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NIP (Crónica) 30/03/2017 (CDMX). Por alguna razón, nunca fui bueno para recibir retribución monetaria por trabajos independientes periodísticos y/o académicos, para cobrar por textos publicados, conferencias, participación en foros o clases magistrales. A estas alturas (y ojo, NO es queja) me queda claro -al menos en mi caso- que, ser consecuente, solidario, sensible, crítico y desinteresado, tiene un costo contundente en tiempos neoliberales. Se vive al límite, al día, sin respaldo, en total indefensión económica, incluso soportando bromas de contemporáneos o colegas que rápida o inexplicablemente se enriquecieron (no los juzgo, cada quien sus filias y fobias).
Sin embargo, me considero afortunado de ser parte de una generación de privilegio que vivió distintos procesos histórico/político/sociales, fascinantes e irrepetibles desde fines de los sesenta del siglo pasado, hasta la vorágine virtual de hoy (revolución de la información). Me abrió el horizonte al conocimiento, conocer a grandes autores, a líderes de opinión y conflictos “in situ”, accediendo a fuentes primarias, y evolucionar (lo cual siempre busco) para comprender causas y consecuencias sociológicas, además de seguir aprendiendo de nuevas generaciones (millenials y nativos digitales).
En este contexto, hace muchas décadas descubrí a una imaginación curiosa, incomprendida, tímida, agazapada pero audaz, que buscaba su libertad –sin darse cuenta- en el latir de las palabras. Leyendo y preguntando, los “porqués y para qués” de siempre. Tal situación me condujo a estudiar periodismo/economía y después a escribir compulsivamente para no ahogarme, en lo que sea: hojas sueltas, servilletas, pedazos de cartón recogidos del suelo, en desorden, o caos saltando de un texto a otro, al llegar a mi vivienda, retomaba las ideas y las trasladaba a cuadernos, o cuando tenía suerte a la “Olivetti”, una maquina azul, varias veces empeñada y rescatada del Monte de Piedad. Entonces prefería la soledad, acompañado de un mate (infusión suramericana), o cerveza, otras con un libro o apunte flamígero que empujaba a escribir, cavilando un amor desterrado, recordando decepciones, emociones, encuentros, certidumbres, dudas, corajes y nostalgias. Todo en introspecciones, historias y micro relatos sin saber por dónde iniciar o cómo seguir, sólo fluía.
A los diecinueve años, mis escritos tempranos eran rejegos, obstinados, apocados, y quizás en exceso autocriticados, por lo tanto los ocultaba y destruía. Mis referentes en ese tiempo, eran poetas/escritores bolivianos y latinoamericanos de experimentado oficio. Coincidencia o no, no tuve guía, o elementos para continuar. Pasaron varios años, lugares, ciudades, países y circunstancias hasta que el peligro extremo y pérdidas familiares forjaron en mí, una resiliencia que poco le importaba el control de calidad de nuevas introspecciones.
Algunos textos míos vieron luz en revistas universitarias impresas, pero es, en la carretera virtual donde alcanzaron insospechada presencia en otras latitudes (traducciones incluidas). Habían vuelto contenidos intrusos llenos de ansiedad, experiencia, necesidad, rencor, dolor y alegrías. Volví a “teclear” pasada la medianoche o de madrugada, explayándome frente al espejo sin epidermis, a pedradas o latigazos, corrigiendo una y otra vez, con dedos humedecidos, esperanzados o jubilosos, siempre abrigado por silencios.
En estas épocas me cuesta escribir, es increíble cómo me disperso y distraigo. Frente a la computadora me levanto cien veces, hablo solo, camino enjaulado entre libros, cuadernos, anotaciones y mucho desorden. Sin privacidad, maldigo la limitación de espacio y parafraseo a Cristina Pacheco “Aquí, nos tocó vivir”… ¡ni modo!, prosigo. Entonces pienso que la escritura es una adicción, una droga que convierte la tensión nerviosa en relatos, historias, crónicas, artículos o frases que luchan con la voz interior, para salir. Me alienta saber que no se irán conmigo.
Y vuelvo a escribir, viviéndome, transparentándome en sueños y des-sueños, buscando luz para adentrarme en sombras. Por ahora, es suficiente.
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(*) Periodista (Escuela de periodismo Carlos Septién García) y Economista (Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Azcapotzalco)
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