———- O ———-
Una de las novelas más representativas del liberalismo mexicano es El Zarco, obra del periodista, político y escritor mexicano Ignacio Manuel Altamirano.
La obra, escrita entre 1886 y 1888, se sitúa en el estado mexicano de Morelos, en el poblado de Yautepec, para ser más preciso, y más que relato, es un reflejo fiel de la situación que se vivía en México, justo después de la Guerra de Reforma, que enfrentó al presidente Benito Juárez con los conservadores, en la hoy llamada por el propio presidente Andrés Manuel López Obrador, como “La segunda gran transformación nacional”.
Altamirano retrata al México bronco, con una delincuencia desbordada que tiene al borde de la locura a los hacendados y dueños de talleres artesanales; Yautepec es refugio de la banda de “Los Plateados”, salteadores de caminos, secuestradores, extorsionadores y asesinos sin escrúpulos. Los hacendados tienen que pagarles “una cuota” para que puedan trabajar la tierra y hacer negocio con ella.
Los artesanos también deben de cubrir una cuota para poder trabajar y vivir en paz -hoy conocida como “derecho de piso”-. Tal ha sido la presencia de lo que hoy llamamos “delincuencia organizada”, que las madres quienes tienen hijas jóvenes y en edad de casarse, deben de “pagarle a Los Plateados”, para que no secuestren, violen o hagan daño a sus muchachas.
Al inicio de 2019 y 161 años después de que Altamirano, escribiera su obra cumbre, López Obrador se encuentra un país muy similar al que la novela denuncia, un México bronco, con la violencia desbordada, con altos índices de inseguridad y con regiones donde la verdadera autoridad es la delincuencia organizada.
En la ficción, Altamirano escribe que mucha gente del pueblo estaba coludida con “Los Plateados”, que les avisaban a los bandoleros los movimientos que tenía la tropa para combatirlos, así recibían “el pitazo” para ponerse a salvo y burlar a la justicia. Hoy es un secreto a voces que pueblos enteros están del lado de la delincuencia organizada.
En la realidad, delitos como el robo de combustibles (huachicoleo) a la principal industria del Estado Mexicano -Petróleos Mexicanos-, o el robo a lo que los ferrocarriles transportan, la misma gente oculta, apoya y hasta realiza los delitos. Comunidades enteras basan su economía en actividades ilícitas.
Irónicamente y a lo largo de su carrera política, uno de los símbolos históricos utilizados por Andrés Manuel López Obrador, es precisamente Benito Juárez y los cambios que trajo el periodo conocido como “La Reforma”, y la defensa que hizo de La República, durante la intervención francesa y la imposición de Maximiliano de Habsburgo como Emperador de México.
Una de las más fuertes críticas que Ignacio Manuel Altamirano hace a Benito Juárez, se da en el papel del ejército -que el le llama “la tropa” en la lucha contra “Los Plateados” y demás bandoleros que azotan Morelos. Al ver que la delincuencia ha rebasado a las autoridades y al saber que no pueden ya no terminar con ellos, sino simplemente controlarlos, el Gobierno le da total libertad a la tropa en el uso de la fuerza.
Y de ahí que la violencia de los bandoleros es combatida por la violencia oficial, lo que explica -tanto en la ficción como en la realidad-, los fusilamientos, los ahorcados y los poblados arrasados como una medida para poner orden y vivir en paz.
Hoy, una de las propuestas más debatidas de López Obrador está la creación de la Guardia Nacional y según dicen sus críticos y adversarios políticos, está el darle poder excesivo a las Fuerzas Armadas, a dotar de un marco legal al Ejército como una medida de legalizar la violencia para que se combata a la delincuencia organizada.
En pocas palabras, usar la violencia del Estado contra la violencia de la delincuencia, es decir, tratar de apagar el incendio con cubetadas de gasolina. Entonces queda de manifiesto que, en países como México, la ficción no es tan cruda como la realidad.
(*) Periodista y Mtro. UAM Azcapotzalco
———- O ———-