Columna “Pensándolo bien” /JORGE ZEPEDA PATTERSON /23 JUN 2016 – 06:06
En diciembre de 2006 Felipe Calderón emprendió una tarea pertinente, el combate al crimen organizado en México, pero por las peores razones: dar un golpe de liderazgo político y de legitimidad tras su precario y cuestionado triunfo electoral sobre Andrés Manuel López Obrador. El resultado fue una cruzada improvisada, más urgida de efectos inmediatistas que de soluciones de fondo. Aún hoy pagamos las consecuencias.
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Algo similar ha sucedido con la reforma educativa. El recién estrenado titular de la Secretaría de Educación, Aurelio Nuño, quiso pavimentar su camino a la candidatura presidencial mediante una estrategia que metiera en cintura al aguerrido movimiento magisterial disidente, la CNTE, pesadilla de gobiernos locales y federal en el sureste del país. Mejorar el deplorable nivel educativo en la enseñanza pública parecía ser una tarea necesaria y consensuada pero, de nuevo, las razones políticas terminaron por prostituir los “buenos propósitos”. Aurelio Nuño, delfín del presidente y un advenedizo en materia educativa, quiso mostrar que lo que este país necesita para el 2018 es una mano a la que no le tiemble el pulso al enfrentar tensiones y disidencias.
Nueve muertos más tarde, el sureste se ha convertido en un caldo de cultivo para la violencia social impredecible. Sin capacidad de negociación ni comprensión de su interlocutor o del contexto social, la mano firme rápidamente derivó en mano represora y las víctimas son ahora el cerillo que puede incendiar una región asolada por la desigualdad, la pobreza y el hartazgo. Por más que se afirme que la policía fue provocada y que se trató de un enfrentamiento, todos los muertos son civiles. Por menos que eso, se han iniciado levantamientos en contextos de irritación y desigualdad extrema como el que se vive en esas regiones. Literalmente, una parte del Gobierno jugó irresponsablemente con fuego en la pradera seca.
Nadie previó el arraigo histórico de la CNTE dentro del tejido social de Oaxaca y Chiapas, los vasos comunicantes con múltiples organizaciones radicales en el centro del país, la posible intervención de provocadores o infiltrados en los operativos policiales, los cuestionamientos atendibles respecto a una reforma educativa que hace tabla rasa de las peculiaridades de cada región del país. Nuño ha mostrado lo que es; un técnico impecable pero un cuadro político imberbe, crecido en las oficinas del poder como asesor y cortesano, a años luz de la vida cotidiana de los mexicanos de a pie.
El favorito de Peña Nieto sigue convencido de que el Gobierno no debe ceder un ápice en sus diferencias con los “agitadores”, pero otros han mostrado al presidente que el conflicto podría convertirse en un polvorín fuera de cauce. Hoy, sin la participación de Nuño y en contra de su parecer, el secretario de Gobernación Miguel Ángel Osorio Chong, arranca lo que debió de hacerse antes, una mesa de negociaciones con la CNTE. La reforma educativa es un imperativo, ciertamente, pero nunca llegará a buen puerto sin llegar a acuerdos con los maestros que deben de operarla.
Más allá del desenlace que pueda tener este conflicto (lejos aún de haber sido conjurado), sorprende el desaseo y la falta de oficio político del Ejecutivo. El Gobierno ha provocado incendios en muchos frentes. En cuestión de semanas el Ejecutivo ha conseguido provocar las molestias del clero y de los empresarios (dos aliados históricos de la élite política) y enardecer a los grupos radicales de izquierda. Primero, irritó a los sectores conservadores con su propuesta de reformas sobre despenalización de drogas y legalización de matrimonios homosexuales; luego permitió que el PRI cobrara venganza en contra del empresariado que exigía medidas de transparencia en contra de la corrupción, lo cual provocó la indignación de la iniciativa privada. En respuesta, el clero boicoteó al PRI en las elecciones y los empresarios hicieron lo nunca visto; un plantón de protesta.
El Gobierno intenta recular en todos estos frentes en un tardío afán de control de daños. En las cámaras el PRI busca congelar las leyes progresistas del presidente (con su anuencia, obviamente: ni despenalización de drogas ni apertura a homosexuales) y se espera que el propio Ejecutivo vete la ley que su partido discurrió en contra de los empresarios a propósito de la transparencia. Ahora, las negociaciones con la CNTE pondrán en vilo la reforma educativa.
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Fuente: http://internacional.elpais.com/internacional/2016/06/23/mexico/1466636182_656037.html
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