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A vísperas de entrar la segunda década del siglo XXI, las nuevas tendencias tanto pedagógicas como sociológicas, buscan cambiar el paradigma que se tiene a nivel mundial –entendiendo como “mundial”, a los patrones que se viven en occidente-, sobre uno de los periodos más complicados que se vive en el desarrollo del ser humano: la adolescencia.
Aunque pareciera ser un tema más médico que social, el comportamiento, el desarrollo o la forma de pensar de los niños es de vital importancia, ya que esa generación que hoy visualizamos como iracundos, impulsivos, irónicos y dependientes de las redes sociales, serán los adultos que dirigirán al mundo en un futuro cercano.
Según diversos estudios que se han realizado en Estados Unidos e Inglaterra principalmente, la adolescencia es vista como una etapa de la vida donde el individuo pasa por una serie de cambios hormonales, mismos que los harán biológicamente adultos, con todos los complejos cambios en el carácter y las emociones. En pocas palabras, el adolescente es calificado y estudiado por adultos y por un sistema que los ve como eso: objeto de estudio, pero no se busca entender el mundo con los ojos del propio adolescente.
De ahí, se sustentan los cambios actuales, en la educación –tanto en casa como en las escuelas-, en los medios de comunicación, en la dependencia excesiva de la tecnología y en general en el mundo que los rodea. Sin embargo, en este nuevo paradigma sobre lo que significa ser adolescente, especialistas tanto sociales como médicos (hoy se explica la adolescencia por los cambios neurológicos que vive un individuo), hay dos visiones contrarias.
Por un lado, están las visiones fatalistas, mismas que aseguran que los adolescentes vivirán en una profunda crisis en todos los sentidos, ya que las estructuras sociales que por siglos mantuvieron la esperanza, la unión familiar o la responsabilidad ya no están vigentes, ya que en general las estructuras sociales están muy gastadas –en el mejor de los casos-, o mejor dicho, destruidas.
La falta de credibilidad en la iglesia (no sólo la católica, sino en general), en el gobierno, en la familia, en los padres, o en el futuro traen como consecuencia que el adulto del futuro ya no crea prácticamente en nada; por poner un ejemplo que permea entre las nuevas generaciones de todo el mundo: el trabajo. Ya no hay estabilidad laboral, para ellos es un mito, una anécdota que oyen de los abuelos.
Los jóvenes que se encuentran en las escuelas e institutos de formación saben que no durarán mucho en un empleo (si es que encuentran trabajo en su área), que incluso los trabajos que ofrecían los gobiernos como el ser policía, soldado, marino o médico ya no son permanentes, de ahí que muchos jóvenes no se preocupen por estudiar y prepararse para el futuro ya que ellos tienen la visión de que nada tiene sentido pues no hay ascenso social y el estudiar no garantiza nada.
De ahí que muchos jóvenes “ni estudien ni trabajen” – “Ni-nis”, como se les conoce coloquialmente en México-. O bien, noviazgos eternos sin que se piense en comenzar una vida de pareja. Incluso, hay especialistas que han “aumentado” la adolescencia hasta los 25 años de edad, cuando se supone que a esa edad el individuo ya maduró, forjó su carácter.
Estos estudios indican que el adulto joven en verdad sigue siendo “adolescente” en el sentido social ya que no quiere ser responsable, no quiere trabajar, se niega a cooperar en las labores del hogar, es adicto-dependiente de las redes sociales, no lee y su única fuente de información son las redes sociales.
Incluso se han llegado a extremos insólitos; en Estados Unidos, un par de padres tienen que recurrir a la justicia y a los juzgados para “obligar” a su hijo de 28 años a que se vaya de la casa, pues a sus 28 años se comporta como si tuviera 18 y no trabaja.
Por otro lado, el nuevo paradigma sobre la adolescencia también les da derechos a los jóvenes pero poco se habla de responsabilidades; el joven tiene derecho a ejercer su sexualidad pero no se le crea consciencia de que el sexo tiene como consecuencia un embarazo y la responsabilidad de ser padre.
El joven quiere vivir “la vida loca”; desea beber alcohol pero no tiene presente que el alcoholismo es un problema de salud, tanto individual como pública; exige que el uso de marihuana sea legal y no acepta que se crea una adicción. El adolescente exige respeto y comprensión pero es intolerante, iracundo, no sabe frenar sus impulsos.
Regresando a casos insólitos e increíbles: en España, dos parejas de padres van a la cárcel porque sus respectivos hijos los demandan ya que “los reprimen”, les gritan y en un caso, la madre le da a su hija un buen jalón de cabellos por irrespetuosa e igualada. La hija la acusa de violencia familiar y abuso, la justicia la apoya y la madre va a prisión.
Otro de los aspectos que marcan a las nuevas generaciones es la mercadotecnia; todo se cambia y se busca el negocio: el sexo se vuelve sexualidad –con una enorme industria erótica-. La actividad física se vuelve “fitness” (hay que pagar spa, gimnasios) y la alimentación se vuelve “productos orgánicos; más caros y selectivos.
Por otro lado no todo es negativo; diversos estudios indican que las nuevas generaciones tienen una marcada tendencia ecológica, de respeto a la naturaleza y a los animales. Los adolescentes piensan que es una obligación respetar al planeta: practican el reciclaje, buscan transportes no contaminantes, crean “azoteas verdes”, huertos urbanos…
En lo social, aceptan la diversidad sexual, la migración y a las minorías étnicas y religiosas; rompen estigmas y paradigmas. Así, el ser adolescente se debate entre la estigmatización de una juventud en decadencia y otra visión del mundo actual y responsable. ¿Qué tipo de jóvenes queremos?
(*) Periodista y Maestro UAM-Azcapotzalco
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