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Es sabido que toda agresión perpetrada contra una mujer tiene alguna característica que permite identificarla como violencia de género. Esto ocurre porque, siempre refleja a la desigual distribución del poder y a las relaciones asimétricas que se establecen entre varones y mujeres en nuestra sociedad, que perpetúan la desvalorización de lo femenino y su subordinación a lo masculino. Tanto es así, que las agresiones de un hombre hacia una mujer, no causan el asombro que el caso amerita, por el contrario, sirven para alimentar los comentarios, mal intencionados, de los observadores.
Eso porque, vivimos en un medio machista y sexista, en donde los hombres se creen con derecho de relativizar el maltrato hacia las mujeres. Gritar con su pareja, para muchos hombres no es maltrato, sobre todo si los gritos no están “condimentados” con “malas palabras”. En su machismo despiadado, creen que “sus gritos”, son fruto de alguna reacción causada por un mal accionar de la víctima; sin ponderar, su agravio y sin aceptar cualquier tipo de responsabilidad ante el hecho de que los gritos representan maltrato; pues, los hombres traen muy adentro el pensamiento de que, en la relación hombre-mujer, existe una jerarquía donde la mujer es inferior y debe aceptar con beneplácito el trato descortés, en una circunstancia de desentendimiento de la pareja.
Los hombres saben, que cuando comienzan una discusión con gritos hacia la mujer producen miedo, humillan y demuestran su falta de respeto, falta de amor y reconocimiento hacia la pareja. Porque los gritos son una acción violenta y un maltrato psicológico, que lleva a la víctima a vivir una experiencia de dolor, miedo y angustia.
Lógicamente, que todos reconocemos que la violencia de género suele adoptar diversas formas, mucho más dañinas y por eso es calificada como delito.
Nuestra sociedad, tiene que evolucionar para poder aceptar, en la práctica cotidiana, que los derechos humanos, también son derechos de carácter irreductible de las mujeres, que es obligación del Estado protegerlos y garantizarlos, y en la convivencia diaria deben verse reflejados, ya que el respeto y el pleno ejercicio de los derechos humanos, representan una condición esencial para el desarrollo de cualquier país.
Es necesario analizar el tema de los derechos humanos y de la violencia de género desde una perspectiva que ofrezca posibilidades de cambios culturales y estructurales que conlleven el respeto de los derechos de las mujeres; además, eviten la violencia en las relaciones de género. Si no se reeduca a la sociedad en su conjunto, para el reconocimiento de la igualdad de género, para el pleno ejercicio de los derechos humanos de las mujeres y de los hombres, seguiremos en el reguero de sangre, con noticias que reflejan la barbarie en vivimos en pleno siglo XXI, en una sociedad que pretende autonombrarse civilizada y que está inmersa en el mundo globalizado.
El único grito que se puede tolerar es de: ¡Basta de violencia!
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(*) Licenciada en Filosofía, gestora cultural, escritora, poeta y crítica literaria. Columnista en la Revista Inmediaciones (La Paz, Bolivia) y en periodismo binacional Exilio, México.
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