RESEÑA DE: SERGIO VEGA JIMÉNEZ (Brown, Wendy: “El pueblo sin atributos: la secreta revolución del neoliberalismo”, Barcelona, Malpaso, 2016, 313 pp)
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Entre las paradojas del siglo XX podríamos subrayar la proclamación del triunfo de la democracia con el fin de la Guerra Fría, cuando el neoliberalismo ya había herido de muerte las prácticas, las instituciones y los imaginarios de la misma. Paralela a ese proceso corrió la rendición de la teoría a pensar los compromisos públicos y la acción colectiva. Con la intención de subrayar esa pérdida no menor, Wendy Brown ha realizado una valiosa contribución a los estudios sobre el neoliberalismo centrada en los efectos que ha tenido esta racionalidad política en los hábitos sociales y políticos de las democracias occidentales, llevando a cabo un estudio exhaustivo de los fundamentos teóricos y prácticos de esta doctrina, y de su extensión a todos los ámbitos de la vida humana.
Pese a la vaguedad que suele achacarse al neoliberalismo, sea como problema, sea como corriente, Wendy Brown consigue captarlo no solo como un híbrido de política económica y modalidad de gobernanza, sino que apunta con precisión a delinearlo como un orden de razón rectora, variaciones geográficas y culturales mediante, que consigue transformar de raíz toda actividad y “economizar esferas y actividades que hasta entonces estaban regidas por otras tablas de valor” (p. 19).
Aunque el referente principal sea Foucault, de quien toma los elementos que constituyen el mayor peso de su argumentación, Brown señala aspectos no tematizados por el francés que son de la mayor importancia para entender el alcance de la racionalidad neoliberal. Para paliar esa ausencia, la autora se valdrá de las formulaciones de la teoría política occidental, de Aristóteles a Marx, atendiendo asimismo a desigualdades de clase y género, y a la reconfiguración de la ley y de las instituciones educativas. No obstante las menciones a Marx, no dedica un estudio pormenorizado a las relaciones entre capital y trabajo ni comparte la lectura de David Harvey del neoliberalismo como un programa para la restitución del poder de clase, autor que en los primeros compases del ensayo queda relegado a la lectura marxista ortodoxa frente a la otra posible: los fecundos estudios del neoliberalismo visto como una transformación de la subjetividad política y de los nuevos poderes en el último tercio del siglo XX (p. 17). Autores como Peck o Laval y Dardot quedan enmarcados en una constelación de contribuciones que vendrían a impugnar la lectura marxista. En cualquier caso, la aportación de Brown se destaca entre esta corriente por no consistir en una mera continuación de la teoría foucaultiana, ni en completar con Marx los lugares desatendidos por Foucault; la meta es, pensando con y contra él, “ofrecer una teorización generativa y útil de nuestros tiempos” (p.162).
Tras encuadrarse en un campo y un método, Brown nos propone una selección de los puntos más relevantes de Nacimiento de la biopolítica, de Michel Foucault, a la luz del camino seguido por el neoliberalismo en las últimas décadas, junto a una crítica al planteamiento del curso del 79 que contribuye a ampliar su marco de referencia, por cuanto remite a los efectos desdemocratizadores de la extensión de la figura del homo oeconomicus a todos los ámbitos de la sociedad. Aspectos habitualmente obviados, como el proceso de evisceración de las prácticas, las coberturas sociales y las formas de participación y compromiso tan duramente conquistadas en el siglo XX, comparecen a lo largo del ensayo como las principales víctimas. Además, su análisis tiene el añadido de apuntar a casos prácticos de reconfiguración de la ley y de la educación, mostrando que la máxima según la cual “lo jurídico informa lo económico” no solo era muy ilustrativa de una transición entre las racionalidades políticas liberal y neoliberal, sino que ahora nos hallaríamos en un nivel más completo de indistinción entre lo público y lo privado, donde los propios valores de mercado dan forma a la aplicación de la ley.
La reconstrucción neoliberal del Estado y del sujeto subvierte el carácter, otrora político, de las nociones y las prácticas fundamentales de la democracia en algo económico. Por ello, se propone elucidar los mecanismos a través de los cuales han
sido minados los principios democráticos de la modernidad europea. El curso de Foucault, como plataforma útil para teorizar el efecto desdemocratizadores del neoliberalismo, es tomado por Brown desde una de las operaciones más decisivas de la racionalidad neoliberal: la economización (no necesariamente monetización) de esferas y prácticas nunca antes economizadas.
La generalización de la figura del homo oeconomicus es traída a colación para mostrar cómo se opera una transición desde el sujeto de interés, reemplazando el intercambio por la competencia, planteando simultáneamente los efectos que tiene la generalización de este tipo humano sobre el Estado, las políticas públicas, la ley y el mercado. De entre los núcleos de la caracterización que hizo Foucault del neoliberalismo, los elementos que Brown destaca enfatizan el papel que han tenido en la derrota del homo politicus, figura adyacente al homo oeconomicus que sólo habría perdido agencia y significación en las últimas décadas. Pero no se limitará a plantear esa figura como el envés del homo oeconomicus. Insiste en un punto que resulta crucial para entender por qué su planteamiento difiere de las meras continuaciones del problema presentado por Foucault, al mismo tiempo que las enriquece y sienta bases para un acercamiento de los análisis foucaultiano y marxista. En el planteamiento original de Foucault quedaba opacada la dimensión del conflicto y de la acción política organizada, de la deliberación, la participación y toda la serie de actividades que puedan constituir la vida política de una sociedad.
Frente a la ausencia de una reflexión sobre las formas colectivas de participación en el poder y el gobierno, Brown propone conceder atención a la figura del homo politicus porque permitiría un análisis más completo y una impugnación efectiva de los valores del neoliberalismo. El empobrecimiento del significado de esta figura, su desplazamiento, “es la pérdida más importante ocasionada por el dominio de la razón neoliberal” (p. 115). En ningún momento de la historia de la democracia y de la teoría liberales el homo oeconomicus llegó a socavar al homo politicus. El propio Mill, como bien señala Brown, recordaba que la economía política opera con un sujeto ficticio, solamente para generar control y predicción. Pese al ascenso de esta figura, “el homo politicus también sigue vivo y conserva su importancia durante este periodo (lleno de exigencias y expectativas, el lugar donde reside la soberanía política, la libertad y la legitimidad)” (p. 131).
La falta de una atención a esta figura sería, según Brown, uno de los principales problemas de marco del curso de Foucault, que se debe no sólo al carácter prematuro de la reflexión sobre una racionalidad política naciente, sino a una restricción más amplia de su obra: su formulación de lo político. Al moverse siempre en el marco de las relaciones entre gobernantes y gobernados, entre individuo y Estado, y los resquicios de libertad que puedan quedar en los márgenes de esa relación, los gobernados están siendo abordados como sujetos individuales y disciplinados, “no existe un cuerpo político, no hay «demos» que actúe en concierto” (p. 94) o exprese una soberanía aspiracional. O lo que es más, no hay poderes de gobierno compartidos ni luchas compartidas por la libertad. En las genealogías que traza Foucault habría sujetos pero no ciudadanos. Como resultado, su explicación de la razón neoliberal no es llevada a una intersección con la vida política democrática y la ciudadanía o su efecto sobre ellas.
En esa línea, este ensayo permite tender puentes entre la lectura marxista y la lectura foucaultiana, conjugar de manera no excluyente los fenómenos que ambas problematizan. Brown insiste en que “Foucault desvió su mirada del capital mismo como una fuerza histórica y social” (p. 96), y nuestras explicaciones se empobrecerían si solo analizáramos el neoliberalismo unívocamente como un orden de la razón, puesto que nada nos dice de los imperativos sistémicos del capitalismo, como la necesidad de abaratar costes, expandir mercados, etc. Si bien ciertos aspectos de esta restricción se deben a los objetivos del curso y a la oposición generalizada a la gramática del marxismo francés de la época, sin los fenómenos iluminados por Marx “no se puede entender la intrincada dinámica entre la racionalidad política y las restricciones económicas, ni la medida y la profundidad del neoliberalismo para construir este mundo” (p. 98).
Para lograr una explicación rica de la desdemocratización neoliberal es necesario, como bien se plantea aquí, unir a la apreciación de Foucault ciertas dimensiones del análisis del capitalismo de Marx y rescatar el homo politicus de la modernidad, que será destacado también sobre el fondo de las restricciones foucaultianas. Brown advierte que Foucault se siente cómodo con la separación entre lo económico y lo político, y sobre esa separación formal el lenguaje de la gobernanza administrativa va a ser doblemente efectivo, siendo intencionalmente antipolítico, se convierte en la lengua franca del Estado, las instituciones y las empresas.
A la ausencia de esa figura se va a sumar una inconsistencia en la fundamentación que neoliberales como Thatcher o Gary Becker daban a la sociedad. Una constante en el neoliberalismo ha sido la oscilación entre el individuo y la familia a la hora de establecer la unidad mínima funcional de la sociedad que se pretende producir.
La autora ofrece distintas maneras de explicar esa incoherencia, por mera ideología conservadora o por una asunción tácita de la subordinación de género. La cuestión es que la libertad individual que se propugna atañe sólo a quienes se desplazan libremente entre las familias y el dominio del mercado, no a quienes llevan a cabo actividades no pagadas en ellas.
Cuando el neoliberalismo se convierte en una racionalidad rectora, se hace evidente la contradicción entre la imagen de un individuo empresario de sí y autorresponsabilizado y la permanencia del ámbito familiar, marcado por relaciones de interdependencia y necesidad. Se nos recuerda que en su ensayo sobre la familia, Gary Becker dejó sin problematizar qué sostiene el vínculo familiar ante la falta de adherencia social del homo economicus, figura que, si “está inexorablemente comprometida con apreciar su propio valor”, no nos permite comprender cómo se cohesiona el orden social. Aludiendo a tales inconsistencias de la teoría neoliberal, la autora nos muestra la incapacidad del neoliberalismo para producir tejido social y fundamentar la sociedad en base a relaciones de competencia. La desigual situación de partida a la hora de comparecer en el espacio competitivo como capitales humanos nos da la clave para ver cómo desigualdades previas se oscurecen e incluso se intensifican bajo la racionalidad neoliberal.
Las elisiones de los vínculos requeridos para sostener todo orden social no hacen sino subrayar la falsa autonomía del homo oeconomicus, por cuanto está atravesado por necesidades y dependencias. Ahora bien, no supone simplemente un problema teórico, Brown insiste en que “se trata de un mundo conformado por esta omisión y negación” (p. 139). El empresario de sí depende de prácticas inadvertidas que constituyen “el pegamento no reconocido de un mundo cuyo principio rector no puede mantenerlo unido, en cuyo caso las mujeres ocupan su antiguo lugar como sostenes y complementos no reconocidos de los sujetos liberales masculinistas” (p.141).
Cuando todo es capital humano, desaparece analíticamente el trabajo doméstico. Por consiguiente, la figura del homo oeconomicus no es solo ilusoria o ideológica al incurrir en tal omisión, cuando se convierte en la verdad rectora, “cuando organiza la ley, la conducta, las políticas y los acuerdos cotidianos, se intensifican las cargas y la invisibilidad de las personas y las prácticas excluidas” (p. 144).
Brown se pregunta cómo ocurre ese tipo particular de gobernanza a través de la libertad que vincula políticamente a la población a los principios neoliberales y al régimen como un todo (p. 89). Quizá otra de las operaciones que permiten a la autora apresar el núcleo del neoliberalismo se lleva cabo retomando la fórmula que Foucault acuñara para definir la forma de proceder de una racionalidad política. La racionalidad neoliberal opera omnes et singulatim, aislando máximamente y masificando, a un mismo tiempo, los efectos de sus imperativos. La autora lleva a cabo la demostración del ejercicio de tal poder en todos sus planos, desde la intensificación de las desigualdades y las barreas de clase hasta los modos de autorresponsabilización ante los fracasos. Se presenta así como un poder máximamente individualizador y altamente rector de las condiciones sistémicas que establecen no sólo el marco de competencia, sino también qué dimensiones de la vida y de la reproducción de ésta son ahora total responsabilidad de los individuos.
Las practicas que esta racionalidad movilice bajo la forma de la gobernanza, como el benchmarking, el impacto o las elecciones de inversión en función de su rentabilidad futura para el propio capital humano, serán fundamentales en la argumentación de Brown para mostrar cómo todos los dominios han quedado radicalmente transformados. Entre los ejemplos que ofrece, resulta muy significativo el fallo del juez Kennedy en EE.UU. (Citizens United vs. Federal Election Comission, 558 U.S., 2010, p. 314), que sentó un precedente en la jurisprudencia neoliberal para posteriores aplicaciones de la ley. Nos da la muestra de cómo es posible una lectura de los principios constitucionales a través de la racionalidad neoliberal, invirtiendo las prioridades y desechando todo límite a la concentración de poder, donde el problema no es que se otorguen a las empresas derechos de los individuos, sino la desaparición de “los individuos, como participantes con derechos en la soberanía popular” (p. 218).
También en otro campo se nos dan ejemplos patentes del alcance de esta racionalidad y del trato con todos los agentes como capitales humanos de autoinversión. Es el caso de las transformaciones acaecidas en las enseñanzas medias y superiores.
Una de las consecuencias subrayadas en este ensayo es que pierden sentido la educación y la formación humanística tal y como se habían concebido en los años de los Estados del bienestar, como formadora de ciudadanos y como medio para la igualación social (la promesa de una movilidad social ascendente). Aunque solo fuera un horizonte.
La publicación de este libro supone una muy importante contribución al campo de los estudios sobre neoliberalismo en español por cuanto pone el acento en la otra cara del proceso de generalización del homo oeconomicus como capital humano de autoinversión: el vaciamiento de las prácticas, las instituciones y los sujetos de la democracia entendida como gobierno del pueblo, al tiempo que, sin ser su propósito principal, abre vías para desafiar la neoliberalización de todos los ámbitos de la vida humana empezando, sea mínimamente, por una disputa de una semántica de la cual fue evacuado todo contenido político. En la medida en que el neoliberalismo, como racionalidad rectora, puede presentar una amenaza mucho más seria de lo que supusieron históricamente la tensiones entre capitalismo y democracia, Brown deja abierta la posibilidad de recuperar nociones fuertes de democracia, libertad y soberanía, como ideal al que aspirar a pesar de todo. (Sergio Vega Jiménez)
FUENTE 1: https://core.ac.uk/download/pdf/84821724.pdf
LIBRO EN PDF/ FUENTE 2: https://www.researchgate.net/publication/323921543_Brown_Wendy_El_pueblo_sin_atributos_la_secreta_revolucion_del_neoliberalismo_Barcelona_Malpaso_2016_313_pp
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