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La austeridad, una de las constantes del gobierno actual ha generado un enfrentamiento y molestia extrema con el sector mediático de los poderes fácticos, desapareciendo –así- privilegios anteriores. Dicha supresión de recursos económicos y públicos impactó a tal grado que generó, en las últimas semanas, una articulación de ataques al gobierno por medios tradicionales y virtuales.
Un encono obsesivo de agoreros del desastre “que todo salga mal” para que a futuro concluyan “se los dijimos, era un peligro para México”.
Vivimos pues, sesgos encubiertos en nombre de la independencia y libertad de expresión, tendencias que a pesar de pertenecer a una minoría tienen voz y mando en medios tradicionales. Allí sus periodistas -en general- siguen una línea editorial que busca polarizar visceralmente a la opinión pública.
Línea editorial, en democracia –claro- con derechos y espacios garantizados por el Estado, pero que en el manejo de contenidos quedan expuestos respecto a la defensa de sus intereses, alejados de contexto, contraste y rigor periodístico. Por cierto, son los mismos comunicadores que otrora fueron cómplices de enriquecimientos ilícitos derivado de políticos corruptos.
Y sí, a pesar de errores, rectificaciones y tropiezos el gobierno busca cambiar: primero con un discurso frontal y transparente y luego con acción de campo. Evidentemente estos procesos no son mágicos, ni se dan en cinco meses (Eduardo Galeano, solía afirmar que: la historia y sus transformaciones se asemejan a una Señora de lenta digestión).
Por otro lado, estudié el proceso político desde el sexenio de José López Portillo (1976-1982) y viví sus dramáticos ciclos hasta llegar a los linderos del Estado fallido con un rotundo fracaso macroeconómico (inflación, desempleo y decrecimiento), además de la desmantelación neoliberal del país.
Recuerdo también discursos y praxis (sexenio tras sexenio) y el empobrecimiento de trabajadores y clase media, en consecuencia la domesticación de la conciencia por la política llegando a un punto sin retorno, en ese tiempo me preguntaba ¿cuál sería el punto de quiebre o inflexión total?
El presidente, sí debe mostrar resultados pero más adelante, la reestructuración es paulatina y todos debemos hacer nuestra parte. Transitamos por una herencia neoliberal de opacidad, corrupción y pésima distribución de recursos que nos acercó al abismo.
En lo personal, en el México contemporáneo no creí llegar a conocer a un presidente con las características del actual: ideología, estilo de comunicar, gobernar, enfrentar y pisar callos con “primero los pobres o no puede haber Gobierno rico con pueblo pobre” afirmaciones con las que -quizás- sume más detractores en Latinoamerica. Se lo acusa de “populista, demagogo, ignorante de la complejidad del mundo moderno y las finanzas“, pero Andrés Manuel López Obrador continúa siendo defendido en México por una mayoría que se cansó y abandonó a los medios tradicionales precisamente por su falta de “credibilidad”.
Su estilo confrontador es notable le funciona, quizás en ocasiones equivocado, pero no siempre. Hace décadas que la sociedad conoce su estilo directo. Por fin sectores amplios escuchan a foro abierto y en tiempo real a un presidente denostar y denunciar privilegios y favorecidos. Así, López Obrador, impone agenda pública, matiza frases, argumentos y contesta todos los días, desde su estrado (conferencias mañaneras).
Una característica de los sectores acaudalados en estos tiempos es de seguir creyendo que vivimos una excepción, un mal sueño y que pronto regresará la normalidad de explotación, prebendas y connivencia con el poder político añorado.
Sin embargo los cambios, primero fueron tecnológicos es decir nuevos escenarios virtuales (redes sociales), donde los jóvenes fueron migrando hacia contenidos lejos de la influencia televisiva.
En estos contextos, a cinco meses observamos inicios de programas y acciones encaminadas a mejorar la condición de vida de sectores populares, obviamente algunas llegaran a buen puerto, otras no. Pero el presidente está convencido que el bienestar de los de abajo es base fundamental para combatir la inseguridad pública y la corrupción.
Finalmente, esperemos que su lectura y análisis en la práctica funcione por el bien general, sobre todo porque en los avatares cotidianos no existe plan B.
(*) Periodista (EPCSG) y economista (UAM-Azcapotzalco)
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