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La inteligencia no es una capacidad monolítica, es una habilidad que va cambiando a lo largo de los años. Antes de nada, pongámonos de acuerdo con qué es “la sabiduría”. Nuestra actitud también cuenta mucho: para resolver un problema no solo debemos ser perseverantes sino que es imprescindible mantenemos abiertos a diferentes perspectivas. Es decir, saber usar esa inteligencia.
Una persona puede nacer con inteligencia pero la sabiduría necesariamente debe obtenerse, es la marca del cultivo de esa inteligencia, de la aplicación moral y del entendimiento. Neurocientíficos y psicólogos han intentado aunar criterios y entender, desde una visión global, qué es la sabiduría. El Wisdom Project establecido en Berlín por Paul Baltes y Ursula Staudinger definió a la sabiduría como:
“la capacidad de desarrollar una intuición profunda y un juicio correcto sobre la esencia de la condición humana y las formas y medios para planear, administrar y entender una buena vida”.
En el sitio Nautil.us encontrarás toda una serie de estudios en torno a la sabiduría gracias a los cuales ya se pueden tomar ciertas conclusiones. Dilip Jeste, director de Stein Institute en la Universidad de California, realizó un interesante estudio donde determinó que la noción de sabiduría entre distintas culturas tenía grandes similitudes. A partir de esto, su equipo de investigadores obtuvo los seis componentes transculturales de la sabiduría:
1. Ser consciente de tus emociones.
2. Conocer las propias virtudes y debilidades.
3. Saber aplicar tu conocimiento a la vida real.
4. Aceptar la incertidumbre y adaptación a los cambios.
5. Capacidad para elegir y tener el valor de tomar decisiones.
6. Un comportamiento pro-social basado en la compasión, el altruismo y la empatía.
Por otro lado, es interesante notar que la sabiduría tiene un componente moral y está ligado a ser una buena persona, tanto por el análisis cultural como neurofisiológico (ser una buena persona definido como la capacidad de sentir empatía en el cerebro y de asumir responsabilidades).
Se desprende de aquí también la noción de que debemos de reconsiderar nuestra imagen de la vejez como algo negativo, que se debe reprimir a toda costa. Escribió Carlos Monsiváis en Las esencias viajeras:
…ya en el siglo XX, al convertirse la juventud en la meta suprema, incluso los propios jóvenes, el pacto fáustico deviene el centro de las obsesiones, de las ilusiones recónditas y públicas, hasta llegar a los finales de esta centuria convertido en búsqueda gozosa y patética de la cirugía plástica, los gimnasios, las dietas estrictas, el maquillaje, las ropas rejuvenecedoras, la liposucción, hasta llegar a la ilusión química de la feromona humana… La metáfora prodigiosa de un libro se convierte en el sueño masivo de consumo y ansiedad por resistir al tiempo.
Si revaloramos la noción de sabiduría quizás podamos resistirnos menos al paso del tiempo –al resistirnos generamos tensión, estrés y enfermedad para nosotros y para aquellos que son viejos y a los cuales vemos con desdén. ¿Acaso no es la sabiduría, fruto paciente de la experiencia, algo tan valioso o incluso más que la belleza y el ímpetu de la juventud? Si nuestra meta en la vida fuera ser sabios y no solamente ricos y guapos, seguramente sufriríamos menos y el mundo estaría en mejor estado.
FUENTE: https://muhimu.es/salud/6-caracteristicas-persona-sabia/
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