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El presidente Andrés Manuel López Obrador, como ningún antecesor, empeñado en que su gobierno lleve a efecto la 4 T en discurso y praxis, dedica obsesivamente su tiempo de lunes a domingo a un trabajo interno extenuante dentro del país, ya en las conferencias mañaneras varios reporteros preguntaron y externaron preocupación por su salud y seguridad, la respuesta siempre es la misma: aprovechar el tiempo al máximo porque no se reelegirá, dar ejemplo de austeridad y consecuencia y que lo cuida el pueblo.
Independientemente de su congruencia considero que paulatinamente debe bajar el ritmo, sin embargo, estos primeros 8 meses continúa con la misma energía y tenacidad tras sus objetivos iniciales, en contextos que, por un lado le generan nuevos y radicales adversarios, y por otro reafirman su popularidad.
Pareciera –metafóricamente- que el mandatario como “los papalotes” para remontar vuelo necesita el viento en contra, quizás por su dilatado trayecto como opositor, a contrapelo de un sistema neoliberal que buscó destruirlo una y otra vez. Circunstancias y estilo que algunos politólogos llaman (acertadamente) “fajador político” el cual necesita golpes y confrontación (muchas veces innecesarios pero efectivos) para desarrollarse.
Así las cosas, López Obrador prioriza los problemas internos y no salió de México, delegando temas del exterior y otros de vital importancia (G-20, amenazas de Trump y T-MEC) a su Canciller Marcelo Ebrard. En tal escenario, organizaciones internacionales proyectaron para México un crecimiento hacia la baja, por lo que el país se encuentra con retos ante la economía global.
El gobierno insiste en su diagnóstico afirmando: nuestros problemas son resultado de extremas desigualdades, complicidad, corrupción, impunidad, avaricia corporativa, concentración de poder y riqueza en pocas manos. Frenar dichas inercias y anomias, para luego transformarlas, no es tarea fácil. La crisis heredada, ya afectó a varias generaciones (vía tercialización y precarización laboral) y difícilmente podrá revertirse.
Existe otra variable a resaltar, a dos décadas del milenio la irrupción popular del internet modificó el espectro social, gustos, tendencias, consumos masivos y contratación de trabajadores, entre otros.
Por otro lado, medios tradicionales aún subestiman el comportamiento de nuevas generaciones y/o sujetos políticos que viven una “virtualidad líquida” de múltiples matices que es usada intensamente con sus claroscuros respectivos.
El internet tiene potencial para proporcionar el punto de apoyo de un cambio en el discurso político, pero también puede manipular y engañar (fake news). Es decir, hay un punto donde un sector de internautas no busca informarse, sino reafirmar opiniones y seleccionar coincidencias.
En general la horizontalidad del internet se utiliza para monólogos, no para dialogar, por lo que se generan zonas de ira, violencia, o difamación. Sin embargo, su parte luminosa sirve de contrapeso a los medios tradicionales y poderes fácticos.
Finalmente, podemos estar de acuerdo con los grandes objetivos del presidente (ejemplo creo que la dirección de su gobierno es la correcta), pero no debe convertirnos en incondicionales. Y reafirmo, es válida y sana la crítica, autocrítica y definición de apoyo porque en la medida que le vaya bien al gobierno nos irá bien a todos.
(*) Periodista (EPCSG) y economista (UAM-A)
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