“Un texto de diez años atrás, infelizmente, sigue vigente.”
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Todos los días nos asombran las noticias sobre la República Somalí, las imágenes desgarradoras que recorren el mundo, ilustran una miseria humana que, por su elocuencia, no permiten pensar, solo permiten sentir compasión.
El Estado Somalí falló al no proteger sus ciudadanos de la hambruna, permitiendo la muerte indigna de su población. La injusta tragedia que experimentan hoy, los somalíes, necesitara un siglo o más para reponerse. Es incalculable la pérdida en potencial humano que este país experimenta. Hace años Somalia es un Estado fallido.
Las luchas por el poder y la hegemonía los llevaron a guerras que duraron más de veinte años; mientras los pueblos se debaten en conflagraciones, el campo se queda abandonado. Ningún país que no tiene autosuficiencia agropecuaria, puede encaminarse al desarrollo.
Cuando los mandatarios se enfrascan en juegos de poder y se olvidan de elaborar políticas públicas bien planificadas, un país no tiene la posibilidad de desarrollarse, y corre el serio riesgo de caer en catástrofes que lleven al pueblo a experimentar situaciones inhumanas, como las que encara el pueblo somalí.
Los Estados con mentalidad retrograda y tribal se dividen en varios territorios, como es el caso de la República Somalí, se tornan ingobernables y fallidos. A esos se suman los gobiernos autocráticos, donde las decisiones recaen en una sola persona sin ningún límite; es un tipo de gobierno que hace caso omiso a las leyes, usos y costumbres o tradiciones que debería respetar.
Independientemente de la forma de gobierno, cuando un Presidente determina que se hace algo “sí o sí”, por encima de la constitución política del Estado, se está portando despóticamente como un tirano; y consecuentemente tomando las decisiones menos acertadas, simple y llanamente, porque está al margen de la ley, haciendo prevalecer su voluntad que abriga, sabe allá Dios, qué intereses.
Entonces la mentalidad tribal, sumada a la tiranía son factores determinantes para llevar un Estado al fracaso. Otro ejemplo lacerante, de Estado fallido que tenemos cerca, es la República de Haití; pues, este Estado falló en la garantía de servicios básicos para su población, colocando en alto grado de vulnerabilidad a todos los ciudadanos; permitiendo la pérdida de miles de vidas humanas. Un Estado que no tiene las mínimas condiciones de enfrentar un desastre natural, o el derrumbe de un edificio, también está por un mal camino.
Así, un Estado fallido es aquél que se hizo ineficaz. Pues, tiene altas tasas de criminalidad, huida crónica de sus habitantes, descontento grupal y búsqueda de venganza; todo aliado a la corrupción extrema y sumado a un extenso mercado informal. Además, que ese modelo de Estado no garantiza los servicios básicos a su población, caracterizándose por el fracaso social, político y económico, con excesiva burocracia y una ineficacia e ineficiencia judicial creciente que no garantiza el ejercicio pleno de los derechos humanos, como tampoco aplica las leyes de manera uniforme para todos los ciudadanos. Constantemente, se observa una falta de voluntad o capacidad para proteger a los ciudadanos de la violencia.
Normalmente, ese modelo de Estado, tiene un gobierno ineficaz, ineficiente y corrupto que impulsa la criminalidad, y promueve la degradación económica; agregada a la incapacidad para interactuar con otros Estados, como miembro pleno de la comunidad internacional.
La corrupción política siempre está presente en un Estado fallido, y se caracteriza por el mal uso del poder para conseguir ventajas ilegítimas, secretas y privadas, lejos de la transparencia que es el opuesto a la corrupción. En esos Estados el caciquismo, la prevaricación y la impunidad a menudo patrocinan la criminalidad en todos sus peldaños.
La producción agropecuaria es destruida paulatinamente por falta de políticas públicas, hasta que la población, aglomerada en las ciudades, dependa de la ayuda internacional para su sobrevivencia.
Lógicamente, que los gobiernos serios promueven el desarrollo de sus países y garantizan la seguridad alimentaria de toda la población. La definición, internacionalmente aceptada, que indica que existe seguridad alimentaria dice: “Cuando todas las personas tienen en todo momento acceso físico, social y económico a los alimentos suficientes, inocuos y nutritivos que satisfagan sus necesidades energéticas diarias y preferencias alimentarías para llevar una vida sana y activa
Entendiendo, que la seguridad alimentaria es un tema de economía política, se presume que el Estado es quien debe fomentar políticas públicas que garanticen la producción de alimentos para toda la población. Es una responsabilidad ineludible del Estado velar por el bien común. El Estado tiene que proteger a sus ciudadanos, no con retórica y sí con hechos. Pero, cuando el Estado no tiene la suficiente capacidad, madurez y responsabilidad para afrontar a sus responsabilidades, la supervivencia de la población se pone en serio riesgo, pues, se está al borde de la línea de la inseguridad alimentaria y a camino de la hambruna.
La comunidad internacional detecta e informa sobre los riesgos en seguridad alimentaria cuando un país se está aproximando a una situación vulnerable, depende del gobierno tomar cartas en el asunto para evitar cualquier catástrofe. Pero los gobiernos irresponsables hacen caso omiso a tales alertas; simple y llanamente, porque sus intereses por el poder y la hegemonía están por encima del bien común. El abandono del campo es un factor de alerta para cualquier gobierno; la producción de una sola variedad de cultivo, también denota riesgo en la seguridad alimentaria de un país.
Otra tendencia propia de un Estado fallido es el considerarse más allá del alcance del derecho nacional o internacional. En ese tipo de Estado, normalmente, la mayor parte de la población se encuentra descapitalizada en lo económico, lo político, lo social, en servicios y otros.
La erosión de la autoridad legítima, la incapacidad en la pronta y eficaz toma de decisiones, puede llevar un Estado a sufrir hambruna. El desgaste de los poderes del Estado frente a la población y comunidad internacional, coadyuvan en señal de alerta, para que un Estado sepa para donde se dirige.
Haití, Somalia, Afganistán son ejemplos trágicos de países fallidos y su historia sirve de receta para ponerse en alerta y no aproximarse a la tragedia. Pues, ningún ciudadano, de ningún lugar del mundo quiere ver su Estado fallir.
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(*) Licenciada en Filosofía, gestora cultural, escritora, poeta y crítica literaria. Columnista en la Revista Inmediaciones (La Paz, Bolivia) y en periodismo binacional Exilio, México.
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