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Sin lugar a dudas, transitamos tiempos históricos de impacto mundial, donde las estrategias sanitarias y económicas para afrontar la pandemia del Coronavirus, marcaran principio o fin -lamentablemente- de países.
Escribo este análisis (primera parte) hoy 28 de marzo, justo un mes después de registrarse el primer caso en México. Y reitero, los hechos y su onda expansiva arrasaran palabras, discursos e intereses políticos, sobre todo en naciones sorprendidas por el Covid-19, y con frágiles sistemas de salud pública.
Durante varias décadas -en general- en América Latina (varias naciones) se privatizaron sectores fundamentales para la soberanía y el bien común (entre ellos la salud pública), incrementando deuda interna y externa. Además de profundizar desigualdad y pobreza.
En México recuerdo (primera quincena de enero) al Dr. Hugo López Gatell Subsecretario Prevención y Promoción de la Salud de la Secretaría de Salud, afirmar “Les garantizo que el virus va a llegar a México, no es que me guste, o no pero es algo que debemos tenerlo muy claro y decirlo con veracidad. Hasta ahora no tenemos casos pero les garantizo que el virus si, o sí va a llegar a México, al respecto tenemos la capacidad diagnóstica, medidas de preparación y respuesta ante el padecimiento”.
La circunstancia anterior, me trajo a la memoria la pandemia de gripe A (H1N1) de hace 11 años, cuando el país entero entró en emergencia sanitaria y se paralizó un mes. De manera tal que, dicha experiencia seguramente está siendo utilizada.
Pero lo que más me preocupa es la vorágine económica y el hambre que vendrá –aunque me digan exagerado- argumento mi postura, al estar socialmente cautivos para evitar contagios, inexorablemente bajará la Demanda y el Consumo total , lo cual generará un efecto multiplicador que devastará, dejando la desigualdad social al desnudo.
Es decir, en varios países de América Latina la pandemia provocará consecuencias directas e indirectas. Quizás –luego- miremos con más nitidez la moderna sociedad capitalista, basada en la explotación, el antagonismo, la extrema desigualdad y desmantelación de lo público -entre ellos- los hospitales populares.
Como cotidianamente tránsito por municipios donde la pobreza y la precariedad laboral son evidentes, difícilmente se cumplirán largos confinamientos futuros porque –literalmente- se vive al día.
Por otro lado, nadie sabe lo que es el hambre, hasta que lo siente, ni la libertad hasta que lo pierde. Y rememoro siendo niño –junto a mi madre- haber quedado atrapado en caminos de terracería sin poder atravesar derrumbes que impedían cruzar autobuses. Allí aprendí cómo el hambre no deja dormir y te obliga a buscar alimento. Una década después aunque en situaciones diferentes en Acapulco (Guerrero), pasé por una situación similar que me enseñó a sobrevivir.
Si al contexto del Covid-19, le sumamos pánico, temor e histeria colectiva, además de perdida de garantías individuales. En América Latina nos encontraríamos ante una triple crisis (salud pública, económica y salud mental) situación que puede generar una atroz desesperanza y un capitalismo del desastre, es decir barbarie y mezquindad. Y es que las situaciones límite desnudan -casi siempre- a gobiernos y seres humanos, solo es cuestión de tiempo. Ojalá me equivoque.
(*) periodista y economista.
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