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En alguna de las estéticas de una populosa zona… en alguno de nuestros países: un hombre cercano a los 50 años, con poco pelo y un problema evidente de calvicie se tiñe las cejas de un rubio intenso, se recorta la barba y también pide que se la coloreen del mismo tono.
A un lado, otra estilista pinta de azul la cabellera de una mujer madura; sus ojos muestran enormes bolsas y arrugas; ambos personajes tienen la papada flácida y gruesas líneas de expresión en todo el rostro.
A unas cuantas cuadras de ahí, en un estudio de tatuajes, otra mujer entrada en la mediana edad se realiza un tatuaje de mariposa en el pecho, y aunque sus senos ya lucen flácidos y con estrías, la imagen la tomó de una modelo de unos 22 años de edad, en una revista; le gusto y decidió hacerse uno igual.
En el consultorio de un terapeuta deportivo se encuentra Andrés, quien sufrió una fractura en el tobillo mientras jugaba fútbol americano en una liga de veteranos. Él, que practicó ese deporte desde que tenía siete años no se explica por qué, una jugada que ha hecho miles de veces a lo largo de su vida, le haya ocasionado una lesión tan fuerte. Su hermana le comentó: “es que ya no tienes 25 años Andrés, ya tienes 47.
En los bares de la zona, los oficinistas -entre 25 y 30 años de edad-, que aprovechan el viernes para ir a cantar y beber una cerveza, van con alguna compañera mayor que ellos pero “que se siente joven” (la “Forever Young”, le apodan en referencia a una película de los 90), y aunque la corta falda que lleva no le tapa las várices en las piernas, ni la celulitis; el sobrepeso visibiliza la grasa acumulada en el abdomen y sus manos muestran manchas por la edad –no importa-, ella canta, liga, coquetea y bebe a la par de sus compañeros.
En otra zona de la ciudad, un hombre batalla con la mirada, a pesar de que lleva lentes no alcanza a leer las pequeñas letras en una serie de facturas; el oftalmólogo le dijo que al pasar de los 40 años hay que cambiar la graduación; recomendó micas de aumento progresivo, pero estas necesitan un armazón grande, que lo hace “ver más viejo”, se decidió por unos lentes pequeños, de marca y muy caros, pero inadecuados para su padecimiento.
Muchos adultos de la llamada “edad media”, ya sufren problemas como diabetes, gastritis, hipertensión, várices, miopía, astigmatismo, problemas de articulaciones, menopausia, colesterol alto. Su cuerpo ya muestra desgaste. Hay estrías, calvicie, arrugas, canas. Los cambios físicos propios de la edad.
Pero ellos siguen vistiendo modas juveniles, consumiendo hamburguesas, pizzas, bebidas energizantes… Usan tenis, bermudas; las mujeres diademas con orejas de oso o de gato y los hombres chamarras con imágenes de superhéroes. Ellas mismas se llaman “niñas”, ellos “chavos”.
¿Qué tienen estos personajes en común? Que son “chavorrucos”, nombre coloquial que se les da a los adultos que pasan los 40 años y que se niegan a comportarse como gente de su edad; renunciaron al estereotipo de la vida adulta, no quieren estar con una pareja estable, se niegan a pasar el rato viendo TV, no quieren criar a sus hijos y la mayoría termina comportándose como ellos.
Tomás, un estudiante de 18 años comenta: “mi papá se enajena con la consola de videojuegos, cuida su teléfono celular como a su vida, pasa horas en el chat y maneja varias redes sociales; más que mi padre es mi hermano mayor”.
Entonces, ¿tiene algo de malo sentirse joven? ¿Es negativo que un adulto deje el auto y viaje en motocicleta? ¿Por qué a los 40, muchas personas hacen lo que no hicieron en su juventud? ¿Es criticable que a los 45 se comience a fumar marihuana? ¿Por qué hay mujeres cercanas a los 50 que buscan relaciones fugases?
Hay quienes se ponen a viajar, forman un grupo de rock, buscan tener una vida sexual polígama y muy activa, aunque el cuerpo ya no les permita desvelarse continuamente; se embriagan más rápido y la potencia sexual baja, ellos están en fiesta perpetua, viviendo “la vida loca”.
Por qué hay adultos que cambian su forma de hablar; dicen “la peli”, “la uni”, “holis”, “amiguis”.
El fenómeno de los llamados “chavosrrucos”, fue estudiado en 1965 por el psicoanalista canadiense Elliot Jaques, quien observó que un grupo cada vez mayor de adultos que entraban en la segunda etapa de su vida, se negaban a envejecer y a tomar el rol de una persona mayor; se rehusaban a vestirse formalmente, a trabajar para asegurar su vejez y en cambio se veían a sí mismos como jóvenes y consciente o inconscientemente “regresaban a su juventud”, comportándose en muchos aspectos como cuando tenían entre 18 y 25 años.
Según los estudios de Jaques, este grupo considera que aún hay tiempo para realizar los sueños truncos y quieren alcanzar metas que por algún motivo no pudieron en su juventud -lo cual es positivo-, sin embargo, evaden responsabilidades, minimizan su salud y no se atienden. En el fondo tienen un profundo miedo al proceso de envejecimiento.
En la década de los 80, el psicólogo Dan Kiley, lo nombró “Síndrome de Peter Pan”, mencionando que éste se presenta por la falta de seguridad y baja autoestima, por lo cual, el individuo busca la protección de otros, siendo “un eterno adolescente” – también se les llamó “Archies”, en referencia al famoso personaje de la historieta, que se adaptó a los cambios pero nunca dejó de ser adolescente-.
Sin embargo, para los mercadólogos y bajo el punto de vista consumista que rige a la sociedad actual, “El chavorruco” es un éxito rotundo, pues es un consumidor frecuente, de tecnología, modas, alcohol y todo tipo de productos que lo hagan “sentir cool”, o “fashion”.
En pocas palabras, es un adolescente, pero con poder adquisitivo, con tarjetas de crédito, capaz de pagar viajes, hoteles, cambiar de guardarropa al menos dos veces por año. Su accionar alimenta a una lucrativa y millonaria industria que pone a la mano todo tipo de productos presentados como “fuente de la eterna juventud”.
Bebidas energizantes para recuperar la potencia sexual, tintes para el cabello, barba, medicamentos para articulaciones, mallas para las várices, antiácidos, prótesis para levantar los senos, champú para evitar la caída del cabello y miles de productos más.
Vale la pena reflexionar y preguntarnos: ¿Los chavorrucos son parte de la sociedad moderna o se van convirtiendo en problema de salud pública? De la moda, lo que te acomoda (dice el refrán popular), o en tales circunstancias ¿la edad es meramente mental y la piel es lo que se arruga?
(*) Periodista y Maestro (Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco)
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