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Puntualizando la serie de actitudes negativas que caracterizan la violencia en contra de la mujer y en contra de las niñas; violencia que incluye todo tipo de maltrato físico, incluso el abuso sexual, el abuso psicológico y también el abuso económico en todas sus variantes como la explotación laboral, o como la sumisión a la carencia de bienes económicos. A esa cruel situación se nombra como “violencia basada en el género”, por desenvolverse como consecuencia de la condición inferiorizada de la mujer en la sociedad; tanto así que en ciertas culturas (actuales), “las mujeres y niñas solamente pueden comer las sobras de la comida de los hombres” , así como entre algunos orientales e indios sudamericanos las mujeres deben caminar unos pasos detrás de su marido o padre, como signo de subordinación y desjerarquización, habito común, también, entre quechuas, aimaras y urus muratos, en Bolivia.
En muchos países, a pesar de las leyes que protegen a la mujer, se impone la cultura con usos y costumbres ancestrales inhumanas que vulneran los derechos humanos de las mujeres ya que desconocen tales derechos; pues, los cánones e instituciones sociales existentes legitiman y por ende perpetúan la violencia contra la mujer.
Ciertamente es espantoso constatar que las agresiones perpetradas en contra la mujer suelen quedar impunes cuando el hombre es el agresor, más bien, a menudo la mujer es juzgada por la familia o por la comunidad, por ser considerada cómplice o provocadora del delito, quedando el hombre impune sin ser cuestionado. Esas mismas agresiones no son aceptadas si son dirigidas por una mujer a otra mujer, o de un hombre a otro hombre, o de una mujer hacia un hombre.
Se puede visualizar la violencia del hombre contra la mujer como desenlace esperado debido a la condición de sometimiento de las mujeres en nuestra sociedad, por lo tanto, podemos afirmar que, lamentablemente, la violencia contra la mujer es un fenómeno usual y no particular. Muchas mujeres crecen en ambientes de violencia, de tal forma que asumen que no existe protección para las mujeres y que deben aguantar en silencio los malos tratos porque hacen parte de la vida.
Esos casos son más comunes cuando las mujeres dependen económicamente del hombre, entonces, invariablemente, no le denuncian, por lo general, esa dependencia económica sirve de excusa para soportar en silencio las agresiones, es normal escuchar cosas como: “él es malo, pero no deja faltar nada a mí y a mis hijos”. Es lógico, que esto es apenas una excusa de la mujer para seguir sometida a un trato indigno que ella acepta y asimila, culturalmente, como normal.
Muchas mujeres en Latinoamérica, piensan que las reacciones violentas hacen parte del romance.
De la misma forma muchos hombres crecen pensando que las actitudes violentas son propias de los “machos” y la mayoría de los hombres se creen “muy machos”.
Sumado a esos estereotipos nefastos de comportamiento y de relacionamiento, está la influencia del medio que refleja la cultura de la violencia contra la mujer ya que, de diversas formas, la violencia contra la mujer está arraigada a los padrones culturales compartidos por la mayoría de las personas en Latinoamérica, no quedando exentos los operadores de justicia y el personal de salud.
Entonces, siempre existe algún tipo de perdón para el agresor, que se compromete ante los padrinos, ante los operadores de justicia y etc. Hecho que refuerza su actitud violenta.
Viviendo en una sociedad “enferma” que soslaya la violencia contra la mujer, queda la pregunta: – “¿Quién salva a la víctima?”
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(*) Licenciada en Filosofía, gestora cultural, escritora, poeta y crítica literaria. Columnista en la Revista Inmediaciones (La Paz, Bolivia) y en periodismo binacional Exilio, México.
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