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En una sociedad polarizada, dividida y confrontada en lo político e ideológico, el término “woke”, ha tomado mayor relevancia, y como es de esperarse, se incendian las redes sociales, realizan marchas y presionan a los gobiernos para aprobar “leyes a modo”, que en muchas ocasiones violan ala misma ley, presionan las finanzas públicas e incluso, han puesto en jaque a los grupos en el poder, sin embargo, son apoyadas por una minoría que ha tomado poder, y bajo su punto de vista, “es lo correcto”.
Hoy, hablar de “woke”, “wokernes” o “woking”, consiste en descalificar a quien tiene este discurso, lo coloca en el extremo de la izquierda o la derecha, en la parte más irreflexiva del feminismo, de los derechos de la comunidad LGBTI+, del odio hacia los inmigrantes, entre otras posturas radicales.
Originalmente el término “woke”, se utilizó para definir a ciertos grupos que cuestionaban y protestaban el status quo, protestaban contra la brutalidad policíaca utilizada contra la comunidad negra, y luego contra las trabas y segregación que sufrían en las escuelas de todos los niveles, o en la vida laboral.
Pero es en el mismo lugar de su nacimiento, los Estados Unidos, es donde el término se desvirtúa, se hace más extremo, y se usa para denominar a las ideas extremas, que en un principio parecen ser buenas pero al momento de aplicarlas, la realidad cambia y se demuestra que en muchas ocasiones son violatorias de los derechos humanos.
Un ejemplo claro es el discurso del ex presidente estadounidense Donald Trump, quien basó su plataforma política e ideológica en un claro discurso antiinmigrante, proponiendo deportaciones masivas, la separación de familias o bien, ahora las políticas extremas del actual gobernador de Florida, Ron Desantis.
Es un secreto a voces que la economía del llamado “Estado del sol”, pasa por un momento más que crítico, ya que los campos agrícolas se encuentran abandonados, pues la mano de obra que daba la prosperidad y riqueza al grupo empresarial, eran precisamente los “mojados”, los ilegales, no tantos mexicanos pero sí en su mayoría caribeños (cubanos, dominicanos, haitianos).
Incluso, en la zona de Tampa Bay, las casas de retiro (como le llaman a los asilos para ancianos), no tienen personal de mantenimiento ni limpieza, el estadounidense promedio no quiere ese tipo de trabajos, y prefiere la ayuda gubernamental a trabajar dentro de una coladera, cambiar pañales a los adultos mayores o lavar platos… Y la pregunta se responde sola: ¿quiénes hacían ese trabajo?, los idocumentados, por supuesto.
Incluso, se han hecho públicos encuentros, donde diversos sectores empresariales, le han ofrecido a DeSantis, el pago de impuestos de la mano de obra ilegal, es decir, buscar un esquema donde se brinden permisos temporales, y de lo que gana el mismo ilegal, pague impuestos y su seguridad social, pero el gobernador, inamovible, firme en su discurso, ha reiterado que Florida no depende de mano de obra ilegal.
Cuando Donald Trump, apareció en la escena política de Estados Unidos, se tomó como una broma, no creyeron que el polémico multimillonario hablara en serio; gradualmente subió el tono del discurso, arremetió contra los imigrantes, contra México, contra líderes y organizaciones mundiales y ganó a presidencia; hoy, en camino a las elecciones presidenciales en ese país, más del 40 por ciento no es republicano, es trumpista y apoya un nuevo periodo presidencial.
Y en México, ¿hay wokismo? En menor medida pero el país no es ajeno a esta tendencia mundial, donde el opositor se queja de todo lo que hace el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador. En su efímera y fallida intención por ser candidata a la presidencia para la presidencia de la República por la oposición, la senadora Lily Tellez, prometió que su primer acto de gobierno, sería meter a la cárcel a AMLO y al subsecretario de salud, Hugo López Gatell.
Las redes sociales se inundaron con imágenes del AMLO vistiendo un uniforme de reo. Periodistas y líderes de opinión venidos a menos, inslultan al presidente (Pedro Ferriz de Con, lo llama “maldito y malparido; Ricardo Alemán lo dio por muerto cuando se infectó de Covid nuevamente).
Y el deporte no es la excepción, en 2021, causó polémica la pelea entre la estadounidense Alana McLaughlin en las Artes Marciales Mixtas (MMA). Alana que legalmente es mujer y se sometió a un tratamiento hormonal para cambiar de sexo, nació como hombre, fue militar, pasó ocho años en Afganistán y obtuvo el grado de sargento; con 1.82 de estatura y 90 kilos de peso, enfrentó a una peleadora que nació como mujer, es decir, biológicamente es mujer.
Con los brazos más fuertes, con mayor habilidad y con superioridad física, Alana derrotó de fea forma a su contrincante; la estranguló y la dejó bañada en sangre. Otro caso que causó indignación, fue el de la peleadora transgénero Fallon Fox. La pelea duró menos de cinco minutos, y en ella, destrozó el cráneo de su contrincante, dejándola sumamente golpeada.
Finalmente, tomó el micrófono en la arena y con voz masculina gritó “soy la número uno…”.
Al respecto, Mauricio Suleimán, presidente del Consejo Mundial de Boxeo, al ver que sí hay desventaja para las boxeadoras, mujeres biológicas, se ha proclamado por crear una tercera categoría: boxeo femenil, varonil y transgénero.
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(*) Periodista, docente e investigador (UAM).
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