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Cayó la niebla gélida sobre aquel paraje ubicado a 29 kilómetros de un lago en la altipampa boliviana. ¡Suuch, suuuch! se anunciaba un viento terco que tiritando de frio buscaba el calor de los lugareños. Eran las seis de la mañana y el sol apenas se levantaba lerdo iluminando a tientas, bostezos cotidianos.
Pareciera que el tiempo estancado, allí se cubría con poncho de “bayeta”(1) en blanco y negro tenues, tejido de eternas sombras y nubes de noche. Parajes donde la escasez, y penurias se distraían persiguiendo a los escasos habitantes del poblado; sobrevivientes, enraizados a su cruel circunstancia de inicios del siglo XX.
Épocas de memoria olvidada.
En la región se habían normalizado las muertes, explotación e injusticia. Y precisamente en tal contexto empieza la historia de Inés y Santos, tejedores ambos que coincidieron en paréntesis de habituales soles, cosechas y fiestas pueblerinas.
Un día, aprovechando la distracción del duende de la miseria en Santiago de Andamarca; cupido los flechó y se fueron a vivir en “sirwiñacuy” (2). Varios años despues procrearon 4 hijos: Lázaro, Eugenio, Leonardo y María.
Sin embargo, las necesidades y acontecimientos previos a una guerra entre Paraguay y Bolivia (1932), que nunca entendieron (no sabían leer, ni escribir), los obligó a emigrar hacia el Este, a pueblos cercanos, concretamente a uno, donde existía una fábrica de cerveza.
Allí se estableció el hijo menor, Leonardo, tambien tejedor y campesino, quien construyó su vivienda con propias manos, con materiales del entorno (tierra, barro y paja); la situación económica era cíclica, dura y drástica.
Tiempos del “metal del diablo” diría el escritor Augusto Céspedes, ya que Potosí y Oruro con sus minas de plata y estaño continuaban atrayendo mano de obra, a pesar de siglos de extracción. Alrededor de los cerros horadados vivían mineros con “juventud eterna” –afirmaban irónicos sus dueños, varios de ellos extranjeros- ¿Por qué? porque los trabajadores morían en promedio a los 38 años de silicosis (mal pulmonar).
Pero hubo un momento de prosperidad y Leonardo se hizo de una mujer, ¿su nombre? Paula con quien, en pocos años tuvo 5 hijos (Petrona, Inocencia, Nicolas, Félix y Carlos). La joven era de Belén de Urmiri, comarca situada entre cerros y aguas termales.
Amores, desamores, violencia, analfabetismo y machismo extremo eran comunes y desencadenantes de tragedias, aquellas primeras décadas del siglo pasado.
En esos lapsos, cuenta Carlos el hijo menor que una ocasión -aún observando sin comprender, pero registrando todo en su memoria – cuando tenía 5 años, vio a su madre que trabajaba para un tal Valentín Miranda (acaudalado personaje, propietario de tiendas, ganado ovino y terrenos), irse temprano a sus labores de cortar lana, hilar y tejer. Sin embargo, regresó al medio día con intensos dolores estomacales, su estómago se hinchó de súbito y en una hora se agravó su salud.
En la desesperación Leonardo, padre de Carlos, buscó ayuda, y en todo el pueblo no había posta sanitaria, ni enfermero, peor aún médico, la tradición comunitaria era encontrar un curandero o yatiri (3) no había para más; encontraron uno y lo llevaron al lugar. Procedió según costumbres, realizando una lectura de hojas de coca (forma de adivinación ancestral) donde se percató de la gravedad, e indicó que el marido, cuanto antes debía conseguir quinua negra para contrarrestar el mal de Paula.
Familiares fueron a las estancias cercanas a conseguir en la naturaleza circundante, semillas de dicho grano integral (sui géneris por ser negro).
Transcurrió unas horas más y el sufrimiento irreversible de Paula, llegó a su fin. Falleció en la precaria cocina, encima de la mesa. Era joven, su hijo menor de 5 años recuerda dicha tragedia, hoy a sus 92 (con detalles como si fuera ayer). Su Padre, se quedó en la cocina con Petrona la hija adolescente y ordenó al niño se fuera al otro cuarto. Carlos obedeció, sin comprender el drama familiar, ni la orfandad en que quedaba. Rodeados de una pobreza extrema, solo atinó a distraerse y jugar con unas viejas canicas en la habitación.
Afuera, el silbido del viento cada vez más intenso y tétrico precipitó dantescos escenarios futuros, Cuando Carlos tuvo 11 años (había estudiado solo tres cursos de primaria, en la escuela del pueblo, no había más); un día sin pensarlo dos veces y ante un descuido, sin avisar a nadie, se subió al tren que en la madrugada pasaba por la comunidad. Así logró escapar de su circunstancia hacia nuevos senderos y rumbos.
Aún siendo niño y preadolescente trabajó como repartidor de pan, aprendió el oficio de curtir cuero (talabartero), más tarde consolidó pareja con Enriqueta, una resiliente y valerosa mujer. Ingresó y terminó el servicio militar, un año después se vio envuelto en una revuelta armada en La Paz (1957), al termino laboró en las vías del tren a Cochabamba, como guarda hilo (cables de comunicación). Posteriormente emigró más al Sur, y volvió al oficio del Ferrocarril, como ayudante de máquina y luego a los talleres de la Comisión Mixta Argentino-Boliviana. Finalmente fue comerciante, taxista y sindicalista. En su juventud conoció Argentina, Brasil, Perú y Chile. Con su esposa tuvieron 8 hijos que tambien emigraron allende fronteras, a estudiar y trabajar.
Varias décadas después, Carlos en el crepúsculo de su vida y en un país lejano, revela que asiduamente ve a su madre en sus sueños y comenta la tragedia que presenció. Esos recuerdos lo despiertan y persiguen.
En la actualidad y en momentos de lucidez, se pregunta ¿Quién mató a Paula? y se responde, a sí mismo, reflexivo y con mirada inmersa en paisajes de infancia desnuda “la maldita pobreza, ignorancia, machismo y oscurantismo de ese tiempo”. ¡Todos causaron la prematura muerte de mi madre!
Continuará…
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(Basada en hechos de la vida real)
(*) Seudónimo literario de Fidel Carlos Flores (Periodista EP.CSG y Economista UAM-Azcapotzalco)
(1) Tela gruesa de lana, tejido de borrego/oveja.
(2) Del quechua sirwinakuy, significa “servicio mutuo” o convivencia marital que una pareja, por tradición ancestral y con permiso de sus familiares, lleva a cabo durante un período de prueba, antes de casarse.
(3) Proviene del idioma aimara y significa «persona que sabe». Se refiere a un guía espiritual y curandera, común en los pueblos altiplánicos de Bolivia, Chile y Perú.
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