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Como una lucha que no termina desde, prácticamente la conquista española en lo que hoy conocemos como “América Latina”, muchos pueblos originarios, comunidades con gran carga de afrodescendientes, colonias populares dentro de las grandes ciudades, barrios periféricos, colectivos con preferencias sexuales distintas y un sinfín de grupos que de manera directa o indirecta han sido excluidos del desarrollo que marca la élite que controla lo político y lo económico, se han mantenido en resistencia y después de sufrir un constante silencio, finalmente se ve cada vez más cerca su emancipación.
Se dice comúnmente que la historia la escriben los vencedores, y esto es porque son ellos -los ganadores-, quienes se imponen en el gobierno, y por lo tanto aplican su visión en la cultura, la política y la economía, por lo tanto, son pasadas por alto, relegadas y hasta atacadas y condenadas, ancestrales formas de vida, de pensamiento y de concebir el mundo.
En el caso particular de México, esta tendencia viene desde que los conquistadores españoles retomando algunos aspectos de la organización de los pueblos derrotados, los adecúan a la organización de los nacientes virreinatos, así se relegan los muchos idiomas de estas tierras y se impone en español como idioma oficial. Se impone una nueva religión, un nuevo tipo de arte, un nuevo alfabeto, una nueva cocina y así gradualmente, hasta tener una nueva sociedad y dejando sepultado gran parte del mundo mesoamericano.
A simple vista se podría interpretar que estos cambios fueron necesarios para lograr la unidad del virreinato, luego del México independiente y así sucesivamente, hasta estar inmersos en un sistema político y económico, que devora y aglutina a la sociedad, al individuo, para meterlo a una especie de cardumen o rebaño, donde se espera, que sea una parte más de sistema, que se acople y funcione, y que no se salga de lo que se tiene contemplado.
Este modelo de desarrollo es funcional en una parte, la económica y la política, pero es negativo al relegar formas de vida y de pensamiento ancestrales y que en muchas ocasiones sean tan antiguos como la misma historia.
Las leyes mexicanas en su Carta Magna, contemplan el “Sistema de usos y costumbres”, permitiendo que comunidades indígenas mantengan su forma de gobierno, su idioma, sus creencias religiosas y otros aspectos que para el “México mestizo” no tienen importancia, pero que para ellos salvaguardan su identidad cultural y social.
En el ensayo Educación popular, descolonización e interculturalidad, Isabel Rauber, plantea lo complejo que ha sido este proceso histórico, político, cultural y social, pues si bien en cierto que las sociedades modernas presentan rasgos de unificación, muchas veces impuestos y endebles, promovidos con el constante bombardeo de la publicidad y los medios de comunicación, muchas comunidades son vistas con desdén e incluso, la pobreza y la marginación son parte de “la tradición”.
Dentro del capitalismo, la máxima es prestar servicio y ofrecer productos a los potenciales consumidores, por lo cual las inversiones se dan bajo esta óptica; aprovechar el paisaje, los pueblos, la historia y la cultura, dar empleo y cierto progreso, pero condenando a los pobladores al eterno círculo de pobreza, tanto material como cultural y espiritual.
Pongamos un ejemplo que se ha replicado en muchas partes del país: con el surgimiento de los llamados “Pueblos mágicos”, el capitalismo con que se manejan los ministerios de turismo (en los tres niveles de gobierno), promueven el turismo, la construcción de hoteles, carreteras, restaurantes, museos, tiendas de artesanías y todo tipo de negocios destinados a que el turista tenga un sinfín de alternativas para consumir, lo que, de manera aparente, trae beneficios a la comunidad.
Sin embargo, debemos preguntarnos ¿qué tipo de trabajos traen a las comunidades? Generalmente son empleos poco calificados y por lo tanto mal pagados, destinados a que el habitante de la zona sirva a quien viene de fuera; empleos como meseros, afanadores, recamareras, empleados en establecimientos y otros que si bien es cierto dan empleo e ingresos, no se tiene contemplado que la situación cambie.
Es decir, en la mayoría de las veces, el modelo educativo no tiene contemplado que los jóvenes, las nuevas generaciones, se preparen para insertarse en este modelo de producción, si no sólo contempla preparar mano de obra que haga más redituables los negocios ya existentes. Es decir, en las zonas turísticas preparan a guías de turistas, baristas o cantineros a los cuales hoy se les llama pomposamente “bartenders”.
En la frontera con Estados Unidos, donde prevalece la manufactura de diversos productos que se producen en ese país, las fábricas tienen una creciente necesidad de mano de obra poco calificada; obreros que pasan la mayor parte del día en las líneas de producción, obteniendo una ganancia mínima de la riqueza que ellos mismos producen.
Para Rauber, el levantamiento indígena en Chiapas, en enero de 1994 es un claro ejemplo de una sociedad que, consciente de su realidad social, se rebela contra el eterno círculo de miseria, atraso y marginación, mostrando al discurso oficial las grandes carencias que tiene ese supuesto desarrollo que desde el mismo gobierno se promueve.
Entonces la autora plantea un par de problemas que un modelo incluyente debe considerar. Como primer punto, considera Rauber, que todo liderazgo que surge en este tipo de comunidades segregadas, y se dedica a “despertar conciencias”, en mayor o menor medida está formado e influenciado por el capitalismo, mismo que cuestiona, lo cual tiene una explicación pues el líder social, obrero o político adquirió esa conciencia social debido a que tuvo cierto nivel de estudios, mismo que le permitió analizar esa realidad y criticarla.
En otro punto que la autora cuestiona es el papel de la educación como formadora de individuos capaces de conocer, criticar y analizar la situación en la que viven, pues con un modelo educativo que tome como punto de partida las características de esas sociedades, entonces será más fácil cambiar el status quo, pues de otro modo, seguramente éste prevalecerá perpetuado el círculo de miseria-marginación.
Finalmente, la autora retoma los estudios y experiencias del filósofo brasileño Paulo Freire, en la denominada “pedagogía práctica”, donde la educación incluyente permite que gradualmente se logre una emancipación tanto cultural como social, para que muchas comunidades que se han mantenido al margen del desarrollo capitalista, se puedan beneficiar de éste sin que se alteren sus valores, su cosmogonía y su forma de vida.
(*) Periodista y Maestro/Investigador (UAM-Azcapotzalco)
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