
—Redes sociales como medio de comunicación
—Odio, resentimiento y violencia
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(CDMX 26/09/25). Hace tiempo, compartí en este mismo espacio, una reflexión sobre un hecho que anteriormente, en México, solo veíamos en las noticias internacionales, sucesos violentos que en Estados Unidos son tan comunes que han dejado de ser un hecho que rompa la cotidianidad de una sociedad, al grado que han dejado de ser noticia y ya no se le da la importancia que merece.
Y me refiero al hecho que algún sujeto desquiciado entre armado a una institución educativa y abra fuego en contra de docentes y compañeros de aula, dejando muerte, traumas y un profundo daño que no solo afecta a la comunidad educativa, sino a la sociedad en su conjunto.
Hechos que como lo menciono, en Estados Unidos son eventos prácticamente cotidianos, y mientras las audiencias ven en los noticiarios las amplias coberturas deportivas, y se preocupan más por la jornada dominical de la NFL que por la salud mental parte de su sociedad que como se ha mencionado en varios foros, es una sociedad enferma y decadente.
En países europeos, las agresiones en los centros educativos – ya fuera con armas blancas o armas de fuego-, se presentan de forma esporádica, en México eran prácticamente desconocidas.
En esa misma reflexión, comenté que por desgracia, solo era cuestión de tiempo para que jóvenes mexicanos replicaran estos hechos sangrientos, debido principalmente a diversos factores que afectan principalmente a los jóvenes, hechos como el bullyng, la desesperanza, una visión pesimista, el abuso en el uso de las redes sociales, en el alcohol, en las drogas, en el rencor y en la necesidad de resaltar, forman un cóctel que más tarde o temprano puede explotar en las propias narices de las autoridades,, tanto estudiantiles como las de seguridad pública.
Pocos, pero alarmantes.
Rememorando aquella publicación, mencionaba lo sucedido el 18 de enero de 2017 dentro de un aula del Colegio Americano del Noroeste, en Monterrey, donde un alumno de tan solo 12 años de edad, en plena clase sacó una pistola y abrió fuego contra la maestra y otros tres alumnos, posteriormente se disparó y terminó con su vida.
Para el círculo cercano fue una pesadilla lo que había pasado; el niño era “normal”, no mostraba comportamientos peligrosos y mucho menos hacía pensar a los papás que su hijo adolescente, ya lo tenía planeado.
La pistola era de su padre, la tomó, la guardó en su mochila y la llevó a la escuela, lo demás es historia que creó escándalo, alertó a las autoridades educativas que nuevamente implementaron revisiones a la entrada a las escuelas, pero solo por un tiempo, ya que ciertas organizaciones de padres de familia se oponen a operativos como “Mochila segura”, ya que consideran que dicha revisión viola la privacidad de los estudiantes.
Y como es de esperarse, no hay medidas de seguridad efectivas y por lo mismo, estos hechos vuelven a replicarse.
En febrero de 2018, se reportaron detonaciones dentro de Ciudad Universitaria, el saldo, dos personas muertas, supuestos vendedores de drogas, quienes fueron acribillados por integrantes de una banda rival; el móvil: la pelea por el territorio dentro de la Universidad Nacional Autónoma de México para vender enervantes.
No es necesario realizar un recuento pormenorizado de los hechos donde se ven involucradas armas dentro de centros educativos, basta con estar conscientes de que están presentes en las escuelas mexicanas.
Ataque en el CCH Sur
Ahora los medios se enfocan al más reciente hecho de sangre que se dio en una escuela de nivel bachillerato, en la Ciudad de México. El Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH) plantel sur, vivió momentos de terror cuando un estudiante de 19 años, cubriendo el rostro con una sudadera y un cubrebocas, atacó a otro estudiante de tan solo 16 años, para apuñalarlo sin ningún motivo; al tratar de ser contenido por personal de la propia escuela, hiere al hombre que intenta detenerlo y en un intento por escapar, se arrojó desde lo alto de un edificio con la finalidad de suicidarse, que no lo logra pero se fractura ambas piernas y es detenido y trasladado al hospital, para comenzar con el proceso legal.
Mala broma de la vida o la suerte, pero las redes sociales que lo impulsaron a provocar “un baño de sangre”, que lo convencieron a inmortalizarse por medio del suicidio, ahora se burlan de él por no lograr terminar con su vida.
El atacante y las redes sociales.
El joven estudiante que provocó el ataque, fue identificado como Lex Asthon, de 19 años y quien en sus primeras declaraciones contó su vida, sus traumas y sus intenciones, y como es de esperarse, el patrón de los perpetradores, ya sea en Estados Unidos y Europa, se repiten.
Un joven obsesionado con las armas -en este caso armas blancas, cuchillos, hachas, sables-; un chico que se siente relegado por una sociedad que no acepta a “los raros”, y que esa condición lo relega a no tener una vida social sana, donde las mujeres no lo toman en cuenta y se conforma a refugiarse en redes sociales de marginados, donde se fomenta el odio a “los galanes”, aquellos que pueden “ligarse a una chica”, besarla y a tener una vida sexual activa.
Se llaman a sí mismos “Inced”, u hombres que se sienten incapaces de conseguir una pareja, y por eso los demás agreden. No destacan en los deportes, no son populares y por lo tanto no tienen pareja, y ellos mismos se excluyen de la sexualidad, de las fiestas, del trato con los demás.
En Estados Unidos, “los Inced” -que se pueden traducir como “Célibes involuntarios”, se sienten traicionados por las mujeres, a quienes consideran como “zorras y perras”, por eso las odian, porque no les hacen caso, porque no tienen novia y por lo tanto no tienen actividad sexual como lo otros.
En sus perfiles de redes sociales, muestran armas, se ocultan en la oscuridad, aman la noche y los animales que se relacionan con ella, lobos, tecolotes, murciélagos. Forman grupos donde admiran a otros jóvenes que perpetraron ataques masivos, fueron nota y por medio de la violencia, salieron del anonimato.
Cientos de estudios en países que llevan la delantera en conductas sociales como Estados Unidos o Canadá aún debaten qué lleva a que los jóvenes busquen matar a otros jóvenes, qué influye, ¿los videojuegos, las películas, la desintegración familiar, las drogas?
Y aunque los especialistas no se ponen de acuerdo, un poco de todo influye, pero en lo que sí coinciden es que antes estos grupos eran marginales, se escondían y su alcance era muy limitado, pero con las redes sociales, este alcance, sus teorías y sus actividades se potencializa.
En México estos casos aún son noticia porque no son cotidianos, pero se espera que los programas de salud mental sean prioritarios en los planes gubernamentales, y si bien es cierto estos hechos no podrán detenerse, al menos frenarlos lo más que se pueda.
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(*) Docente e investigador