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Cuando el hombre pisó por primera vez la Luna, Armstrong, el astronauta, dijo una frase memorable pero después calló, emocionado, algo lo había impresionado. Nunca dijo qué.
Una noche en Yacuiba soñé con él y en el sueño me decía: El suelo estaba lleno de suspiros de mujeres. Por donde dirigía mi vista se amontonaban cubriendo las hondonadas, mis pies los esparcían como hojarasca. Todos o casi todos eran azules en una gama infinita. Oscuros por acá; más claros por allá. Perfectos. Ahora sabía a dónde iban los suspiros que se perdían en la Tierra. Era cierto lo que se decía. Ese descubrimiento me emocionó hondamente y restó importancia al hecho de que no logré divisar ni un solo suspiro masculino: todos se habían perdido en el negro vacío del espacio porque eran suspiros mentirosos. ¿Cómo podía distinguirlos? No lo sé. Lo sentía
Me desperté y salí al patio: una fina Luna creciente me sonreía irónica. Había envidia en mi mirada.
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(*) Yacuiba 6/03/2013 (microficción) Autor Walter Carreón V. (Escritor)
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