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En los años ochenta (del siglo pasado) existía en horario estelar de televisión un programa juvenil de concursos y bailes, donde la pareja de conductores remataba la emisión con una frase recurrente “sonríe (sé feliz) y la fuerza estará contigo” mientras en noticiarios, se transparentaban hechos de corrupción, impunidad y abusos del principal jefe de la policía capitalina (cercano al entonces presidente López Portillo). Lo anterior solo para graficar el contraste que vivía la sociedad mexicana. Iniciaba la crisis, el precio del barril de petróleo había caído dramáticamente y la fuga de capitales obligó al gobierno a declarar moratoria de la deuda externa, ¿recuerdan frases como: “Ya nos saquearon, no nos volverán a saquear y defenderé al peso como un perro”?
Paulatinamente se empezó a sentir el desempleo, inflación y pérdida del poder adquisitivo salarial. Esos tiempos para ayudarme a cubrir la colegiatura de mi Escuela trabajé en un restaurant de ayudante de mesero con la mitad del salario mínimo, al igual que varios estudiantes en similar situación, pago semanal y sin derecho a reclamo, afortunadamente solo medio año, después a otro trabajo (venta de libros viejos) con mejor salario pero menor al mínimo.
Luego de concluir estudios y buscar trabajo en los noventa tropecé –nuevamente- con el desempleo para recién egresados o lo que es peor, el declive de principios, ideales y congruencia periodística. Por ejemplo, la cínica y descarada práctica del “chayote” en informes presidenciales y gubernamentales (personalmente viví el de Hidalgo y Tlaxcala). Es decir, plena domesticación de conciencias y premiación del “agandalle”.
Mientras, arreciaba en el país la desigualdad económica en un “presidencialismo” en su máxima expresión, se perfilaba un cambio de modelo económico con nuevas promesas e ilusiones, hasta que el terremoto de 1985 exhibió la precariedad del discurso oficial, el gobierno pasmado ocultó cifras y magnitud ante la posibilidad de suspensión del mundial de futbol (1986).
Como muchos paisanos emigré a Estados Unidos por mejores días, a conocer y trabajar en lo que sea empezando de cero, -claro- condenado a ser invisible y discriminado, no me adapté, meses después regresé a establecerme definitivamente en CDMX. Sin embargo la experiencia de haber conocido el tan mentado sueño e individualismo americano, reafirmó convicciones personales.
En amigos, conocí los intentos por llenar un vacío existencial que produce la posmodernidad occidental, donde todo se vale para alcanzar la seudofelicidad. Se llega a una obsesiva autoexplotación para realizarse, conviví en comunidades de migrantes donde es común comportamientos individualistas y búsqueda de contenidos de superación, en dicho contexto supe de libros de “autoayuda” que estaban de moda y con alta demanda.
Entramos a un nuevo milenio y casi dos décadas después -inmersos en un mundo virtual- continuamos plagados de incertidumbre, crisis, angustia y a la par, búsqueda de soluciones de emprendedorismo individual, aderezados con pensamiento mágico. Ideal para sociedades de consumo.
En la actualidad, la industria de la felicidad controla nuestras vidas, la autoayuda esta omnipresente y multiplica grupos, sectas y recetas (en libros), para el éxito personal, nos dicen cómo debemos actuar y pensar para conseguir los resultados inmediatos que tanto anhelamos.
Varios académicos contemporáneos coinciden que “La felicidad es un valor extremadamente individualista (primero yo, después yo, siempre yo), lo cual encaja con ideologías político económicas conocidas“.
Al respecto, Edgar Cabanas y Eva Illouz, autores del libro Happycracia nos explican por qué el marketing de la felicidad se ha convertido en una forma de dominación, expresada en un lenguaje meritocrático e individualista que ofrece garantías donde no las hay. Conozcamos algunos de sus argumentos:
–¿Por qué tiene tanto éxito esta psicología positiva?
–Hay muchas razones. Por un lado, todo este discurso ofrece soluciones simples, rápidas y fáciles a problemas complejos, de una forma muy personal. Nos dicen que las respuestas están a nuestro alcance. Es un razonamiento que parece empoderar a los individuos, dándoles una sensación de control que no es real. Muchas veces los inconvenientes son sociales y estructurales, en vez de individuales y psicológicos. Las condiciones de empleo precarias o la amenaza de ser despedido son dificultades estructurales que escapan a la responsabilidad de una sola persona. Ahora bien, si se promete la posibilidad de resolver estos conflictos a partir de guías fáciles de comprender o aplicar, es normal que la gente quiera acceder a ellos. Todo esto responde a la lógica neoliberal de que el buen ciudadano es aquel que emprende y genera actividad económica a su propia cuenta y riesgo. Entonces, se dice que los logros dependen de uno, y si fracasa es porque algo ha hecho mal. Es decir, todo el mundo tiene la posibilidad de alguna forma de triunfar en la vida y que depende sólo y exclusivamente de él.
–Un marketing del emprededorismo que nos responsabiliza de nuestros fracasos.
-Es que ni el éxito ni el fracaso son responsabilidad de uno, porque en ese análisis no se tiene en cuenta la desigualdad social. No todos parten del mismo lugar para evaluar de la misma forma lo que pueden hacer. Es un discurso muy egoísta, que no tiene en cuenta las condiciones personales. Hay que entender que, en este sistema, el triunfo de una persona implica el fracaso de otra. Es decir, no está la ecuación “ganar-ganar”. Si te esforzaste pero seguís siendo pobre, te dicen que no hiciste todo lo que tenías que hacer para cumplir tu meta. Ahora, si lo hiciste, fue por vos. Algunos recurren a este tipo de discursos para legitimarse. Me pregunto: ¿qué pasa con aquel que cae en el camino para que otro suba?, ¿qué hay de todas esas condiciones de inicio que son, muchas veces, la causa de que algunas personas triunfen y otras no? Es un lenguaje meritocrático, individualista, egoísta e injusto.
–¿Es la felicidad una nueva forma de dominación?
–Se convierte en una forma de dominación con características particulares. No hay una imposición, sino una persuasión, sumada a una entrega voluntaria por nuestra parte. Se nos ha dicho que ese discurso está aprobado, que es científico y bueno para nosotros, porque asegura el éxito y la salud. Podemos superar nuestros problemas, mejorar nuestras relaciones de trabajo y familiares. Todos son argumentos muy seductores que hacen que nos entreguemos a él. Es totalizador. Nos prometen algo que es irrealizable y en esa promesa está nuestra esperanza de que eso sea así. Nadie quiere quedarse afuera, todo el mundo quiere triunfar y sacar provecho. La felicidad es un valor extremadamente individualista. Tiene un marcado componente personal al contrario de la justicia, la solidaridad y la integridad. Es claro que encaja con la ideología neoliberal. Le hace muy bien el juego.
Finalmente considero que no podemos ser siempre positivos, los errores y la autocrítica son necesarios para la construcción humana, además de valores como la solidaridad, bien común, inclusión, reciprocidad y sobre todo la sensibilidad social.
(*) Periodista (EPCSG) y economista (UAM-Azcapotzalco)
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Video/Columna: https://www.youtube.com/watch?v=XjCnahaJEdE