lo haga, minusvalorando sus aportaciones o incluso apropiándose de ellas, estableciendo un excesivo nivel de control sobre el sujeto en cuestión y en algunos casos se extienden rumores respecto a su persona o su trabajo con el fin de desacreditarla.
En muchos casos, en los que la persona que se siente amenazada tiene poder para ello, puede llegar a no contratar o no promover a las personas más eficientes, sino a otras más dominables y que pueden suponer una menor amenaza.
Atendiendo a esta leyenda y a esta definición, es evidente que esta patología hace que quien la sufre se muestre intolerante ante los éxitos de los demás. De este modo, las personas que padecen el Síndrome de Procusto detestan a aquellos que destacan en algún aspecto y rechazan, en consecuencia, todos los proyectos e ideas que proponen.
El perfil de una persona con el Síndrome de Procusto se resume, en que sufren enormemente y se sienten mal cuando otras personas tienen la razón y ellos no. Además, por lo general, no son conscientes de lo que les ocurre y puede que incluso piensen que son empáticos.
Así, ante a una situación tiránica y arbitraria se dice acuéstense en el “lecho de Procusto”. En la práctica, es la incapacidad para reconocer como válidas las ideas del otro, el miedo a ser superados profesionalmente o al ser superados en sus conocimientos.
También existen Procustos en la literatura. Ahora en tiempos de pandemia que el intercambio tiende a ser mayor, ya que las redes sociales hacen las relaciones literarias más dinámicas, es fácil reconocerlos. Entonces, te pregunto: – ¿Qué tal, tropezar con Damastes en una esquina literaria?
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(*) Licenciada en Filosofía, gestora cultural, escritora, poeta y crítica literaria. Columnista en la Revista Inmediaciones (La Paz, Bolivia) y en periodismo binacional Exilio, México.
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