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Ayer un cliente me escribió para recordarme que hace 17 años atrás contrató por primera vez mis servicios. Yo recién arrancaba en la puteria y no sabía con qué tipo de clientes me iba a encontrar. Lo primero que tuve fue miedo, vergüenza y soledad.
No podía compartirle a nadie lo que me pasaba en mí trabajo, no podía decir a qué verdaderamente me dedicaba por temor a que me rechazaran y me cuestionaran, tenía miedo de quedarme sola, de ir presa y que nadie me lleve ni siquiera cigarrillos o algo de comida, de que a nadie le importara lo que le pase a una prostituta.
Fue un 2 de febrero que arranque a caminar por la calle Helguera en Villa del Parque (Bs.As./Argentina) hasta hacerme de una esquina que por años se conoció como “la fábrica”. Antes funcionaba una fábrica que en los 2000 cerró y luego terminó como todo en la Ciudad de Buenos Aires en un proyecto inmobiliario que llenó de chetos mí parada y me tuve que mudar a otra esquina.
A él lo conocí en la fábrica, me dijo una vez que subí a su camioneta que era la primera vez que pagaba por sexo y eso me dio algo de tranquilidad. Yo recién arrancaba a probar suerte como trabajadora sexual.
Compartió conmigo sus tristezas de hecho por años lo agendé en mí celu como “el triste”. Con familia conformada y trabajo estable y bien remunerado él no lograba ser feliz. Tuve que indagar en su niñez y adolescencia para lograr juntos llegar a la raíz de esa soledad e insatisfacción que lo invadía permanentemente todos los días.
Con vergüenza me confesó que de joven se enamoró de una chica que conoció en el club donde trabajaba y ella iba hacer gimnasia artística pero su amor no pudo concretarse por la resistencia de la familia de ella.
Expresaba, recordándola: “Mí madre dice que con vos no tengo futuro, que mis padres no se rompieron el alma para que termine saliendo con un tipo que no me podrá dar lo que necesito”.
Ese rechazo le pesó por años, yo conocedora de convivir con el rechazo permanente, terminé prestándole mis oídos para escucharlo, mis manos para abrazarlo y mi tiempo para compartir un buen momento.
Con el me di cuenta que mí trabajo no era solo coger.
También era escuchar, hablar, contener y compartir. Nadie me había dicho que el trabajo sexual era eso. Lo fui aprendiendo en todos estos años de experiencia Puteril. Por eso lo defiendo tanto porque para mí, es un trabajo que incluso me enseñó a ser mejor persona, a no juzgar y que antes de omitir opinión por algo que desconozco -lo mejor- es escuchar, aprender y saber que nadie es dueño de verdades absolutas.
En mí experiencia de puta la pasé mal, yo no romantizo para nada el trabajo sexual pero también la pasé mal limpiando pisos, la pasé mal planchando camisas y siendo administrativa en una metalúrgica y llegué a la conclusión (en mi circunstancia) que todos los trabajos son una mierda, que lo que hace diferente a unos trabajos de otros son las condiciones laborales y la aceptación social.
Yo decidí quedarme en la vereda donde las condiciones son indignas y dónde predomina el rechazo social sobre las que nos consideramos trabajadoras sexuales y nos resistimos a ser consideradas víctimas.
Debo reconocer que a pesar de ir presa, pagar coimas (mordidas, sobornos), de haber sufrido una violación por parte de los policías, de hacer vivido oculta durante 8 años sin que nadie de mí familia supiera verdaderamente a que me dedicaba yo amo mí Trabajo, quiero jubilarme como puta y darle una obra social a mí hijo.
Cuando “el triste” me escribió recordé todos esos buenos momentos que pasé en estos 17 años de puta. El me escribió para agradecerme el haberlo escuchado y aconsejado y para compartirme que se habla divorciado, aceptó el trabajo que le ofrecieron en el exterior una vez que terminó con mucho esfuerzo su carrera universitaria para demostrarle a “los otros” que él era una buena opción, un buen candidato, iba a conocer lo que es ser aceptado socialmente.
“Vas a encontrarte con caretas, hipócritas, en un mundo de mentiras donde solo vales por lo que tenés y no por lo que sos (eres)”. Dice que yo le dije en una de mis últimas salidas con él.
Me escribió para decirme que siempre se acordaba de mí, frente a alguna injusticia, una traición o un mal momento, ¿qué haría Georgina frente a esto? Y eso mismo hizo en su mail diciéndome que, así como compartió su tristeza conmigo también era justo compartir su alegría, aunque ya nos separen miles de kilómetros.
“El triste” se la jugó y le volvió a escribir a esa piba del club, ahora profesora de letras y divorciada. La invitó a qué compartiera con él, una semana en el continente europeo donde vive hace 8 años. Ella acepto y el me promete que me volverá a escribir para compartirme lo que surja de ese encuentro.
Yo le agradezco el gesto y le doy las gracias a él porque al escribirme y recordar todo lo vivido no hace más que hacerme valorar más mí trabajo y reafirmar no solo que debo cobrar más por mí servicio, sino que el día que pueda jubilarme como Puta quisiera también poder escribirle un mail y compartirle que también existen los finales felices para las Putas.
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(*) Secretaria General en AMMAR (Sindicato de trabajador@s sexuales de Argentina) y Escritora. Fuente original Facebook de Georgina Orellano
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