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El pasado 10 de junio, se cumplió un aniversario más de uno de los episodios más cuestionados por varios sectores de la sociedad civil, además de ser minimizado, negado y hasta ocultado por los gobiernos priístas que sucedieron a Luis Echeverría Álvarez (1970-1976): La matanza del jueves de Corpus, hecho conocido coloquialmente como “El Halconazo”.
Para poder entender la magnitud e importancia que se vivió esa noche del 10 de junio, cuando estudiantes del Instituto Politécnico Nacional (IPN)) y de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), -en su mayoría-, marchaban en la zona norte-centro de Ciudad de México, en apoyo a las demandas de estudiantes de la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL), fueron atacados por un supuesto grupo paramilitar (conocido como “Los Halcones”, de ahí el nombre), dejando como resultado al menos 120 muertos y un número indeterminado de líderes sociales detenidos y torturados.
ANTECEDENTES
Aún se estaban frescos los recuerdos y rencores que habían dejado los hechos del dos de octubre de 1968; la comunidad estudiantil se encontraba dolida y veía al presidente Luis Echeverría Álvarez como uno de los culpables directos de dar la orden al Ejército para atacar a las masas que se encontraban reunidas en la Plaza de las tres culturas, en Tlatelolco.
Echeverría, en 1968 era secretario de Gobernación y un funcionario leal e institucional a su jefe, en este caso, el entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz; en los días y meses subsecuentes, la información fluyó a cuentagotas y la sociedad en general, consideraba que los medios de comunicación ocultaron la verdad, la cual fue manipulada.
En 1969, durante su quinto Informe de Gobierno, Díaz Ordaz se dijo orgulloso de sus decisiones en 1968, además aceptó todo tipo de responsabilidad histórica, ética y moral en los hechos. Al dejar la presidencia en manos de Luis Echeverría, éste intentó desmarcarse del 2 de octubre, pero el estudiantado no lo creyó y lo vio como un responsable directo de la masacre.
Por su parte, el gobierno de Echeverría se encontró con dos demandas sociales que se comprometió a resolver, lo que hizo, pero parcialmente: la libertad de expresión y la educación. En la primera, se permitió la crítica y los cuestionamientos al gobierno, pero no se manera total pues la prensa sufrió el control directo y total del régimen, pero a cambio, los más reconocidos intelectuales de la época publicaron grandes obras de análisis y crítica como lo fue Daniel Cossío Villegas y Octavio Paz.
Referente a la educación, Echeverría se sabía en deuda con la juventud, por lo cual se crearon escuelas que permitieran absorber la creciente demanda en espacios educativos. Así, la UNAM vio el aumento de su plantilla estudiantil con la creación de las Facultades de Educación Superior (FES) y el Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH). Durante el sexenio se crearon la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), el Colegio Nacional de Educación Profesional Técnica (Conalep) y el Colegio de Bachilleres.
A pesar de financiar la educación y proyectos tanto culturales como artísticos, Luis Echeverria fue visto como parte de la élite gobernante que ordenó la represión estudiantil y, por lo tanto, los estudiantes y la juventud en general, jamás lo apoyó.
Por su parte, el presidente se veía a sí mismo como un líder de la juventud -similar al presidente chileno Salvador Allende-, por lo cual se dio a la tarea de congraciarse con la comunidad universitaria, cosa que jamás sucedió. De hecho, se le llamaba a Echeverría “El asesino de estudiantes”, sobrenombre que, a decir de sus allegados y colaboradores, odiaba y lo ponía de malas.
En lo social y para prevenir las concentraciones masivas -de jóvenes, por supuesto-, las autoridades prohibieron conciertos, eventos deportivos y otras actividades donde la multitud pudiera ponerse de acuerdo para a protestar en contra del gobierno.
El FACTOR/AMENAZA “FIDEL” (EN PLENA GUERRA FRIA)
En lo internacional, el triunfo de la Revolución cubana, las guerrillas latinoamericanas y la amenaza de que el comunismo se extendiera en el subcontinente, trajo como consecuencia que Estados Unidos y sus agencias de inteligencia, presionaran a los diferentes gobiernos para evitar movimientos sociales y armados que apoyaran en lo ideológico a Fidel Castro y al socialismo, que fue visto como el único remedio contra la pobreza y desigualdad social de los países latinos.
De este modo, figuras emblemáticas como El Che Guevara, Lenin, Stalin y el propio Fidel, fueran -en los hechos-, prohibidas en manifestaciones de todo tipo, por lo cual, el gobierno de Echeverría evitó a toda costa concentraciones masivas, pero después del 2 de octubre de 1968, no podía utilizar la fuerza pública pues esto traería como consecuencia mayores protestas.
Se inició así un periodo de una lucha oculta, tras bambalinas y de baja intensidad contra organizaciones que pudieran ser vistas como “enemigas del sistema”, lo que se llamó “la guerra sucia”.
LOS HECHOS
A principios de 1971, el gobierno de Nuevo León recortó el presupuesto de la UANL, por lo que alumnos y profesores comenzaron a protestar y en apoyo a los norteños, estudiantes de la UNAM y el IPN llamaron a una manifestación en Ciudad de México, lo que encendió las luces de alarma en el Gobierno Mexicano.
Intentando evitar nuevas concentraciones masivas, el gobierno llamó al diálogo y se comprometió a realizar acciones que beneficiaran a los estudiantes y a cumplir sus demandas, sin embargo la movilización no se movió y se llevó a cabo.
Cuando el grueso de los asistentes marchaba sobre la calzada México-Tacuba, a la altura de lo que hoy es el Metro Normal, apareció un grupo de jóvenes que portando varas de bambú (similares a las que se usan en el kendo) atacó a los manifestantes; posteriormente se reportaron ataques a balazos y detenciones en contra de los líderes, todo ante la mirada e inactividad de la Policía del entonces Distrito Federal.
Se dijo que la policía de la capital tenía órdenes expresas de no intervenir; se habló que los atacantes fueron miembros de un grupo paramilitar, formado y financiado por el Gobierno Mexicano, quienes tenían como misión reprimir y atacar marchas y manifestaciones, el cual fue conocido como “Los Halcones”. Incluso se dijo que recibieron instrucción por parte de personal estadounidense, chileno y argentino, que se caracterizaron en esos años por usar la mano de hierro contra manifestaciones callejeras.
Cifras extraoficiales calcularon al menos 120 muertos y un número indeterminado de desapariciones forzadas y detenciones arbitrarias. Naturalmente, el gobierno de Luis Echeverría se desmarcó del hecho y se comprometió a iniciar investigaciones que llevaran a los culpables ante la justicia, cosa que no sucedió.
La sociedad organizada se sintió nuevamente atacada y traicionada… Eso sucedió un 10 de junio de 1971…
(*) Periodista y Maestro UAM-Azcapotzalco
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