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Abrió los ojos y se quedó mirando al techo varios minutos, el frío era intenso. Allí dormía, siempre del lado de un ventanal que daba a la calle (tercer nivel). Desde aquel lugar, podía apreciar la copa de los árboles y escuchar la madrugada: Ajetreos, voces, ulular de sirenas, autos en marcha y bulliciosas aves. En sí, latidos de una cotidianidad metropolitana que diario iniciaba, minutos antes de la apertura del metro Rosario, al norte de la ciudad de 22 millones de habitantes.
Persecución de estudiantes, cierre de universidades, militares y particulares circunstancias lo habían traído (varias décadas atrás) a la megalópolis. Ahora, era un trabajador más de los 60 millones que viven al día, (incertidumbre -incluida-) sin patrimonios y en la pobreza (datos 2017 INEGI), pero nunca se lamentó, al contrario se consideraba rico en sensibilidad social y experiencias, a sus 54 años.
Aunque discontinuamente, trabajó desde sus 19 años en distintos oficios, a la par que estudió periodismo y economía, además de involucrarse en el pulso de dinámicas ciudadanas (política, movimientos sociales, universidad, cultura, arte, etc).
Convivió con exiliados de América Latina (afectados por el Plan Cóndor) en plena efervescencia de movimientos guerrilleros centroamericanos, simpatizó con movimientos universitarios, fue integrante de un grupo de música folclórica que llegó a actuar en el Auditorio Nacional, Sala Nezahualcóyotl, Festival Internacional Cervantino entre otros, en la década de los ochenta.
La solidaridad lo reclutó primero adolescente en una producción discográfica para una zona boliviana que vivió una cruenta sequía de casi 4 años. Después ayudó a víctimas de la explosión de una planta de gas en San Juanico (Estado de México), luego vino el gran terremoto de 1985 y sus secuelas. Posteriormente estuvo en el mundial de fútbol 1986 y con él la inquietud por conocer otras realidades, países y circunstancias del continente “in situ”. Así con 150 dólares, un pasaje (redondo) y amigos, (austeramente) recorrió desde EEUU, hasta el extremo sur mexicano, en épocas donde algunos países vecinos atravesaban y/o habían salido de una guerra civil. Su intuición y curiosidad lo había llevado a atravesar la frontera (con Guatemala) e internarse a zonas de conflicto.
Inhaló profundo y en “flashback” recordó detalles y matices finos de aquellos caminos vulnerables. Su capacidad de mimetizarse, adaptarse y caerle bien a personas que después lo ayudaban en sendas de peligro, fueron claves en dicho recorrido, pudo palpar: Miseria, pobreza extrema, narcotráfico, prostitución, tráfico de seres humanos, ausencia policial y abuso militar en visibles contextos donde norteamericanos (asesores militares) habían estado recientemente, dejando tras de sí, destrucción colateral y conflictos humanos (Guatemala, El Salvador, Nicaragua).
Hizo una pausa y volvió a exhalar pausadamente, en el recuento -sonriente- rememoró la evolución de sus apodos, había emigrado a los 17 años desde su Chaco (región fronteriza entre Bolivia, Argentina y Paraguay) en tiempos donde la socialización regional era intensa. Y estaban de moda apodos a la inversa, por ejemplo si alguien era “gordo” le decían “flaco”, si tenía una prominente nariz le decían “ñato” y así. En general en la zona apodaban “Choco” a personas de tez blanca y él era moreno (por lo tanto su inversa), pero así quedó bautizado por sus contemporáneos, como “Choco”, o Choco-Dosi (dosi por una derivación lingüística de taxi).
Cuando se trasladó a la capital La Paz (Bolivia), siempre lo llamaron por su segundo nombre (en diminutivo) y al estar ya en México por su primer nombre. Los años siguientes surgieron otros apodos, ejemplo sus compañeros de periodismo (vespertino) le decían “Ché”, los de economía (matutino) “Bolívar”, al final sobrevivió su nombre real (compuesto).
Había conformado una familia y vivía con ellos desde hace varios años, trabajaba en productos relacionados a la salud y también como freelance, profesor de escuelas privadas (historia, periodismo, economía y ciencias sociales) proyectándose apasionadamente en sus clases. Con el tiempo había logrado conocer a más de 2000 estudiantes, muchos de ellos todavía lo buscaban.
Pensó ¿Qué otras cosas más lo apasionaban y lo hacían sentirse pleno?, lo remarcaba -a propósito- ya que reflexionaba sobre una deconstrucción humana cegada por post verdadades (sistemas voraces) en plena era digital y con tecnología de última generación. El resultado? La adicción y manipulación virtual suele fragmentar, incomunicar, individualizar y dispersar valores como empatía, inclusión y tolerancia, entre otros.
¿Qué gustos tenía entonces? Simples, era costumbre recurrente ingerir una infusión suramericana (yerba mate) traída de su natal región, e infaltable cuando escribía o leia, con una rarísima combinación, lo acompañaba con palanquetas. Por cierto, siempre le era complicado conseguir “mate ” en México.
¿Qué más? Libros, libros (impresos) de realidad social, de filosofía, de poesía, de historia, de sociología, periodismo, economía, en general nuevas producciones que le ayudaran a entender mejor el mundo actual. Conocer a sus autores y estar en presentaciones de su interés. Y cuando se daba la ocasión entrevistarlos.
¿Qué más? en la alimentación, el “pescado frito” siempre se le antojaba “mojarras”. Lo insólito era que podían pasar varios años sin degustarlos, cuando se presentaba la ocasión su sabor le recordaba a la pesca en su antaño rio Pilcomayo. Era de su agrado también la sopa de maní (cacahuate), empanadas chaqueñas y por supuesto la comida mexicana.
¿Qué más? respecto a la música: Canto regional, auténtico y folclórico, mejor si lo escuchaba en vivo, disfrutaba melodías, además de compartir y” cantar” -mejor- si era acompañado de una guitarra y cerveza.
¿Qué más? ¿qué más? hablar, platicar, analizar, mirar a los ojos, retroalimentarse y siempre aprender de sus interlocutores. También disfrutaba -por supuesto- convivir con sus padres.
Finalmente, Choco se sigue conmoviendo con la canción “de las simples cosas” interpretada por Mercedes Sosa, Chavela Vargas y otras creaciones de Páez, Gieco, Piero, Cortéz, Silvio, Milanes, José Alfredo, Carrillo, Manzanero, o cantautores clásicos, además de la trova mexicana.
Sí, así es…cosas simples, espontáneas, transparentes que en tiempos de hedonismo mercantil, de vorágine virtual, de indolencia e impunidad van desapareciendo inexorablemente. Entonces, Choco vuelve a cerrar los ojos -y se dice- “Buéh, pero mejor ensayemos la muerte, unos minutitos más, después será otro momento.”
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