Resumen
La gran victoria ideológica del neoliberalismo ha consistido en “desideologizar” las políticas que lleva a cabo, hasta tal punto que ya no deben ser ni siquiera objeto de debate. Por eso puede afirmarse que el gran logro del neoliberalismo ha sido la producción del sujeto neoliberal o neosujeto. Y, mediante los medios de comunicación, los videojuegos, el cine, la escuela, etc., se está consiguiendo convertir al ser humano en “empresario de sí mismo”.
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Contenido
La nueva razón del mundo. 1
La construcción del habitus capitalista. 2
La nueva subjetividad neoliberal: el máximo interés individual 3
La fábrica del sujeto neoliberal: la “empresa de sí”. 4
La sociedad del cálculo individual y la elección. 5
Lo público es el problema. 6
El riesgo: un estilo de vida. 7
La erosión de la personalidad. 8
Conclusión. 9
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La nueva razón del mundo
Sigo en esta reflexión el análisis que Laval y Dardot (2013) plantean en su libro titulado “La nueva razón del mundo”. Estos autores se preguntan cómo es posible que, a pesar de las consecuencias catastróficas a las que han llevado las políticas neoliberales, estas sean cada vez más activas, hasta el punto de hundir a los estados y las sociedades en crisis políticas y regresiones sociales cada vez más graves. Cómo es posible que, desde hace 30 años, estas mismas políticas se hayan desarrollado y se haya profundizado en ellas sin tropezar con resistencias masivas que las impidan.
La globalización neoliberal capitalista no es sólo destructora de derechos, es también productora de cierto tipo de manera de vivir, de cierta forma de comprensión del mundo, de un tipo de relaciones sociales, de marcar, en definitiva, una subjetividad determinada. El neoliberalismo define un imaginario social marcado por una determinada normatividad, afirman. Esta norma obliga a cada persona a vivir en un universo de competición generalizada, sujeta las relaciones sociales al modelo del mercado, que empuja a asumir como normal e incluso a justificar desigualdades cada vez mayores, transformando incluso a la propia persona, que en adelante es llamada a concebirse y a conducirse con una empresa, un emprendedor de sí mismo. En definitiva, remodela la subjetividad.
El neoliberalismo tiende a estructurar y organizar, no sólo la acción de los gobernantes, sino también la conducta de los propios gobernados. El neoliberalismo es la “razón instrumental” del capitalismo contemporáneo, un capitalismo plenamente asumido como construcción histórica y norma general de la vida.
De hecho, la globalización capitalista es como el agua para el pez. De la misma forma que un pez, en una fábula animada, no se percataría de vivir inmerso en un ambiente diferente al resto de las especies, los seres humanos tampoco solemos caer en la cuenta de que vivimos sumergidos en el modelo capitalista del que somos parte y en el que nos hemos ido socializando y que nos ha ido construyendo nuestra forma de pensar y comprender la realidad que nos rodea. A través de los medios de comunicación, empresas pertenecientes a grandes corporaciones, que transmiten las mismas informaciones y ocultan otras; mediante los discursos políticos y publicitarios reiterados, las normas y costumbres que socializamos y que nos presionan a asimilar a un determinado modelo de consumo, de expectativas, deseos y esperanzas; a través de los contenidos que se nos transmiten en la educación formal o las películas y los videojuegos, made in Hollywood, que muestran una visión muy concreta de quiénes son los héroes y los villanos, dónde está el bien y dónde el mal, quiénes son los “nuestros” y cuáles son los enemigos. Todo nuestro entorno social contribuye a crear, mantener, justificar y sostener el denominado pensamiento único.
Los disidentes, los “divergentes”, no dejan de ser minorías periféricas, exaltadas, radicales antisistema, que incluso pueden adornar “folklóricamente” la democracia de la mayoría que es capaz de acoger en su seno la propia contestación, mientras no afecte, por supuesto, a los núcleos centrales del sistema.
De esta forma, la actualmente denominada “gobernanza” se hace dentro de ese supuesto espacio de “libertad” dejado a las personas para que acaben sometiéndose por sí mismas a ciertas normas y creencias que se van arraigando profundamente. Parafraseando al teórico marxista Antonio Gramsci, podemos constatar que cuando la clase dominada asume la ideología de la clase dominante, no se necesitan ejércitos de ocupación.
La construcción del habitus capitalista
No tenemos más que asistir a cualquier conversación en la calle y constataremos que la mayoría de la población cree en el mercado como mecanismo más eficiente (¡casi único!) de organización de la economía, cree en la “ley de la oferta y la demanda”, en el carácter sagrado de la propiedad privada, en que el Estado es un aparato lento y burocrático, que tiene que reducirse al mínimo y no intervenir en la economía. Como dice Susan George, parece como si “declararse en contra del libre mercado ahora fuera como declararse contra la maternidad”.
Es hasta ingenuo preguntarse “quién enseñó” estos contenidos. En verdad, podríamos decir que no los enseñó (en el sentido fuerte de una acción pedagógica formal e institucionalizada) nadie y, sin embargo, han sido aprendidos y asumidos por la mayoría. Porque lo “social” se educa a través de la socialización cotidiana en la vida, en el trabajo, en la escuela, en la posición que se ocupa, en los medios de comunicación. Se ha convertido una ideología en una doctrina, lo cual refuerza la inculcación al racionalizarla, al convertirla en un conjunto sistemático de razonamientos, de argumentaciones, de principios, repetidos insistentemente hasta configurarlos como la única realidad plausible.
Lo sorprendente es que las instituciones educativas o los medios de comunicación siempre se han declarado al margen de toda esta socialización, proclamando una “falsa neutralidad” que hoy día se ha revelado imposible.
En el caso de la escuela podemos constatar cómo su currículo, su organización, su metodología, sus prácticas, las políticas educativas que las enmarcan, construyen una red en sintonía con el sistema social imperante. En el caso de los medios de comunicación no podemos olvidarnos que son empresas al servicio de unos intereses y cuyas cuentas de beneficios determinan sus enfoques y que la publicidad, la industria cinematográfica, de videoclips o de videojuegos es quien ayuda a construir y homogeneizar el actual imaginario colectivo a lo largo del planeta. Como analiza Tenti Fanfani (2003) estos medios institucionales e informales son los que contribuyen a ‘civilizar’ nuestra sociedad, inculcando en la población un habitus determinado: el habitus capitalista. Se ha ido configurando así un consenso de “sentido común” alrededor de ciertos temas básicos de la economía, la convivencia, la sociedad y la política, que se ha construido con la colaboración de estas instituciones formales e informales o, al menos, su silencio cómplice.
Aunque se hacen declaraciones teóricas bienintencionadas defendiendo los grandes valores recogidos en los derechos humanos e incluso se plasman en proyectos educativos en las instituciones formativas, como enfoques conductores de su actuación, o se introducen en códigos éticos en los medios de comunicación o grandes empresas, a los que se suponen que se deben atener, parece que el aprendizaje que prima, los valores reales que se exaltan, el curriculum en que se forma, las prácticas que se adoptan realmente, pasa por actuaciones, metodologías, prioridades y propuestas que poco tienen que ver con ellos, y cada vez más con el modelo que el capitalismo exige de adaptación a sus principios y filosofía: aumentar sin límites la producción de mercancías industriales y suministrar más y más bienes; comprar para crecer y mantener el mercado; competir y ser el primero, porque el que llega arriba lo debe a su propio mérito basado en su trabajo y esfuerzo; asegurarse tener más “empleabilidad” que el resto de los aspirantes; aprovechar la oportunidad; asumir la desigualdad existente e incluso justificar la diferencia porque, en realidad, los que se quedan abajo son culpables porque no se esfuerzan lo suficiente. En todo caso, mirar para otro lado y no complicarse, porque no hay otra posibilidad, éste es el menos malo de los mundos posibles.
Este es parte del actual el imaginario colectivo que refleja cómo concebimos el orden mundial, cuáles son las condiciones para nuestras acciones y cuáles los valores por los que vale la pena luchar o, dado el caso, hacer un sacrificio. Los héroes y heroínas modernas no son médicas que salvan vidas, maestras que ayudan a desarrollarse a los niños y niñas, bomberos que apagan desastres, obreras que luchan por los derechos de todas y todos. Beyoncé, Ronaldo o Belén Esteban se han convertido en las nuevas estrellas mediáticas que marcan los deseos y las aspiraciones de buena parte de la sociedad. El imaginario del capitalismo ha triunfado y ha colonizado el “sentido común”. Se ha consolidado así la nueva subjetividad capitalista, donde la lógica del mercado se concibe como la lógica normativa generalizada, desde el Estado hasta lo más íntimo de la subjetividad. Para ello se requiere una gran política de educación de las masas que prepare y forme a los seres humanos para mantener y perpetuar esta nueva subjetividad.
La nueva subjetividad neoliberal: el máximo interés individual
Esta subjetividad neoliberal potencia el egoísmo biológico, frente a la solidaridad altruista. Responde a la idea de la responsabilidad individual: cuanto más se ocupe el Estado de nosotros, menos inclinados nos sentiremos a recurrir a nuestras propias fuerzas. Se trata de hacer de la empresa y el emprendimiento una especie de receta universal (Laval y Dardot, 2013).
Se pasa a considerar la “competencia” como el modo de conducta universal de toda persona, que debe buscar superar a los demás en el descubrimiento de nuevas oportunidades de ganancia y adelantarse a ellos. El emprendimiento pretende extender y sistematizar el “espíritu de empresa” en todos los dominios de la acción colectiva, muy particularmente el del servicio público. La educación y los medios de comunicación, sobre todo, serán los llamados a desempeñar un papel determinante en la difusión de este nuevo modelo humano genérico.
La cultura de empresa y el espíritu de empresa pueden aprenderse desde la escuela, al igual que los valores del capitalismo. No hay nada más importante que la batalla ideológica. Las grandes organizaciones internacionales e intergubernamentales (FMI, BM, OMC, OCDE) desempeñan un papel clave en lo que se refiere a estimular dicho modelo, haciendo de la formación en el espíritu emprendedor una prioridad de los sistemas educativos en los países occidentales.
No se trata sólo de la conversión de los espíritus; se necesita la transformación de las conductas. Esta es, en lo esencial, la función de los dispositivos de disciplina, tanto económicos, como culturales y sociales, que orienta a las personas a “gobernarse” bajo la presión de la competición, de acuerdo con los principios del cálculo del máximo interés individual.
La progresiva extensión de estos sistemas disciplinarios, así como su codificación institucional, han conducido finalmente a la instauración de una racionalidad general, una especie de nuevo régimen de evidencias como único marco de inteligibilidad de las conductas humanas. Esta inmensa ola ha ido fabricando un nuevo consentimiento, si no de las poblaciones, al menos de las elites en posesión del discurso público, y ha estigmatizado como “arcaicos” a quienes todavía osan oponerse (Laval y Dardot 2013).
De esta forma cada persona se ha visto compelida a concebirse a sí misma y a comportarse, en todas las dimensiones de su existencia, como portador de un talento-capital individual que debe saber revalorizar constantemente.
La fábrica del sujeto neoliberal: la “empresa de sí”
La clase trabajadora nunca se hubiera “convertido” voluntariamente o espontáneamente al modelo neoliberal mediante la sola propaganda del libre intercambio, ni únicamente por los atractivos del enriquecimiento privado. Ha sido preciso pensar e instalar, “mediante una estrategia sin estrategias”, los tipos de educación del espíritu, de control del cuerpo, de organización del trabajo, de reposo y de ocio, basados en un nuevo ideal del ser humano, al mismo tiempo individuo calculador y trabajador productivo.
El paso inaugural consistió en inventar el “ser humano del cálculo” que ejerce sobre sí mismo el esfuerzo de maximización de los placeres y minimización de las penalidades exigido por la existencia entre individuos de relaciones interesadas. El blanco del nuevo poder es la voluntad de realizarse uno mismo. El efecto buscado por las nuevas prácticas de fabricación y de gestión del nuevo sujeto es hacer que cada persona trabaje en su propia eficacia, en la intensificación de su esfuerzo, como si esa conducción viniera de él mismo, como si fuera ordenada desde el interior por el mandamiento imperioso de su propio deseo. Son las nuevas técnicas de “la empresa de si”.
Se trata de producir sujetos emprendedores que, a su vez, reproducirán, ampliarán, reforzarán las relaciones de competición entre ellos. Y esto les impondrá, de acuerdo con la lógica de un proceso autorealizador, adaptarse subjetivamente cada vez más a las condiciones, cada vez más duras, que ellos mismos habrán producido. De este modo se ordena al sujeto que se someta interiormente, mediante un constante trabajo sobre sí mismo, a esta imagen: debe velar constantemente por ser lo más eficaz posible. Tiene que perfeccionarse mediante un aprendizaje continuo, aceptar la mayor flexibilidad requerida por los cambios incesantes que imponen los mercados. Experto en sí mismo, su propio creador, también su inventor y empresario. La economía se convierte en una disciplina personal.
La empresa se convierte así, no sólo en un modelo general a imitar, sino que define una nueva ética, cierto ethos, que es preciso encarnar mediante un trabajo de vigilancia que se ejerce sobre uno mismo y que los procedimientos de evaluación se encargan de reforzar y verificar. El primer mandamiento de la ética del emprendedor es “ayúdate a ti mismo”. La gran innovación de la tecnología neoliberal consiste, precisamente, en vincular directamente la manera en que una persona “es gobernada” con la manera en que “se gobierna” a sí misma.
Persigue, sobre todo, trabajar sobre sí mismo con el fin de transformarse permanentemente, de mejorar, de volverse cada vez más eficaz. Lo distintivo de este sujeto es el proceso mismo de mejora de sí al que se ve conducido, que lo lleva a perfeccionar sin cesar sus resultados y sus rendimientos. Los nuevos paradigmas, la “formación a lo largo de toda la vida” (longlife training) y la “empleabilidad”, son sus modalidades estratégicas más significativas.
El individuo, como empresa de sí, debe superar la condición pasiva de “trabajador” o “trabajadora”, de asalariado. Debe pasar a considerarse a sí mismo como una “empresa” que vende un servicio en un mercado.
Ha llegado el momento de sustituir el contrato salarial por una relación contractual entre empresas de sí, en un país de “autónomos”.
Diferentes técnicas, como el coaching, la programación neurolingüística (PNL), el análisis transaccional y múltiples procedimientos vinculados a una escuela o un gurú, tienen como meta un mejor dominio de sí mismo, de las propias emociones, del estrés, de las relaciones con clientes o colaboradores, jefes o subordinados. El objetivo de todas ellas es un refuerzo del yo, su mejor adaptación a la realidad. Saberes psicológicos, con un léxico especial, autores de referencia, métodos particulares, modos de argumentación de aspecto empírico y racional. Se presentan como técnicas pragmáticas de transformación de las personas orientadas a resultados. Van dirigidos a hacer al individuo más eficaz, empezando por el trabajo de autopersuasión, en virtud del cual cada uno debe creer que los recursos necesarios para evolucionar se encuentran en él mismo. La fuente de la eficacia está en el interior de uno mismo. Los problemas, las dificultades, se convierten de este modo en una auto-exigencia, pero también en una auto-culpabilización, ya que somos los únicos responsables de lo que no sucede. De hecho, las “crisis” se convierten en auténticas oportunidades de demostrar su valía personal y su capacidad de recuperación.
La sociedad del cálculo individual y la elección
Estamos ante la revolución de una nueva moral que da así consistencia teórica a la antropología del sujeto neoliberal que está produciendo mutaciones subjetivas de masas. Ya no se trata de ejercer el poder mediante una pura coacción sobre los cuerpos, los pensamientos y los comportamientos, sino que debe acompañarse del deseo individual. Se trata de que cada persona se involucre y participe activamente. Lo cual supone que el cálculo individual penetre en la lógica común, en la definición del modelo vital de actuar, incluso de cara a los proyectos de futuro que cada persona imagina.
La estrategia neoliberal consiste en establecer la “obligación de elegir” como la única “regla lógica del juego” de la vida, concebida como un gran escenario regido por las reglas del mercado. De esta forma cada persona asume la necesidad de hacer un cálculo de interés individual, si no quiere perder “en este juego” del mercado.
Más aún, si quiere valorizar su capital personal en un universo donde la acumulación parece la ley generalizada de la existencia y de la posible empleabilidad y supervivencia. Esta lógica es el horizonte de las estrategias neoliberales de promoción de la “libertad de elegir”.
La pomposamente denominada libertad de elección, que realmente esconde una selección en función del interés personal, es un tema fundamental de las nuevas formas de conducta de este sujeto neoliberal. Parece que no se pueda concebir una persona que no sea calculadora, al acecho de las mejores oportunidades. Elegir entre las ofertas alternativas la más ventajosa y maximizar su interés propio, es uno de los principios básicos.
No se trata, por ejemplo, de exigir que todas las personas tengan acceso a los mejores centros educativos, sino de conseguir el mejor posible para “los míos”, que les de las mejores posibilidades de competir con los otros y conseguir las mejores ventajas. De esta forma una de las principales misiones del Estado se convierte en reforzar la competencia en los mercados existentes y crear la competencia allí donde todavía no existe, en este caso a través de financiar opciones privadas de centros educativos y ampliando la posibilidad de “libre elección”. O mediante el sistema de “cheque educativo”, donde ya no se financia directamente a las escuelas según sus necesidades, sino que se entrega a cada consumidor un cheque que representa el costo medio de la escolaridad y es éste quien debe “elegir” el centro escolar a quien asignarlo, añadiendo la suma necesaria en función de sus elecciones en materia de escolaridad. Es decir, se trata de sopesar entre diversas posibilidades y elegir la mejor oportunidad. El espacio público se construye así siguiendo el modelo del “global shopping center” donde el Estado contribuye a crear ese modelo de mercado.
En realidad, el sistema de los cheques educación tiene dos objetivos que están vinculados uno con otro: está destinado a convertir a las familias en “consumidoras de escuela”, como si de un producto o una inversión se tratara, que maximice sus oportunidades; y el otro objetivo es introducir la competencia entre los establecimientos escolares, que genere una administración o gestión del establecimiento escolar por rendimientos y objetivos, de tipo empresarial, con el fin de que compitan por alcanzar un alto puesto en los rankings de los mejores centros y puedan ser elegidos por el mayor número de consumidores y clientes.
Estos instrumentos de gestión y management, propios de las empresas privadas se introducen en las escuelas individualizando los objetivos y las recompensas, llevando incluso al profesorado a competir entre ellos. La competencia se convierte así en una forma de interiorización de las exigencias de rentabilidad a la vez que se introduce una presión disciplinaria en la intensificación del trabajo, el acortamiento de los plazos, la individualización de los salarios. Este último método, al vincular la remuneración con el rendimiento y la competencia, acrecienta el poder de la jerarquía y reduce todas las formas colectivas de solidaridad.
Esta estrategia disciplinaria se acompaña de la expansión de toda una “tecnología evaluativa”, entendida como medida del rendimiento y eficacia. Dado que cuanto más “libre” se es de elegir en el mercado, más se necesita conocer la “calidad” de los productos que nos ofrecen, para elegir con eficacia a fin de aumentar nuestras ganancias individuales y competir con más probabilidades de éxito en la jungla de la competencia de todos contra todos. El rendimiento de cuentas, la accountability, una forma de evaluación basada en los resultados medibles, se ha convertido en el principal medio para orientar los comportamientos, incitando al “rendimiento” individual.
Lo público es el problema
El tema principal de esta guerra ideológica ha sido la crítica del Estado como fuente de todos los derroches y freno de la prosperidad. Los servicios públicos mantienen la irresponsabilidad, la falta del aguijón indispensable de la competencia individual. El estado, además de ser demasiado costoso y un derroche burocrático, sobre todo desincentiva a los actores en lo que a producir se refiere: el subsidio del paro y las rentas mínimas mantienen a la gente dependiente del Estado, la gratuidad de los estudios empuja a la vagancia, las políticas de redistribución de los beneficios desincentiva el esfuerzo. Los impuestos progresivos generan efectos disuasorios de los actores más dinámicos, fuga de empresas y de capitalistas fuera del espacio nacional, que se ha vuelto no competitivo con el peso de las cargas que recaen sobre los beneficios del capital.
Asistimos así a una completa inversión de la crítica social: mientras que, hasta los años 1970, el paro, las desigualdades sociales, la inflación, la alienación, todas las “patologías sociales” eran relacionadas con el capitalismo, desde los años 80 estos mismos males han comenzado a ser sistemáticamente atribuidos al
Estado. Ronald Reagan hizo de ello un eslogan: “el Estado no es la solución, es el problema”.
Peor aún. La política del estado providencia desmoraliza y destruye las virtudes de la sociedad civil, el esfuerzo personal, el patriotismo, los mecanismos de la moralidad individual. Disuade a los pobres de tratar de progresar, desresponsabilizándoles, disuadiéndolos de buscar trabajo, de estudiar, de ocuparse de sus hijos e hijas, haciéndoles preferir el ocio al trabajo, lo cual les lleva a perder la dignidad y la autoestima. No hay más
que una solución: la supresión del Welfare State y la reactivación de la solidaridad de la familia y el vecindario, obligando a los individuos, para evitar la deshonra, a asumir sus responsabilidades, recuperar su orgullo.
Y quitarles a los ricos para dar a los pobres, es igualmente disuadir a los ricos, mediante la fiscalidad, de enriquecerse. El impuesto progresivo es el principal peligro que amenaza este sistema y desanima a los ricos que no querrán arriesgar su dinero. Si el enriquecimiento debe ser el valor supremo, es porque se considera la motivación más eficaz para estimular a los trabajadores y trabajadoras de tal modo que aumenten sus esfuerzos y sus rendimientos.
Hay que dar un vuelco a la concepción de las personas como producto de su entorno socioeconómico y considerarles, por el contrario, como plenamente responsables de sus elecciones.
Los problemas económicos son vistos como problemas organizativos, y estos últimos, a su vez, son reducidos a problemas psíquicos ligados a un insuficiente dominio de sí mismo y de la relación con los demás. Esta “filosofía de la libertad” hace recaer la responsabilidad del cumplimiento de los objetivos únicamente en individuo.
Hay que responsabilizar a los enfermos, a los estudiantes y sus familias, a quienes buscan empleo, haciéndoles soportar una parte creciente del coste que ellos mismos representan. Éste trabajo político y ético de responsabilización está íntimamente ligado a las numerosas formas de “privatización” de la conducta, porque la vida se presenta sólo como resultado de elecciones individuales. El obeso, el delincuente o el mal alumno son responsables de su suerte. La enfermedad, el paro, la pobreza, el fracaso escolar y la exclusión son considerados consecuencias de malos cálculos individuales. Las dificultades de la existencia, la desgracia, la enfermedad y la miseria, son fracaso de esa gestión, por falta de previsión de prudencia, de no haberse asegurado frente a los riesgos.
El riesgo: un estilo de vida
El nuevo sujeto neoliberal es contemplado como un propietario de “capital humano”. Capital que es preciso revalorizar mediante elecciones “sabias”, determinadas por un cálculo responsable de los costes y los beneficios. La distribución de los recursos económicos y de las posiciones sociales se considera exclusivamente como consecuencia de recorridos, logrados o no, de realización personal. El sujeto neoliberal está expuesto en todas las esferas de la existencia a riesgos vitales a los que no puede sustraerse y su gestión depende exclusivamente de decisiones estrictamente privadas. Ser empresa de si supone vivir enteramente en riesgo. Lo nuevo reside en la universalización de este estilo de existencia.
En este discurso, el riesgo se plantea como una dimensión ontológica. Vivir en la incertidumbre se presenta como un estado natural. Es la “ley natural” de la precariedad. Esta nueva sociedad del riesgo individual es un campo de oportunidades para las propuestas más variadas de la protección y de la seguridad privadas, que van desde la alarma doméstica a las inversiones para la jubilación.
Un inmenso mercado de la seguridad se ha desarrollado de forma proporcional a la debilitación de los dispositivos de seguros colectivos obligatorios, reforzando así, mediante un efecto de bucle, la sensación de riesgo y la necesidad de protegerse individualmente. En este contexto de riesgo, muchos derechos sociales han sido reinterpretados como elecciones individuales de protección personal. Es el caso, por ejemplo, de la educación y de la formación profesional, consideradas como escudos que protegen contra el paro y aumentan la “empleabilidad”.
Esta fabricación social y política de riesgos individualizados, genera nuevas oportunidades de gestión, no ya para el Estado social, sino para esas grandes empresas que proponen servicios estrictamente individuales de gestión de riesgos. El riesgo se ha convertido por entero en un sector mercantil, en la medida de que se trata de producir individuos que podrán contar cada vez menos con formas de ayuda mutua, como los mecanismos públicos de solidaridad.
El capitalismo avanzado es esencialmente destructor de la dimensión colectiva de la existencia. Se asiste a una individualización radical que hace que todas las formas de crisis sociales sean percibidas como crisis individuales, todas las desigualdades sean achacadas a una responsabilidad individual: “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”, que convierten a las víctimas en culpables. Hay toda una maquinaria que transforma las causas exteriores en responsabilidades individuales y los problemas vinculados al sistema en fracasos personales.
El sujeto es considerado responsable de este riesgo y también que la elección del modo de cubrirlo. Lo conveniente para mostrarse “activo”, saber “gestionar los riesgos”, sería una gestión activa en materia de empleo, de salud, de formación. El papel de los poderes públicos es proporcionar información. A partir del momento en que se supone que el individuo está en disposición de acceder a las informaciones necesarias para su elección, hay que suponer que se convierte en plenamente responsable de los riesgos que corre. Esto permite una transferencia del riesgo hacia el enfermo elige un tratamiento o una operación, el estudiante o el parado que eligen una formación, el futuro jubilado que elige un modo de ahorro, el viajero que acepta las condiciones de un itinerario, etc. Se comprende entonces hasta qué punto la confección de indicadores y de rankings participa de la extensión del modo de subjetivación neoliberal: toda decisión, ya sea médica, escolar, profesional, corresponde de pleno derecho al individuo.
La erosión de la personalidad
El nuevo sujeto es el ser humano de la competición y del rendimiento. El empresario de sí mismo es un ser hecho para triunfar, para ganar. “We are the champions”, tal es el himno del nuevo sujeto empresarial. Con una advertencia: no hay lugar para los perdedores. El conformismo se vuelve sospechoso, porque el sujeto está obligado a “trascenderse”. El éxito se convierte en el valor supremo. La voluntad de triunfar, a pesar de los fracasos inevitables, y la satisfacción que proporciona haberlo logrado al menos por un momento en la vida, tal es el sentido de la misma.
La gestión neoliberal de la incertidumbre y la brutalidad de la competición implica que los sujetos las soporten bajo la forma de fracaso personal, vergüenza y desvalorización. Una vez que se ha aceptado entrar en la lógica de este tipo de evaluación y responsabilización, ya no puede haber una verdadera protesta, ya que el sujeto ha llevado a cabo lo que de él se esperaba mediante una coacción autoimpuesta. Una de las paradojas de este modelo, que exige este compromiso total de la subjetividad, es sin duda la deslegitimación del conflicto, debido a que las exigencias impuestas no tienen sujeto, no tiene un autor, ni fuentes identificables. El conflicto social está bloqueado porque el poder es ilegible. Esto es, sin duda, lo que explica una parte de los nuevos síntomas de “sufrimiento psíquico”. Por qué en vez de llenarse, en épocas de crisis, los sindicatos con trabajadores y trabajadoras que se unen para luchar por sus derechos, son las consultas de los psiquiatras las que están a rebosar de individuos con depresiones, ansiedad, insatisfacción y sentimientos de fracaso y desvalorización personal.
El culto del rendimiento conduce a la mayoría a experimentar su insuficiencia y aparecer formas de depresión a gran escala. El diagnóstico de depresión ha conocido una multiplicación por 7 en las últimas décadas. La depresión es, en realidad, el reverso del rendimiento, una respuesta del sujeto a la obligación de realizarse y ser responsable de sí mismo, de superarse cada vez más en esa aventura como emprendedor de sí.
El reverso del discurso de la “realización de sí” y del “éxito en la vida”, supone una estigmatización de los “fallidos”, de los “pasmados” y de la gente infeliz, o sea, incapaz de acceder a la norma social de la felicidad.
El fracaso social es considerado como una patología. El sujeto neoliberal debe ser previsor en todos los dominios (seguros de todo tipo), debe operar en todo como si se tratara de inversiones (en un “capital educación”, en un capital salud, en un “capital vejez”), debe elegir de forma racional entre una amplia gama de ofertas comerciales para la compra de los servicios más simples (el modo de recibir su correo, sus accesos a las redes, sus proveedores de electricidad y de gas). Ante esta enfermedad de la responsabilidad, ante este desgaste provocado por la elección permanente, el remedio más extendido es un dopaje generalizado. El prozac toma el relevo, su consumo suple a las instituciones debilitadas.
El capitalismo corroe el carácter, especialmente los rasgos de carácter que vinculan a los seres humanos unos con otros y dan a cada cual un sentimiento duradero de su propio yo (Sennett, 2000). La planificación del tiempo a largo plazo ha dejado de tener sentido en este contexto de sociedad líquida. El trabajo ya no ofrece un marco estable, una carrera previsible, un conjunto de relaciones personales sólidas. Se impone la inestabilidad de los proyectos y de las misiones, la variación continúa de las redes y los equipos: el mundo profesional se convierte en una suma de transacciones puntuales en lugar de relaciones sociales que impliquen un mínimo de lealtad y de fidelidad. Esta tendencia a no considerar más que las competencias inmediatamente utilizables explica la rápida obsolescencia, así como la expulsión de los seniors fuera de la vida profesional, social y política. Con la edad se enfrentan al sentimiento deprimente de su inutilidad social y económica.
Siempre hay que volver a empezar, siempre hay que demostrarlo todo, hay que volver a partir de cero. La nueva personalidad es un yo más maleable, collage de fragmentos en perpetuo devenir (Sennett, 2000).
La erosión de los vínculos sociales se traduce en el cuestionamiento de la generosidad, de las fidelidades, las lealtades, las solidaridades, de todo aquello que participa de la reciprocidad social y simbólica en los lugares de trabajo. Al ser la “movilidad” una de las principales cualidades esperadas del individuo contemporáneo, la tendencia al desapego y la indiferencia que ello resultan entran en contradicción con la exaltación del “espíritu de equipo”. Surge el modelo del equipo de geometría variable, estrictamente operativo para realizar los objetivos asignados. La ideología del éxito del individuo “que no le debe nada a nadie”, genera la desconfianza, incluso el odio, hacia los humanos pobres, los perezosos, los viejos improductivos y los inmigrantes. Pero también tiene efectos boomerang, dado que cada cual siente amenaza de volverse algún día ineficaz e inútil.
La reestructuración neoliberal convierte a la ciudadanía en seres consumidores de servicios que nunca tienen que asumir a otra cosa más que su satisfacción egoísta. Es esto lo que conduce a implicar a las personas enfermas haciéndoles soportar una parte creciente de los gastos médicos, a los estudiantes aumentando el precio de las matrículas en las universidades. El deterioro de toda confianza en las virtudes cívicas tiene, sin lugar a dudas, efectos performativos sobre el modo en que los nuevos ciudadanos-consumidores consideran su contribución fiscal y las cargas colectivas y el “retorno” que obtienen a título individual. Dichos ciudadanos consumidores ya no son llamados a juzgar las instituciones y las políticas de acuerdo con el punto de vista del interés de la comunidad política, sino en función tan sólo de su interés personal. Lo que así resulta radicalmente transformado es la definición misma del sujeto político.
Conclusión
En este modelo neoliberal la empresa es promovida a la categoría de modelo de subjetivación: cada cual es una empresa a gestionar y un capital que hay que hacer fructificar. La extensión de la racionalidad mercantil se expande a todas las esferas de la existencia humana, haciendo de la razón neoliberal una verdadera razónmundo.
No hay derechos sin contrapartidas, se dice para obligar a los parados a aceptar un empleo degradado, para hacer que los enfermos paguen o que lo hagan los estudiantes -a cambio de un servicio cuyos beneficios se consideran estrictamente individuales-. El acceso a cierto número de bienes y servicios ya no se considera vinculado a los derechos derivados de la condición de ciudadano o ciudadana, sino como resultado de una transacción entre una prestación y un comportamiento esperado o con costo directo para el usuario. La figura del “ciudadano” deja paso al sujeto empresarial. La referencia de la acción pública ya no es el sujeto de los derechos, sino un actor auto-emprendedor. Los modos de transacción negociados caso por caso para resolver problemas tienden así a reemplazar a las reglas del derecho público y a los procedimientos de decisión política legitimados por el sufragio universal.
La socialdemocracia se incorporó hace tiempo a este modelo neoliberal, sustituyendo la lucha contra las desigualdades por la lucha contra la pobreza. A partir de entonces, la solidaridad es concebida como una ayuda dirigida a los excluidos del sistema, a las bolsas de pobreza, de acuerdo con una visión “cristiana” y caritativa. Esta ayuda, que tiene como objetivo a poblaciones específicas (“disminuidos”, personas mayores, con baja jubilación, mujeres maltratadas, etc.), para no ser creadora de dependencia debe acompañarse de un esfuerzo personal en un trabajo efectivo. En otros términos, la nueva izquierda socialdemócrata adaptó la matriz ideológica de sus oponentes tradicionales, abandonando el ideal el de la construcción de los derechos sociales para todos y todas.
Todo discurso “responsable”, “moderno” y “realista”, o sea, que participa de esa racionalidad, se caracteriza por la aceptación previa de la economía de mercado, de las virtudes de la competencia, que las ventajas de la
mundialización de los mercados, aunque denuncie la ideología de la jungla para desmarcarse de la derecha, afecta, asume y reproduce una forma de pensamiento, una forma de plantear los problemas, y, en consecuencia, un sistema de respuestas que constituyen una racionalidad envolvente. Incluso cuestiona las soluciones de la izquierda “radical” a la que denomina “arcaica”: el compromiso por la justicia social, afirman, se confundía demasiado a menudo con la consigna de la igualdad de beneficios. La consecuencia que se tenía era la poca atención que se prestaba a la recompensa personal en el esfuerzo y en la responsabilidad: se corría el riesgo de confundir socialdemocracia con conformismo y mediocridad, en vez de encarnar la creatividad, la diversidad y el rendimiento. Es necesario igualmente flexibilizar los mercados de trabajo: las empresas deben tener el margen de maniobra suficiente para actuar y aprovechar las ocasiones que se presente: no tiene que haber un exceso de reglas que las entorpezca. La adaptabilidad y la flexibilidad son ventajas cada vez más rentables en una economía basada en el conocimiento. Luego hay que bajar los impuestos, muy en particular los que podrían perjudicar a la competitividad de las empresas, y reducir el papel del Estado.
El neoliberalismo se niega a sí mismo como ideología, porque se considera la “razón” misma. Las prácticas neoliberales se defienden de la atribución de toda ideología. La dogmática neoliberal se propone como una pragmática general indiferente a sus orígenes partidarios. La “modernidad” y la “eficacia” no son de derechas ni de izquierdas, de acuerdo con la fórmula de quienes “no hacen política”. Esto permite medir la distancia entre el período militante del neoliberalismo político de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, y el período de gestión, en el que ya se trata únicamente de “buena gobernanza”, de “buenas prácticas” y de “adaptación a la globalización”. En suma, la gran victoria ideológica del neoliberalismo ha consistido en “desideologizar” las políticas que lleva a cabo, hasta tal punto que ya no deben ser ni siquiera objeto de debate.
La gubernamentalidad neoliberal no es, precisamente, democrática en la forma y antidemocrática en los hechos; ya no es democrática en absoluto, ni siquiera en el sentido formal. Es a-democrática.
El gran logro del neoliberalismo ha sido la producción del sujeto neoliberal o neosujeto. La cuestión no es ¿cómo imponer al capital un retorno al compromiso anterior al neoliberalismo? Es: ¿cómo salir de la racionalidad neoliberal? Pero, como se sabe, es más fácil evadirse de una prisión que salir de una racionalidad, ya que esto supone liberarse de un sistema de normas instauradas mediante todo un trabajo de interiorización.
La única vía práctica consiste en promover desde ahora formas de subjetivación alternativas al modelo de la empresa de sí.
Lo primero es resistirse a esta gubernamentalidad. Oponerle una subjetivación mediante contra-conductas.
Negarse a conducirse como empresa de sí, tanto para uno mismo como para con nosotros, de acuerdo con la norma de la competencia. Lo cual supone negarse a ser autoenrolado en la carrera del rendimiento, con la condición de establecer con los demás relaciones de cooperación, de puesta en común y de compartir.
El rechazo colectivo a trabajar más, puede ser un buen ejemplo de una actitud que puede abrir la vía a estaclase de contra-conductas de cooperación. Las prácticas de compartir el saber, de asistencia mutua, el trabajo cooperativo, pueden esbozar otra razón del mundo. Esta razón alternativa no podría dársele mejor nombre que la “razón del procomún”.
BIBLIOGRAFIA.
Texto completo (Pdf). FUENTE: http://www.uneac.org.cu/sites/default/files/pdf/publicaciones/se-dice-cubano-no13-2016.pdf
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