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Se aproximan (en tres semanas) las elecciones más importantes que recuerdo desde mi adolescencia en un ríspido contexto político donde –según encuestas- las piezas y movimientos parecen ya estar definidos. Pero no, la historia de nuestra maltrecha democracia siempre condicionada y astutamente manejada por poderes fácticos nos dice que esta disputa electoral no acaba, hasta que acaba (1 de julio).
Desde el sexenio de José López Portillo (1976-82) recuerdo a un sistema presidencial absoluto (dictadura perfecta lo llamó en su momento, el escritor Mario Vargas Llosa), con minipartidos satélites, una oposición visible con Pablo Emilio Madero (PAN) y otra con el Partido Socialista Unificado de México (PSUM), la cultura política y su imaginario corrupto se construyó desde el partido en el poder.
Tuvo que ocurrir el terremoto de 1985, una interpelación masiva en la inauguración de futbol 86 al presidente Miguel de la Madrid, la ruptura interna del PRI (Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo y la creación del FDN), el fraude electoral de 1988, la irrupción de la guerrilla del EZLN, el asesinato de un candidato presidencial, luego una crisis que profundizó el desastre económico y el “agandalle” neoliberal, después la alternancia (oportunidad pérdida) con Vicente Fox y Felipe Calderón, ambos panistas. Conclusión continuó un sistema que empoderó políticos y empresarios con privilegios excesivos, sumado al vertiginoso crecimiento del narcotráfico y crimen organizado, generándose –entonces- un brutal boquete de desigualdad, desempleo, pobreza y violencia (en dos sexenios 250 mil homicidios, 70 mil desaparecidos, incluido 140 periodistas).
Regresó el PRI con Enrique Peña Nieto en 2012 y la conducción del país fue de mal en peor (datos duros de instituciones nacionales e internacionales lo reflejan) en tal situación la polarización, rencor y hartazgo por el PRIAN, parece haber llegado a puntos límite.
Al actual puntero en preferencias (Andrés Manuel López Obrador) quien compite por tercera ocasión parece ser el receptor a su favor de dicho descontento, en una sociedad -a la cual ya curaron de espanto y vive el horror en carne propia- más de la mitad de la población se encuentra en pobreza, con uno de los peores salarios básicos del mundo. Situación que contrasta con un enquistado poder voraz y depredador (existen multimillonarios mexicanos en los primeros lugares de riqueza, junto a la clase política mejor retribuida del continente).
Este México de grandes fortunas que -en general- no paga impuestos, parece vivir en una cápsula o entre muros en Santa Fe (zonas exclusivas), es indolente o indiferente ante su vecina Tacubaya. Cuándo uno conoce el lugar “in situ” las palabras sobran.
En el exterior del país llama la atención, la situación de México tal es así, que en las últimas semanas fui entrevistado por tres medios periodísticos de Sur América sobre efectos de la violencia, desigualdad, narcotráfico y elección presidencial. Allí abordé en pocos minutos el actual escenario 2018, diametralmente distinto a 2012 y 2006.
Los políticos del poder y aliados que manejan partidos como empresas capitalistas (alejados del bien común e interés nacional) buscan quedarse con todo y a pesar de todo. En consecuencia su desgaste y falta de legitimidad hoy los asfixia y acorrala.
Estos días se observan matices de podredumbre con más claridad donde todos los poderes parecen estar mezclados. La delincuencia e impunidad con la política, el comercio exterior (TLC) con las leyes sesgadas, el sistema judicial con la corrupción.
A pocos días de la elección sigue la inflación, (ahora con un dólar a 21 pesos) y como la crisis del peso, también la credibilidad hacia cualquier autoridad. Una gran cantidad de ciudadanos habita contextos de bronca, desconfianza, paranoia y psicosis colectiva.
La maquinaria del Estado a la que llamo “hidra histórica” porque logró situarnos al borde del abismo seguirá con sus planes que contrarresten voluntades que busca cambiar las cosas. A estas alturas creo solo falta ejecutar el plan E (es decir que ocurra algo Extraordinario o el extremo de la Eliminación física, entre otros).
Finalmente, en una sociedad civil mexicana aletargada que proviene de un sistema casi colonial basado en el privilegio, que individualiza y neutraliza la solidaridad y el diálogo –a veces- en medio de mezquindades y división social. Hoy nos encontramos en un momento histórico, ocasión de definición trascendental para elegir entre lo que hay y reconstruirnos resilientes, antes de que sea tarde.
(*) periodista (EPCS) y economista (UAM-A)
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