“Cinco minutos bastan para soñar toda una vida, así de relativo es el tiempo.” Mario Benedetti.
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Muchas veces, me senté en silencio al lado de la abuela. Ella siempre con su tejido de punto crochet entre las manos, me observaba un momento y enseguida, ante mi silencio preguntaba:
- “¿Hijita quieres algo?
Ante mi negativa ella seguía, aparentemente, entretenida con su tejido a punto crochet, luego me miraba casi sin levantar la cabeza y empezaba a hablar: - ¿Sabes, hijita? Los antiguos griegos, contaban que Cronos, el Dios del tiempo, era el hijo de Urano (el cielo) y Gea (la tierra). Cronos dirigió a sus hermanos y hermanas, los Titanes, en una revuelta contra su padre y se convirtió en el rey de los dioses. Se casó con la Titana Rea; con quien tuvo un total de seis hijos, pero Cronos tenía el mal hábito de comerse a sus hijos recién nacidos, para evitar que un día, igual que él hizo con su padre, sus hijos lo destronasen como rey de los dioses. Con el nacimiento de su último hijo, Zeus, Rea engañó a Cronos y lo hizo comer una piedra. Zeus entonces derrotó a su padre. Tal vez por eso, el tiempo también parece consumirlo todo, permaneciendo siempre indestructible. Los antiguos creían en la existencia de un tiempo absoluto. Pensaban que el tiempo era una especie de alfombra tendida, donde ocurrían todos los sucesos. Ya que para ellos el tiempo era considerado como un marco de referencia fijo, inmutable, sobre el que van sucediendo los acontecimientos. Además, creían que el tiempo había existido desde siempre. También creían, que existiría para siempre. Ellos imaginaban que todos los humanos conocíamos el tiempo desde cuando nacíamos, pues, estaban seguros de que podíamos percibir el tiempo mismo siendo pequeños bebés. Sin embargo, el tiempo es un concepto que rebasa nuestra comprensión. Y mismo después de nuestra muerte, el tiempo sigue siendo una condición subjetiva de nuestra intuición humana. Además, el tiempo es una representación de nuestra intuición, de nuestro estado interior. Por eso, la duración del tiempo es relativa, es muy propia de cada uno; de ahí que los instantes pueden parecer eternos, y los grandes intervalos pueden desintegrarse ante nosotros con la ligereza de todo lo que es superficial.
Yo observaba a mi abuela con su elocuencia calmada, mientras ella seguía discurriendo sobre el asunto que le parecía importante hablarme en aquél momento, añadiendo con mucho cariño que:
-De diferentes maneras, es difícil sospechar cómo podría desarrollarse la vida al margen de la dimensión del tiempo ya que él parece intrínseco a todo lo que ocurre en la naturaleza, ya que hay un ritmo cadencioso en los niveles macroscópicos y microscópicos, sea en los periodos de día y noche, en las órbitas de los planetas, en los ciclos de división celular, en los ritmos circadianos en los animales y en muchos más elementos observables. Sin embargo, hijita, nosotros no hemos nacido con la percepción del tiempo incluida en nuestros sentidos; según fuimos desarrollándonos hemos aprendido a percibirlo, así como poco a poco, vas aprendiendo cosas, según vas creciendo. Cuando estamos muertos el tiempo tiene otro sentido, en un abrir y cerrar de ojos pasan cien años, así que, en la muerte a diferencia de la vida, no padecemos las paradojas del tiempo. En la muerte el tiempo es estático, tibio y amarillo, los objetos e ideas flotan a nuestro alrededor, desprovistos de una fuerza gravitacional semántica sobradamente estable. Asimismo, en la muerte, el tiempo puede recuperar su narrativa, sus sedimentos, algunos perfumes y sobretodo los sentimientos…
Mientras la abuela hablaba y contaba del espacio imaginario mítico y no aparente, las simultaneidades experimentadas en las realidades vividas; la temporalidad mítica y la compleja simultaneidad de ritmos entrelazados, que permiten sincronías facilitando la posibilidad de la reversibilidad; de la circularidad temporal, propia de la eternidad, en lugar de la linealidad, que convierte a los mitos; mientras hablaba tantas cosas en sus manos crecía el tejido en forma de flores en punto crochet. Mis ojos sin perder de vista sus movimientos, buscaban su mirada lúcida, encendida por las palabras, que de vez en cuando también buscaban mis ojos, con una expresión positiva.
Siempre que me senté en silencio al lado de la abuela, tuve la impresión de estar alrededor del fuego, escuchando la sabiduría de los mayores al tiempo que calentaba mi espíritu con la caricia amorosa transmitida a través de sus palabras.
Después, la abuela, tal vez cansada de tanto tejer y hablar, se disipaba en el aire con su tejido a punto crochet entre las manos, quedando, apenas un olor a rosas…
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(*) Licenciada en Filosofía, gestora cultural, escritora, poeta y crítica literaria. Columnista en la Revista Inmediaciones (La Paz, Bolivia) y en periodismo binacional Exilio, México.