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El duelo es esperar un mensaje de él, sabiendo que nunca llegará. El duelo es estar llena de su presencia, a pesar de su ausencia. El duelo es el dolor en el pecho, una tormenta que te engulle. El duelo es el sonido ensordecedor del silencio. El duelo es recordar su sonrisa mientras que tú lloras, decir “te quiero” sin que nadie te escuche y gritar un desolador “te echo de menos”. Es tambalearse.
El duelo es soñar que está a tu lado y despertarse con la desolación de una almohada vacía. El duelo es escuchar sus canciones y sentir una punzada que te paraliza y te deja sin aliento. El duelo es pensar que puedes acariciarle, en esas fotos que no puedes parar de mirar.
Es romperse por dentro. El duelo es sentir su olor en su camisa y parar el tiempo para sumergirte en un tsunami de recuerdos. Devastador. El duelo es esperar que aparezca donde no aparecerá jamás. Detrás de una puerta, en una callejuela. Es la necesidad de volver a donde no se puede volver, a sus ojos, a su piel. Es la pena, la tristeza, el abatimiento, desconsuelo, la desesperación, el sufrimiento de soportar, de admitir, de tolerar, de hacer frente, de aceptar, de negociar… con uno mismo… que él, no volverá jamás.
El duelo es cambiar el por qué, por “para qué”. El duelo es aprender a conjugar el verbo vivir, en todos sus tiempos, hasta quedarse en el futuro -viviré-, y aferrarse a ese tiempo verbal.
Eso es el duelo. Y lleva su tiempo…
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