Foto: JORGE ZEPEDA PATTERSON (31 AGO 2016)
La invitación a Trump es un monumental error político del presidente Peña Nieto.
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La presidencia se equivocó al invitar a Donald Trump a venir a México. En teoría, parecería una medida propia de un Jefe de Estado: conversar en privado con los dos candidatos a dirigir la Casa Blanca durante los próximos cuatro años. Eso en teoría; en la práctica, es un monumental error político.
Primero, porque Enrique Peña Nieto no sólo encabeza un Gobierno, también ostenta la representación formal y simbólica de un pueblo que ha sido groseramente insultado por Trump. Muchos mexicanos ven en este recibimiento un acto humillante que lastima el orgullo de la nación, y con toda razón. Al margen de “los intereses de Estado”, la dignidad ha sido el último bastión para un país que durante dos siglos ha experimentado los abusos de un vecino poderoso y avasallante. Recibir a alguien que ha señalado a los mexicanos como delincuentes y violadores, y convertido en bandera el odio en nuestra contra, no será percibido como un acto civilizado y maduro, sino como una deshonra adicional.
Segundo, porque en realidad los “intereses de Estado” tampoco son congruentes con una invitación que a todas luces beneficia a la campaña del republicano. Peña Nieto corre el riesgo de ser chamaqueado por Trump. El candidato republicano usará esta entrevista electoralmente para intentar reposicionarse frente al electorado latino en particular y la opinión pública en general.
En estricto sentido, es tarea del mandatario mexicano defender los intereses de México y es evidente que a México no le conviene que Trump sea presidente de EE UU. No se trata de negociar con el empresario para que atempere sus amenazas de cerrar la frontera, clausurar el Tratado de Libre Comercio o incautar las remesas, todo lo cual sería terrible para la economía mexicana. No, simplemente se trata de hacer lo posible para que ese señor no llegue a la Casa Blanca, dentro del campo de posibilidades que están al alcance del Gobierno mexicano. La realpolitik obligaba a Peña Nieto a no engordar las posibilidades del republicano.
Y tercero, los operadores del presidente tendrían que haber considerado que Trump es una bala suelta, un chivo en cristalería. Peña Nieto se expone demasiado porque el saldo de este encuentro privado quedará en manos del excéntrico y locuaz millonario. Nunca se sabe qué decidirá Trump dar a conocer y cómo interpretará cada una de las frases de lo que ahí se diga. El mandatario está constreñido a la discreción por razones políticas evidentes; Trump, no. El aviso de esta reunión surgió unilateralmente del equipo de campaña del republicano y tomó por sorpresa a Los Pinos, lo cual resulta sintomático. Ponerse en manos de un bocazas es un acto irresponsable, por decir lo menos, de parte de los operadores políticos de Los Pinos. En suma: nada que ganar y mucho que perder.
Lo cual lleva a preguntarnos, justamente: ¿dónde están esos operadores? ¿Dónde el tan llevado y traído oficio político de los priistas? Lo de Trump es la última cuenta de un largo rosario de desaciertos en la estrategia política de la presidencia: la apertura a los matrimonios homosexuales que desencadena la furia de la Iglesia y obliga a recular con saldo negativo en todos los frentes; la fallida explicación de las razones por las que un particular paga los impuestos del apartamento de la primera dama en Miami (sin ofrecer prueba del reembolso de ese “préstamo”); describir como un asunto de estilo el plagio de textos en la tesis de licenciatura de Peña Nieto.
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Fuente: http://internacional.elpais.com/internacional/2016/08/31/mexico/1472677276_450303.html
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