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(CDMX, diciembre 2023). En fechas recientes una noticia triste estremeció, al darse a conocer, el escenario cultural de nuestro país. Se trata de un parteaguas que determina un antes y después en la vida mexicana en general, y capitalina en lo particular: el retiro televisivo de la maestra Cristina Pacheco. Concluyeron así, luego de décadas, dos estupendos programas, verdaderos símbolos del periodismo cultural: Conversando con Cristina Pacheco (que inició en 1997), y Aquí nos tocó vivir (que lo hizo desde 1978).
Al escuchar las declaraciones de la maestra Pacheco, quien se aleja por motivos de salud, me sentí invadido por una inmensa nostalgia. Al borde de las lágrimas, Pacheco explicó las razones de su retiro. Entones recordé aquellos viernes o sábados por la noche cuando, siendo adolescente, al oprimir el botón del control remoto encontraba, entre partidos de futbol, funciones de box o películas aburridas, aquellos dos magníficos programas que se anunciaban con calidez. Ambos, estupendos diseños periodísticos de distintas condiciones y características, que enaltecieron el medio literario y musical, por una parte; y el popular, por otra. Dos grandes bocanadas de aire en medio de la ignorancia televisiva. Cristina Pacheco hizo magia: logró conectar el mundo de los consagrados con el devenir de quienes se ganan el pan día a día. Reportera de altos vuelos, era a la vez una figura entrañable para la clase trabajadora (quien la seguía con fidelidad en sus recorridos por calles y colonias proletarias). La conductora Pacheco es, sin duda, parte de la invaluable memoria de nuestra identidad urbana. Por ello, nos hallamos agradecidos de su labor.
Aquí nos tocó vivir, en su primera emisión, hace cuarenta y cinco años, tuvo un arranque contundente, preciso: “Nos agrede con el ruido, con la basura, con la falta de servicios. Nos sentimos victimados por la ciudad, pero nunca nos hemos puesto a pensar hasta qué punto nosotros la agredimos y la victimamos ¿Cómo? Siendo apáticos e indiferentes, no opinando, ni tratando de mejorar los problemas que la agobian… En este programa intentaremos establecer un buen registro de esos problemas y ofrecer a ustedes, a través de sus opiniones, una posibilidad de soluciones. Empecemos, pues…[i]”. Iniciaba así una radiografía viva, una disección antropológica de los “chilangos” en sus más insospechados y humildes rincones. La maestra Pacheco entrevistó a gente laboriosa, modestos héroes de carne y hueso que realizaban los empleos más variados, incluso pintorescos: policías, bomberos, comerciantes, costureras, boleros, luchadores, meseras, remendadores de zapatos. El universo completo de la antigua ciudad de los palacios, en sus oficios, se desdoblaba en la pantalla. Todo, desde el arranque a ritmo del Mambo Politécnico de Pérez Prado (se transmitió siempre en canal Once del Instituto Politécnico Nacional), hacía saber que estábamos ante el espejo fiel de los citadinos, quienes se desbordaban en una “nosotredad” de entrevistas brillantes, perspicaces, agudas. La intención de Aquí nos tocó vivir era tan profunda que podemos equipararla a las ideas de Walter Gropius tras la Bauhaus, o las teorías del filósofo Gramsci, que pretendían rebasar la delgada línea entre “alta” y “baja” cultura; entre arte y artesanía. En una entrevista concedida a Susana Bautista, en Club de Lectores, Cristina Pacheco declara: “Quiero, a través de las entrevistas, que un artesano no se sienta ajeno a un gran artista plástico. Que el gran artista plástico entienda la maravilla de la artesanía. Que el físico se ponga en contacto con el bailarín, y el bailarín con el matemático, y éste con el ama de casa. Es el sueño de conocernos y comprendernos mejor…[ii]”. La sinécdoque de la “chilanguez”, sin duda: los vasos comunicantes, las arterias invisibles que nos unen, definen, caracterizan; que brindan códigos de vida que se transmiten entre generaciones.
Y qué decir de los brillantes retratos personales realizados, a base de preguntas inteligentes, de las figuras del medio cultural. Conversando con Cristina Pacheco mostró la carnalidad, la agudeza, las ideas y la ternura de sus invitados. Recuerdo, sentados en el sillón del estudio a muchos inmortales como el actor Ignacio López Tarso, el compositor Armando Manzanero, el luchador Octagón, el narrador y ensayista Juan Villoro, la novelista Ángeles Mastretta y el querido escritor y amigo, René Avilés Fabila, entre otras estrellas. Las charlas, que gratamente parecían interminables como uno de los cuentos de Las Mil y una noches, tenían como conductora a una Sherezada preclara, conocedora del medio, que con inmenso carisma hacia hablar a los más introvertidos. Las preguntas despertaban el asombro, porque iban mar adentro en la intimidad de los invitados. No era una casualidad; la conductora conocía bien su oficio, pues como lo hizo saber alguna vez: “La entrevista está íntimamente relacionada con la vida, con una experiencia inmediata. Una entrevista nos permite incursionar en mundos completamente desconocidos. Para empezar, en la vida de una persona. Sea cual sea su nivel intelectual o su lugar en la sociedad, es algo fascinante, porque nunca nos podremos imaginar lo que hay en esa vida[iii]”.
Cristina Pacheco no es sólo conductora televisiva. Desempeñó diversas e importantes funciones como columnista y periodista en los diarios Novedades, El Sol de México, El Universal, y Excélsior (incluso, cuando laboraba en Difusión Cultural de la UNAM, conoció a su esposo, el afamado escritor José Emilio). También practicó la literatura. Como autora, publicó varios libros de cuentos y relatos, entre los que se cuentan El eterno viajero y Sopita de fideos donde, en sus letras, retrata a los humildes. También publicó varios y magníficos libros de entrevistas, de relatos extraídos de la realidad, donde destacan Cuarto de azotea, Los trabajos perdidos, Mar de historias, y Al pie de la letra (una verdadera joya que puedo constatar a través de una entrevista a Manuel Maples Arce que me hizo ver el Estridentismo de un modo distinto). Sus entrevistas literarias hacen conocer mejor la personalidad, las virtudes, el carácter amable u hosco de los escritores. Tiene más de una docena de títulos. Leer a Cristina Pacheco es necesario. Con certeza, el tiempo pondrá su literatura bajo mayor visibilidad ante los ojos de habitantes del antiguo DF y el país entero. Es una escritora excelente.
Quiero concluir, finalmente, con una opinión ante un hecho inquietante: a la par del retiro de la maestra, y por desgracia, leí en redes sociales comentarios absurdos, fuera de lugar, que criticaban con mezquindad la figura que Cristina representa; declaraciones de desconocidos que esperaban, por ejemplo, que la maestra les abriera, porque sí, las puertas de su casa para conocer a su esposo. Este par de noticias; un retiro triste y una serie de comentarios desconcertantes, me obligaron a idear un artículo que se sumara a los que se han publicado en diarios para enaltecer, honestamente, la figura de la maestra. Redacté estos párrafos bajo la convicción de que los tiempos que vivimos preocupan porque, a través de las redes sociales, hoy en día cualquier principiante considera que tiene autoridad para hacer comentarios negativos acerca de una carrera literaria y periodística de décadas; un error que peca de ingenuo, porque habría que entender que las figuras públicas no existen para dar satisfacciones personales. Este mundo posmoderno y caótico olvida, en el afán de un reconocimiento fácil, que el prestigio se consigue con talento y, además del talento, con un esfuerzo que sólo se comprueba al paso del tiempo, pues, como comentó alguna vez Mahatma Gandhi “La cultura de una nación reside en el corazón y en el alma de su gente”, lo que nos obliga a comprender que cualquier proyecto con más de cuarenta años al aire es, desde luego, una encarnación del público que lo siguió de manera constante. Así, queda por encima de vacías mezquindades. Por cierto, que un comentario absurdo constante proviene de emparentar la carrera de la maestra Cristina con la carrera de su esposo. Se trata de una acotación ignorante, machista. Qué análisis tan anacrónico, el de los tipos que enfocan su “crítica” desde estas circunstancias. Misoginia disfrazada de análisis. Cristina, por fortuna, tiene muchos admiradores que nos sumamos a su esfuerzo. En el año 2018, felizmente, tuve oportunidad de realizar un homenaje para ella dentro del MAP (Museo de Arte Popular). Conocerla, tratarla, fue para mí, un niño de origen humilde, un verdadero sueño.
Cristina Pacheco es una leyenda. Tal como lo plantea Rousseau, existe una educación sentimental (que pudiéramos llamar también, desde luego, intelectual). Y ésta se consigue no sólo a través de la literatura, como ya lo vislumbraba Rousseau, sino incluso desde películas, series y, ¿por qué no?, la televisión cultural. Habría que reconocerlo: algunos de nosotros crecimos bajo el sello del rock en español, de los años noventa y dos mil, donde Saramago, Galeano, García Márquez, y las camisetas del Ché hacían un mundo cultural bajo el sello de la esperanza y la alternancia. Y, desde luego, fuimos educados por estos dos programas de Canal Once. Siempre soñé con ser invitado de la maestra Cristina en un estudio de televisión.
Entrañable Cristina Pacheco, ya lo ves, “aquí nos tocará vivir”, a pesar de la orfandad en que nos deja el retiro de tu inigualable oficio periodístico, literario, cultural. Te extrañaremos mucho. Te debemos tanto. Sólo nos queda habitar la felicidad, aún por encima de esta Zona de desastre, mirando hacia delante desde el maravilloso Humo del porvenir en tus ojos. La Historia te hará justicia, querida. Y nuestro corazón, también. Ahora, que siga ese mambo de Pérez Prado.
(*) Escritor, poeta y dramaturgo.
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[i] González, Zurisaddai, Así fueron los inicios de Cristina Pacheco en “Aquí nos tocó vivir” de Canal Once. Infobae.
https://www.infobae.com/mexico/2023/12/02/asi-fueron-los-inicios-de-cristina-pacheco-en-aqui-nos-toco-vivir-de-canal-once-video/
[ii] Garduño, Susana. Cristina Pacheco. Cuando no hay tiempo para soñar. Club de Lectores. https://www.clublectores.com/entrevistas/cristina_pacheco.htm
[iii] Bis.
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