“Si quieres conocer a una sociedad visita sus cárceles” Dostoiesvki
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NIP 2/03/18 (CdMx/MX). Un médico argentino/cubano conocido como Ernesto “Che” Guevara, a fines de los años cincuenta y después de haber recorrido el continente americano (de Argentina a México) solía afirmar que para encontrar el verdadero rostro (esencia) de un pueblo en cualquier país o ciudad, además de visitar la cárcel, se debería conocer el hospital público, sobre todo el sector de emergencias/urgencias.
Y es cierto, en dicho lugar (concurrido por pacientes y familiares) las veinticuatro horas se palpan tragedias, heridas, cicatrices. Se conocen historias y circunstancias en medio de dramas humanos. Allí todos beben (en algún momento) un cóctel vigoroso y desnudo de solidaridad y empatía. La fragilidad humana a flor de piel conecta con la “otredad” (naturalmente) a los que aguardan por reportes del estado de salud de sus parientes. Y tal similitud ocurre en cualquier país de América Latina.
Hace muchos años -a los quince- me tocó vivir semanas en un hospital público en Salta/Argentina (San Bernardo) mi padre había sido internado de emergencia, luego de haber perdido varias semanas la conciencia por un agudo dolor de cabeza (tumor), el cual se había iniciado al regresar de Santa Cruz (Bolivia) y durante un trasbordo de Villamontes a Yacuiba (frontera boliviana/argentina), mi madre y yo fuimos de médico en médico, de tratamiento en tratamiento, sin resultados.
En ese tiempo abandoné el colegio, a punto de perder el año escolar, también tuvimos que cerrar un puesto en el mercado central, de donde mi familia obtenía sus ingresos. Mi hermana menor (de doce años) adquirió -de súbito- la responsabilidad de cuidar, cocinar y supervisar a los hermanos más chicos, aparte de ir a su escuela (en el contexto de nuestra ausencia en Salta). A pesar de la adversidad, todos ellos en condición digna y admirable –cualidad- que hoy más que nunca agradezco.
Ya internado en el Centro de Salud, a mi padre le diagnosticaron un absceso cerebral, los neurocirujanos tuvieron que operarlo varias veces. Luego vino su convalecencia lenta, complicada y con recaídas. En ese entonces, dormir y convivir en aquel hospital era común, platicar y colaborarse también, De tal experiencia me quedó marcado el valor y positiva actitud de mi padre para sobreponerse, además de la constancia y fortaleza de mi madre.
Varias décadas después y por otras circunstancias en Ciudad de México, regresé a una Sala de Emergencias en el Seguro Social “Hospital La Raza” (IMSS) y volví a experimentar esa sensación de vacío, insomnio, incertidumbre y esperanza, la cual –por cierto- tiene mil formas de manifestarse, cómo aquella anónima mujer que ingresa a las 3 de la mañana a regalar tortas de jamón, otra -una hora después- agua y café, o la de jóvenes proactivos que cuando viene algún herido, ayudan a internarlo.
Emergencias, cuarto grande con varias camas (con ruedas) separados por cortinas, tubos de oxígeno, sueros e implementos de reactivación cardiaca, entre otros. En dicho ambiente observo también que las camas rebasan la capacidad del lugar, hay hasta en los pasillos –donde algunos pacientes- esperan derivación a otras áreas.
Definitivamente la resistencia y tolerancia al dolor por la mujer (en todas las edades) es mayor, a pesar que la ciencia da una explicación biológica, aquí uno es testigo testimonial de la fragilidad y del trato con el dolor, Es impresionante la entereza y fortaleza de ellas en plena adversidad.
Vaya mi reconocimiento a todo el personal (médicos, enfermeras, camilleros, guardias, pacientes y familiares) y claro –por supuesto- a mi madre quien me sigue enseñando valor con ejemplo consecuente. A veces es necesario estar “in situ” y vivir tribulaciones para reconocernos y darnos apapachos de sensibilidad porque sin ella, estaríamos perdidos.
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(*) Periodista (Escuela de periodismo Carlos Septien G.) Economista (Universidad Autónoma Metropolitana/Azcapotzalco)