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FUENTE en PDF (solo 44 páginas/FRAGMENTO): https://historiamexicana.colmex.mx/index.php/RHM/article/view/2204/2999
Introducción y Advertencia.
El presente artículo se propone analizar, en detalle, la percepción que tuvo el periódico más importante del porfiriato, El Imparcial (1896-1914), de la Revolución y el gobierno maderista, en los meses que van de mayo de 1911 a enero de 1913. La materia prima fundamental del estudio la proporcionó el periódico mismo, sobre todo sus editoriales. Sin embargo, y como espero se haga evidente en las líneas que siguen, la intención del trabajo no se reduce a enumerar las informaciones y juicios del periódico, sino a presentar, cronológica y temáticamente organizados, los argumentos centrales de la oposición conservadora contra la Revolución y el gobierno maderista.
Se ha argumentado, con justa razón, que buena parte de la élite política del maderismo resultó de un desprendimiento del mundo cultural y político del porfiriato.1
En este artículo propongo, no obstante, que si bien esta aseveración es en más de un sentido correcta —sobre todo para el caso del maderismo urbano—, no deben sobrevalorarse tales similitudes, a riesgo de opacar lo que el maderismo significó en términos de “ruptura”.
En función de la historia del fenómeno revolucionario propiamente dicho, en función de la política “surgida” de la Revolución, es dable rescatar, como foco del análisis, la dinámica misma del conflicto y el sistema de jerarquías de la acción política de corto plazo. La prosopografía de los actores individuales o colectivos no aclara, exhaustivamente, el sentido y las consecuencias de la acción política en la coyuntura revolucionaria. En palabras de Marc Bloch, no es permisible “confundir una filiación con una explicación”.2
(Así pues, la ruptura que la revolución maderista supuso con la cultura política del porfiriato puede y debe rastrearse en la reacción política que generó en importantes sectores y grupos de la clase política porfiriana. Un ejemplo de esa reacción, quizá el más acabado, se puede encontrar en El Imparcial.)
Para entender algunos de los rasgos distintivos de El Impartial en el contexto político y periodístico mexicanos, vale la pena una consideración. Según ha mostrado Gunther Barth, uno de los hitos fundamentales en la emergencia de la ciudad moderna norteamericana (1830-1890), fue la aparición de la llamada prensa metropolitana.3
La prensa metropolitana pudo sustituir exitosamente aquellos lazos (por ejemplo la religión o la tradición municipal) que habían perdido eficacia como elementos generadores de cohesión social e identidad comunitaria.
El peso de la prensa metropolitana sólo puede ser ponderado en su justa dimensión a condición de no perder de vista algunas de las características socioculturales de la ciudad moderna, entre las cuales destacan el impacto de las migraciones en las sociedades tradicionales y la muy fuerte tendencia a la segmentación del espacio en los nuevos asentamientos urbanos. La prensa metropolitana contribuyó a contrarrestar —o al menos a atenuar— las consecuencias disgregadoras de un rasgo consustancial a la ciudad moderna: el espacio dividido, divided space, social, cultural y económicamente hablando.4
La prensa metropolitana no es, necesariamente, toda aquella generada en una gran ciudad. Hacia 1880, cuando este fenómeno periodístico estaba más o menos consolidado, se pueden distinguir una serie de rasgos que lo definen:
a) una producción totalmente industrializada, que aprovecha desarrollos tecnológicos como la prensa cilíndrica (rotativa) o la expansión de las líneas telegráficas y ferroviarias;
b) el lógico abaratamiento del precio del ejemplar (la llamada penny press) y el consiguiente y notable elevamiento del tiraje;
c) la independencia del periódico, con frecuencia expresamente argumentada por el editor, de grupos políticos y burocracias estatales, entre otras razones porque la edición de periódicos se convirtió (vía su distribución masiva y la incipiente publicidad), en un negocio rentable por sí mismo, y pudo prescindir así del subsidio de los grupos de interés municipales y estatales;
d) una política informativa definida por dos ejes centrales: por un lado, el abandono del debate político, ideológico; o meramente faccioso, y la sustitución por la crónica o relato de “los hechos”; por otro, la cobertura cada vez más amplia de casi todos los detalles de la vida cotidiana de la gran ciudad, otorgándose especial importancia a los acontecimientos de posibles connotaciones morales: corrupción de funcionarios públicos, escándalos sexuales, crímenes notables, eventos sociales.
Esta última tendencia, por lo demás, tendría importantes consecuencias en el diseño gráfico y temático de los periódicos, ya que permitió la aparición de los suplementos dominicales y de columnas o secciones especializadas: de nota roja, de finanzas y comercio, de deportes, de consejos para el ho-gar, etcétera.5
LA PRENSA EN LA CIUDAD DE jVÍÉXICO DURANTE EL PORFIRIATO
La recepción y asimilación del periodismo moderno en México es un fenómeno que empieza a percibirse hacia finales de la década de 1880, probablemente con la aparición de El Universal (1888), de Rafael Reyes Spíndola, en la ciudad de México.6 Este diario se atribuyó el haber iniciado el proceso de marginación de la prensa política, característica del liberalismo mexicano, que en periódicos marcadamente políticos como El Siglo XIX, El Monitor Republicano y El Diario del Hogar había alcanzado su culminación.7
Pero el primer periódico mexicano con las características de la prensa moderna y específicamente “metropolitana”, en el sentido propuesto por Gunther Barth, fue sin duda El Imparcial, cuyo primer número apareció a fines de 1896, en la ciudad de México.
El Imparcial marca, en varios sentidos, un hito en la historia del periodismo mexicano. Desde el punto de vista económico, “inaugura la etapa del periodismo industrializado” al utilizar las prensas rotativas de alta velocidad y los linotipos.8 Esto le permito trabajar sobre tirajes muy altos y venderse a un centavo.9
Este periódico cumpliría una misión delicada en el contexto político e informativo de la época: constituirse en el procedimiento indirecto y más eficaz para liquidar o marginar a la prensa opositora a la administración porfirista, sin tener que recurrir al siempre incómodo expediente de la censura o la supresión.10 El mismo año de su aparición (1896) salieron de la escena, por incosteables, dos venerables representantes del periodismo político de cuño liberal y antiporfirista: El Monitor Republicano y El Siglo XIX.11
Es por demás significativo el monto de la reducción de títulos periodísticos en la ciudad de México a partir del surgimiento de El Imparcial. Entre 1876 y 1896 hubo un promedio de 20.4 periódicos por año en circulación en la capital; pero entre 1897 y 1910, el promedio se redujo a 9.8 periódicos por año.12
Uno de los pocos periódicos que retó la capacidad de penetración de El Imparcial desde una óptica de fuertes resabios ideológicos, aunque ya concebido en una lógica netamente industrial, fue El País, diario católico fundado en 1899.13
El Imparcial modificó el estilo de formatear las planas y presentar las noticias en la prensa de la ciudad de México. Como explica Blanca Aguilar, el nuevo periódico “sintetizó al máximo las notas, [intercaló] modestas viñetas y líneas y [dio] un poco más de blancos entre cada noticia”.14
En cuanto a la temática, siguió el ejemplo de la prensa metropolitana norteamericana, al dar realce a las noticias originadas en los avatares de la gente menuda, y explotó, con frecuencia, las bondades mercantiles de la nota roja y de cierto amarillismo con reminiscencias morales.15
El fundador y hombre fuerte de El Imparcial fue Rafael Reyes Spíndola (el mismo personaje que ocho años antes fundara El Universal), considerado, durante el porfiriato, como personero del grupo político de “los científicos”.16 Reyes Spíndola regenteó un respetable emporio periodístico que incluía, además de El Imparcial, El Imparcial Cómico, El Mundo, El Heraldo, y El Mundo Ilustrado, periódicos concebidos en la misma lógica de la elaboración y distribución monopólica que caracterizaba a su hermano mayor; es decir, todos resultaban relativamente baratos y acaparaban buena parte del público lector.17
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1 Véase GUERRA, 1988, n, pp. 79 y ss.; y GUERRA, 1974, p. 432. Para Guerra, por ejemplo, el rasgo fundamental en la integración de la XXVI legislatura deí Congreso (1912) era que la mayor parte de sus miembros pertenecían, de una u otra manera, a la “clase política mexicana”, esto es, a la conformada en el porfiriato. En todo caso, las diferencias suscita-das entre los diputados electos en 1912 tendrían que ver, sobre todo, con el grado de su proximidad al nuevo gobierno maderista: candidatos “ofi-ciales” o “no oficiales”. HMex, XL: 4, 1991 69
2 BLOCH, 1952, p. 30. Ésta es una advertencia de Bloch para no incurrir en lo que él llama “el mito de los orígenes”. 3 Véase BARTH, 1980, pp. 58 y ss.
4 BARTH, 1980, pp. 28-57. La percepción del espacio dividido en la ciudad moderna no es meramente un asunto físico. El peso de los migrantes europeos planteó a muchas ciudades norteamericanas una división en-fática entre sus habitantes, la del idioma, que la prensa metropolitana habría ayudado a mitigar.
5 Véase BARTH, 1980, pp. 58-109. A propósito de las secciones especializadas, y en relación con los habitantes de las grandes ciudades, dice Barth: “[. . .] sections and subdivisions encouraged selective reading, a habit that appealed to people whose experience of modernity taught them to live life in segments and not as a totaíity”, p. 80. 6 Rurz CASTAÑEDA, 1974, pp. 215 y ss. 7 Decía el diario a propósito de su propio papel en el contexto perio-dístico mexicano en la primera mitad de la década de 1890: “£/ Universal ha triunfado en su dura campaña contra el ‘fuero del periodismo’, viejo lobo del jacobinismo que susbsistía sobre los destrozos del fuero clerical, del fuero nobiliario, del fuero militar”. Citado por iRuiz CASTAÑEDA, 1974, p. 221.
8 Ruiz CASTAÑEDA, 1974, p. 223. CAMPOS, 1968, p. 126, asegura que el tiraje de El Imparcial eí 1-2- de abril de 1897 fue de 38 176 ejemplares, pero no cita fuente. Lepi-dus, citado por Ruiz CASTAÑEDA, 1974, p. 232, sostiene que el tiraje de El Imparcial en 1905 era de 75 000 ejemplares. TOUSSAINT ALCARAZ, 1989, p. 32, por su parte, propone un tiraje de entre 104 000 y 125 000 ejempla-res diarios en 1907 (aunque tampoco cita fuentes), que parece excesivo. AGUILAR PLATA, 1982, pp. 88 y ss., explica las reacciones de la prensa capitalina ante la aparición de El Imparcial y, sobre todo, ante su precio de venta. OCHOA CAMPOS, 1968, p. 126. Dice TOUSSAINT ALCARAZ , 1989, p. 21: Se “hizo incosteable tirar mil o dos mil ejemplares y venderlos a seis centavos frente a los tiros de 20 mil y 50 mil [que se vendían] a un centa-vo’ ‘. 12 Tomo como punto de partida para este cálculo los imprescindibles datos proporcionados por TOUSSAINT ALCARAZ, 1989, pp. 15 y 20. Se in-cluyen en este promedio títulos periodísticos de cualquier periodicidad (diarios, semanales, bisemanales, mensuales, semestrales y anuales). Así pues, es muy probable que el impacto de El Imparcial en la prensa diaria haya sido mucho mayor.
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