———- O ———-
Hace muchos años, en la FIL de Guadalajara, el stand de la editorial donde publicaba fue allanado una noche y, durante el desayuno, el director de ventas comentaba indignado lo ocurrido: se habían llevado, decía, hasta la engrapadora y yo, preocupado por el libro que habría de presentar en un auditorio ese día, pregunté: ¿Y habrá modo de que traigan, a tiempo, ejemplares de mi libro para la mesa de ventas? El director respondió aún más indignado: Se robaron hasta los lápices, pero ningún libro, ni tuyo ni de nadie… Esta anécdota, que me dejó reflexionando durante mucho tiempo, la traigo a cuento, pues, al menos, en la jerarquía de valores de aquellos bandidos, los libros no valían nada: ni la molestia de cargar con ellos.
Para mí, desde niño los libros han sido importantísimos y, aunque siempre he entendido que no todo el mundo los aprecia como yo, esa vez tuve que admitir, como una bofetada definitiva que hay personas para quienes, en serio, los libros no significan nada. Este grupo para infortunio de nuestro país está integrado por un número muy alto y para mayor desgracia ha ido aumentando pese a los esfuerzos de muchos. Decir que nuestro país ocupa el penúltimo lugar en la lista de países lectores es un dato altamente preocupante.
Y aunque puedan esgrimirse muchos factores para explicar ese vergonzoso penúltimo sitio: analfabetismo, elevado precio de los libros, escasez y mal funcionamiento de las bibliotecas públicas, falta de tiempo o lo que se quiera; la relación entre los alfabetizados y la lectura de libros baratos o incluso regalados, la asistencia a las bibliotecas públicas y el empleo del tiempo de ocio ante la tele o internet muestran que todos esos factores son en la mayoría de los casos meros pretextos. Un libro comprado por un peso o regalado no es un libro necesariamente leído; las bibliotecas -malas si se quiere- no están abarrotadas, y los millones y millones de horas gastadas en las redes sociales confirman el vergonzoso hecho de que en nuestro país (120 millones de individuos), quienes leen como hábito, por gusto, como primera opción de entretenimiento son poquísimos.
El tiraje de los libros (entre 200 ejemplares de los títulos universitarios y hasta, incluso, los 50 mil ejemplares de los bestsellers) representa números ridículos si se compara con el tamaño de la población.
Esta situación configura un problema nacional muy, pero muy grave, pues todos entendemos que hoy por hoy los libros son todavía el principal depósito de información y en ellos se encuentra la memoria humana y, por lo mismo, la posibilidad de acceder a través de la lectura (y por supuesto de muchos otros ingredientes sociales) a un nivel pleno de humanidad. Los libros son el gigante en cuyos hombros hemos de subirnos para mirar más lejos, para poder ser y hacer más. Lo propiamente humano no está en la herencia biológica con la que nacemos como homo sapiens sapiens, sino en esa herencia de la que nos apropiamos leyendo.
La frase “el mexicano no lee” es una voz de alerta que debería convocar a un gran debate nacional donde todos los que tengan algo que decir (promotores de lectura, maestros, editores, vendedores de libros, filósofos, sociólogos, pedagogos, psicólogos, publicistas, escritores…) aportaran sus reflexiones y sus experiencias. Si el mexicano no lee y el francés o el japonés o el alemán sí leen no tenemos un futuro digno. La falta del hábito de la lectura es un problema estructural que muestra el fallo de nuestro sistema educativo.
Desde las épocas de Vasconcelos, con sus altibajos a través de los años, se han efectuado en nuestro país infinidad de programas de promoción de la lectura, pero nunca se ha hecho un seguimiento para comprobar si esos libros entregados en las manos de las personas fueron realmente leídos, si las pláticas de autor o de promotor o las lecturas con actores despertaron realmente el gusto de leer en los asistentes. Creo que hace falta elaborar un estudio a fondo para determinar cuáles son los problemas y en qué orden habrán de atenderse, porque, insisto, se trata de un asunto extremadamente complejo. Tal vez entre todos podríamos encontrar la agenda. Estamos jugándonos el mañana y el pasado mañana de México, porque el hoy, para desgracia de todos, está prácticamente perdido.
(*) Escritor y filósofo.
FUENTE: https://www.sinembargo.mx/04-02-2019/3530491
———- O ———-