Cuesta trabajo entender el comportamiento político de los votantes de otro país.
JORGE ZEPEDA PATTERSON (13 ABR 2016 – 22:23)
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De visita en México y al final de una larga y copiosa comida, Pablo Neruda solicitó al mesero un vaso de agua, y tras una pausa, agregó: “Sin chile, por favor”. El poeta formaba parte del resto de la humanidad a la que resulta incomprensible el afán de los mexicanos en arruinar los sabores de la comida con un exceso de picante. Una sensación parecida a la que experimenta quien prueba el mate por vez primera y se pregunta cómo es que esa bebida tan amarga puede provocar tal devoción. Un asunto de contextos e idiosincrasias, supongo.
Pero incluso echando mano de las singularidades cuesta trabajo entender el comportamiento político de los votantes de otro país. Para el que no viva cerca de Los Andes resulta inexplicable que los peruanos puedan a elegir a Keiko, hija del hombre que pena 25 años de cárcel, después de cometer latrocinios e infamias flagrantes. Lo que nos deja perplejos es que la opinión pública quiera mantener al padre en la prisión, pero esté dispuesta a encumbrar a su heredera política a la presidencia.
¿Pero cómo entender que alrededor de un 40% de los estadounidenses se incline a votar por lo que el resto del mundo considera un mal chiste? Las bufonadas y ocurrencias de Donald Trump reiteran una y otra vez no sólo su excentricidad o su ignorancia, sino también los riesgos que supondría que un hombre como ese amasara el poder que ostenta la Casa Blanca. Algo que sólo los estadounidenses (o una buena porción de ellos) no alcanzan a advertir, mientras todos los demás les miramos con una mezcla de estupor, sorna y preocupación.
Aunque bien mirado, mal haríamos en juzgar los mexicanos o los argentinos las peculiaridades de los usos y costumbres políticas de otras sociedades. Los extranjeros pensarán que se necesita algo de masoquismo para regresar al PRI al poder después de que en el año 2000 logramos el milagro inexplicable de echar del poder, mediante el voto pacífico, a lo que Vargas Llosa consideró la “dictadura perfecta”. Sólo para reinstalarla apenas 12 años después y, para colmo, quejarnos ahora de la proliferación de la corrupción.
Algo tan incomprensible como la extraña fascinación que tienen los argentinos por las esposas de sus presidentes. Una debilidad que los latinoamericanos observamos con cierta condescendencia; matizada, desde luego, por el respeto universal que inspira que cuenten al Papa y a Messi entre sus connacionales.
Los guatemaltecos o los italianos tampoco ganarían el galardón al voto racional. Los primeros han apostado por un cómico popular y chabacano al que hasta hace poco se le desconocía alguna preocupación política. Y qué decir de los italianos, que durante 15 años mantuvieron a Silvio Berlusconi en el poder. Un hombre que al final de su mandato no escondía que el principal motivo para seguirse postulando era evitar ser enjuiciado por sus corruptelas y excesos.
Por no hablar de las inclinaciones del pueblo ruso; uno podría entender que muchos de ellos se mantuvieran encandilados por el discurso patriotero y paranoico de Putin, pero el hecho de que las encuestas arrojen un 80% de aprobación a su liderazgo tras más de una década en el poder, resulta difícil de entender para cualquiera que no viva en una ex república soviética. Como tampoco deja de ser un misterio, al menos para el resto de los mortales, que los españoles hayan sido capaces de votar reiteradas veces por un personaje con tal ausencia de carisma como Mariano Rajoy.
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Fuente:
http://internacional.elpais.com/internacional/2016/04/13/mexico/1460578682_383942.html