Reflejo de un modelo autoritario
“Es por su seguridad”: la justificación
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No hay duda, la realidad supera por mucho a la ficción, a esas creaciones literarias, donde las distopías predicen un mundo autoritario, donde el individuo es vigilado las 24 horas, y pierde su intimidad, su personalidad, pero en donde, un Estado autoritario lo convence, le graba en la mente (ya manipulada y a modo), que es es lo mejor, pues su papel es el de cuidarlo y protegerlo.
En novelas tan polémicas como “1984” (1949), de George Orwell, donde el “Gran Hermano” vigila a una sociedad a modo, y donde el individuo ha perdido la capacidad de decidir y mentalmente condicionada a lo que ordene el “Gran Hermano”, donde las cámaras de seguridad vigilan todo movimiento, todo lo escuchan, incluso la actividad sexual y el placer de la misma está condicionada al escrutinio de esa entidad que para la sociedad no controla, sino cuida, protege y supervisa.
En su momento, “1984” fue vista como una simple obra de ficción, y en cierto círculos de derecha, este modelo de Estado autoritario se veía reflejado en los estados socialistas, principalmente en Cuba y en la Unión Soviética.
Sin embargo, hoy, en el mundo dominado por las redes sociales, por las cámaras de vigilancia en todos lados, y con guardias de seguridad con protocolos pesados para la gente, extenuantes e invasivos, pero con la idea de que “es por su seguridad” parecen darle sentido y la razón a Orwell, y a otros tantos escritores que crearon un mundo distópicos.
Hace algunos meses se hizo viral un vídeo grabado en un aeropuerto (tentativamente el de Miami, Florida), donde se cuenta la odisea: un hombre, al pasar por el arco detector de metales, se oye el chirrido y el guardia lo detiene; el pasajero coopera, lo revisan al exceso, en su persona, en su equipaje, en sus posesiones, pero el detector de metales sigue sonando, el guardia solicita refuerzos, lo obligan a pasar por la máquina de rayos X pero no hay evidencia de que este hombre lleve algo extraño, quizá sea una amalgama o un arreglo en las muelas, pero el detector sigue sonando.
Finalmente la seguridad del aeropuerto, dictamina que es una “potencial amenaza” y le piden que salga del aeropuerto, el hombre desesperado, impotente, suelta un puñetazo y le pega al guardia, éste lo somete y con lujo de violencia, al menos entre tres lo tiran al suelo, lo someten y se lo llevan detenido, finalmente enfrentó cargos por agredir a un oficial federal, y fue condenado a tres años de prisión.
Juan, que es trabajador de un centro de atención telefónica vive algo similar en su día a día, la revisión de la seguridad para entrar a laborar es extenuante e invasiva; le revisan los bolsillos del pantalón, los tobillos, en muchas ocasiones no lo dejan entrar con relojes “que sean amenaza para los datos de los clientes”, pues si el vigilante en turno considera que en un anillo o en un par de lentes “se puede llevar una cámara”, entonces dará aviso para que revisen todas y cada una de sus pertenencias y en caso de que la empresa considere que “está robando información sensible”, enfrentará al aparato legal de los empleadores.
En una fábrica de jabones, en el Estado de México, los trabajadores cuentan con media hora para comer, y en la sala habilitada como comedor, un vigilante, revisa los alimentos que llevan los obreros y en caso de que él considere que “se daña el mobiliario”, les pide que se los coman fríos y que no los introduzcan a los hornos de microondas.
¿Qué alimentos son “potencialmente peligrosos para el mobiliario”, según el reglamento, aquellos que “manchan”, por lo tanto no pueden pasar con mole, con cosas caldosas, y se les “invita” a que lleven fruta, pan y café”. ¡Hasta la comida te revisan!, -reclama una trabajadora molesta pero a la vez resignada pues es su trabajo y su fuente de ingreso.
En el caso de Juan, el call center dice que es por “seguridad de todos”, además de que por política, el fraude y la seguridad de los datos personales de los clientes justifican las medidas. En la fábrica de jabones se dice algo similar, “es por la seguridad de todos”, pues un horno de microondas sucio puede enfermar a los trabajadores (y ya no son productivos, si se van enfermos y de incapacidad, la empresa deja de ganar dinero).
Y así, el fin justifica los medios; en los autoservcios policías y vigilancia privada se colocan detrás de los clientes, los siguen por los pasillos, los revisan al salir. En los aeropuertos y en las centrales camioneras, en los centros de trabajo, en las plazas comerciales, en los estadios, hay seguridad excesiva, protocolos invasivos y el mismo discurso: “no se enoje, es por su seguridad”.
Entonces la visión distópica de “1984”, y la imaginación de Orwell, no parecen quedarse en la mera ficción.
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(*) Maestro e Investigador (UAM-Azc)
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