• Prevalecerá el individualismo disfrazado de conciencia social
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Gradualmente y tras varios meses de confinamiento debido a la pandemia por Covid-19, algunas sociedades tanto de Europa como de Asia, dan visos de volver a los patrones de vida que, hasta hace apenas tres meses, eran normales
Cabe destacar que más allá de los problemas derivados por la parálisis económica, el endeudamiento de muchos Estados, el desempleo y, según indican varios especialistas y analistas en materia económica, la inminente llegada de una crisis sin precedentes, el ciudadano promedio intenta “volver a vivir”.
Tanto en China como en Corea del Sur, la gente a cuentagotas vuelve a las calles, a sus trabajos, a su vida de antes, pero como se ha repetido hasta el cansancio, “ya no será lo mismo”, “el mundo ha cambiado y el individuo también”.
Y es que una gran verdad es que el ciudadano promedio ha permanecido en un estado de indefensión, que con miedo e incertidumbre ha permanecido expectante dentro de su domicilio, bombardeado por noticias catastrofistas, análisis nefastos, que se repiten una y otra vez, en TV., en radio, en redes sociales, con la certeza -porque así lo dicen los medios masivos-, de querer volver a la calle, pero un mundo que definitivamente no será el mismo.
Es necesario preguntarnos: ¿cómo es ese nuevo mundo? ¿Qué tan diferente será el mundo después del Covid-19? En algunas sociedades asiáticas, se han popularizado una serie de aplicaciones para teléfonos móviles, donde y con el argumento de cuidar su salud y mantenerlo monitoreado en todo momento, el individuo acepta -con tal de salir del confinamiento-, a ser seguido, a ceder gran parte de su libertad individual, con el objetivo de “ser libre nuevamente”.
Entonces y de forma más emocional que reflexiva, un ciudadano acepta que el gobierno tenga el control de sus datos, que sepa su ubicación, que sepa sus movimientos económicos, en su trabajo, en sus gastos, con sus tarjetas de crédito y débito, pero convencido de que la pandemia terminó y que es libre nuevamente.
En los albores del pensamiento político moderno, Thomas Hobbes, pensador inglés en el siglo XVII, decía que el gobierno debe tener mano de hierro e imponerse tanto al interior como al exterior por medio del temor, de la fuerza y del control total.
Entre los planteamientos de Hobbes, está la certeza de que el hombre es malo por naturaleza y por lo tanto vivimos en un estado de enfrentamiento, de ahí la necesidad de que el propio hombre renuncie a su libertad y le dé el poder a un soberano que nos domine, que aplasta a quien se le ponga enfrente, pero todo con una finalidad que lo justifica: la paz social y el vivir en orden.
Visión contraria la tenemos en el siglo pasado, con dos grandes analistas de los fenómenos sociales como los filósofos y sociólogos Umberto Ecco y Luis Villoro, quienes advirtieron que la división y el control social, serían las características del nuevo orden mundial que tras la caída de la Unión Soviética se avecinaba: el neoliberalismo o capitalismo salvaje.
Sin duda lo que viene después de la pandemia es un nuevo mundo que le da la razón a Ecco y Villoro, pues con argumentos que parecen ser los correctos, que buscan la igualdad y el respeto, en el fondo se acrecienta el individualismo disfrazado de causas nobles.
Así la sociedad dividida entre grupos y colectivos de todo tipo, escuchan lo que quieren escuchar; se justifican con argumentos parciales, verdades a medias y que son dependientes de las redes sociales, “vuelven a la normalidad”.
Grupos feministas, veganos, naturalistas, protectores de animales, anti corridas de toros, indigenistas, proniñez, fascistas, neonazis e infinidad que existen y otros miles que seguirán surgiendo, convencen al individuo que él es el dueño de la verdad y que quien no piensa como él, está en su contra.
Y ahora tras el confinamiento, con la amenaza de otra epidemia y de un probable contagio, “la sana distancia”, el aislamiento social, las compras en línea, el trabajo en casa, los pagos con tarjeta, y como la joya de la corona, aplicaciones donde el Estado sabrá dónde se encuentra, que hace, cómo y con quien lo hace, pero lo irónico es que este control y división social se da con el consentimiento del individuo que busca su libertad.
(*) periodista, docente e investigador (Universidad Autónoma Metropolitana/Azcapotzalco)
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